Emilia vio que su madre tomaba un tazón de sopa; era la cena que indicaba que tenían una charla pendiente, y por su cara podía percibir cierta molestia.
Quizás la abuela sienta que tu compañía sea la adecuada, pero tu tía y yo no lo vemos así; me molestó que te fugaras y que fueras a hacerte cargo de una situación que no te incumbía.
Emilia miró a su madre atentamente; en sus pensamientos surcaban muchas ideas de cómo contestarle, pero si decía algo incorrecto o fuera de lugar, sería su fin.
—Sin embargo, verte hacerte cargo de la limpieza y de que tu abuela estuviera bien atendida, me llena de orgullo —dijo seria, pero en sus ojos Emilia podía ver que sonreía—. ¿Las historias que le lees, de donde salieron?
—Lo siento, mamá, pero ella me dijo que no podía decirles nada sobre las historias.
—¿Por qué?, acaso son tan tétricas como dice Oriana.
—Oriana es una metida.
—No te permito que hables así de tu tía.
—Lo siento, mamá, pero desde que ella apareció, la abuela ha empeorado, quizás...
—Ella es el apoyo que tanto anhelé. Cuidar a tu abuela es algo complicado. Por lo pronto no volverás a casa de ella, no la verás y nada de historias misteriosas.
Emilia la miró fijamente, tratando de ordenar sus ideas.
—Lo siento cariño, pero creo que es lo mejor.
—No es justo —dijo mientras subía las escaleras. Pero detuvo su marcha para decir: —Siento haberme ido.
Karen sostenía el plato mientras miraba a su hija huir.
Zulma suspiró enojada; sin siquiera mirarla, estiro su mano para aceptar la comida.
—No tiene carne, pues soy vegetariana y no es que quiera obligarte a serlo a ti, pero cuando hice las compras, olvidé.
—No me interesa —dijo cortante—. ¿Cuánto tiempo voy a estar encarcelada?
Oriana no supo si llorar o reír. Solo hizo un ruido intangible que obligó a Zulma a mirarla.
—No estás encarcelada, esta es tu casa y yo...
—Esta no es mi casa, y tú eres mi carcelera.
—Y según tú, ¿donde queda tu casa?
—No te diré, pues iras y destruirás la paz de allí.
—Bien, mamá.
—Zulma para ti —dijo mientras el humeante guiso iba a su boca una y otra vez.
—Bien, Zulma, me sentaré aquí y esperaré a que termines.
Después de unos minutos terminó su cena. Allí arropada en su caliente cama, se limpió la boca y alcanzando un vaso de agua que tenía sobre su mesa de luz lo bebió de una.
—¿Quieres más? —preguntó Oriana.
—¿Oriana? —preguntó mirándola fijamente—. ¿Oriana, cuando volviste?
—¿Mamá? — Oriana la miraba asombrada, ¿se había acordado de ella?
—Abrázame Oriana, pero rápido hay una mujer que se cree dueña de mí y de seguro me querrá separar de ti.
Oriana abrazó a su madre; ambas quedaron así un largo tiempo. Oriana fue la primera en poner pausa a ese abrazo y acarició un mechón rebelde del lacio y gris pelo de Zulma.
—Lee, Oriana, quiero escuchar una historia más —dijo mientras apuntaba a su mini biblioteca que allí tenía. Oriana se apresuró a tomar el cuaderno que allí estaba. En la tapa se leía el título Los AIDULCS, escrito a mano con tinta azul. Las páginas estaban amarillas. Delataban que hacía muchos años habían sido escritas. Oriana abrió la página señalada con un rosa señalador, y su dulce voz comenzó la lectura.
Y como Gerard había pedido, el vellón estaba mojado y alrededor era toda una sequedad. Este se sintió un poco más seguro de que lo que había visto no era producto de su imaginación, pero en su interior necesitaba más pruebas". Una vez más miró al cielo y le pidió al Dios no conocido que esta vez sea a la inversa, pues necesitaba estar seguro, muy seguro. Él le pide que el vellón esté seco y el rededor mojado, y el Dios no conocido una vez más respondió al pedido de Gerad...
—¿Por qué tanta inseguridad? —preguntó Oriana en silencio, pues los ronquidos de su madre eran cada vez más sonoros.
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Los Aidualcs
Short StoryEn un tranquilo pueblo donde el tiempo parecía detenerse entre las páginas de los libros, vive una abuela, cuya mujer pelea una batalla silenciosa: el Alzheimer. Lúcida en sus mejores momentos, se refugia en la lectura de una de sus historias como u...