—Emilia, ¿está muy enojada mamá?
—No, solo están tomando medidas.
—¿Qué clase de medidas? ¿Nos separarán, Emilia?
—Claro que no, pero no pensemos en eso ahora, leamos un poco más tus historias.
Emilia tomó el cuaderno y abrió donde el indicador de páginas estaba; su abuela se acomodó en la cama de Emilia, tapándose más aún como una niña friolenta.
"Gerard y su sirviente se dirigieron al campamento de los moritas; allí escabullidos escucharon como dos soladados comentaban el sueño que había tenido uno de ellos".
—Tranquilo, vuelve sobre la historia y veremos que significa.
—Que no es una historia, soñé con eso.
—Cuentame.
—Una roca venía rodando sobre el campamento y chocaba contra una de las tiendas; la derribaba.
—¿Solo eso?
—Si me desperté sobresaltado, quizás nos estén advirtiendo algo.
—No cabe duda. Gerard vencerá, pues el Dios no conocido le ha dado la victoria.
Gerad, escuchando esto, regresó donde se encontraban sus soldados.
—¿Abuela?, Gerard, ¿Vencerá realmente? Y cómo es eso de los sueños, es decir, alguna vez te ha pasado.
—Emilia, seguiremos después; estoy algo cansada.
Mas tarde...
Emilia coloreaba junto a su abuela un mandala. Su madre les había cocinado pollo al horno y algunas verduras, Zulma había estado encantada con la comida y Emilia aprovechó el buen humor de su abuela para centrarse en su actividad favorita.
—Me encanta poder compartir contigo esta actividad, abuela.
—Emilia, deja de fingir, ambas sabemos que tú eres mi hermana.
Emilia ya lo suponía, que su abuela la creía su hermana; pero Emilia no se quedaría con la duda e indagaría.
—Lo sé, pero nadie debe enterarse, así que fingiremos —dijo distraída mientras tomaba el color verde para colorear el borde del mandala.
—Sé por qué lo dices, es decir, primero tu enfermedad y luego la carcelera.
Emilia sonrió; su abuela tenía una imaginación de novela.
—Miralas, amor, parecen que se llevaban bien. A mi madre la veo junto a Emilia y parece una niña más.
Tomas la abraza por detrás, depositando un beso en la coronilla de su cabeza.
—Estaremos bien —le susurró al oído.
—Aurora me dio una sugerencia y quiero hablarla contigo—dijo tomándolo de la mano y guiándolo a la sala, donde estarían a gusto—ella piensa que mamá estaría mejor viviendo aquí con nosotros.
Él la miró sorprendido.
—¿Qué sucede?
—Pense que habíamos hablado del tema, es decir, entiendo la sugerencia, pero no podemos permitir que Emilia sea su cuidadora, tú no estás en todo el día y...
—Lo sé, por eso la sugerencia venía de alquilar la casa de mamá y con eso costear una cuidadora para ella.
—¿Oriana?
—Se quedaría aquí hasta que pueda establecerse —Karen lo miró suplicante.
—Creo que es la idea más ridícula que se le ha ocurrido a nuestra amiga, pero si estás tranquila y te hace feliz así será.
Karen sintió el impulso de lanzarse a sus brazos como una niña, pero solo asintió, sonrió y lo besó.
—Gracias.
—Abuela, te va a dejar ciega el sol —dijo Emilia sonriendo mientras su abuela miraba al cielo en busca de algo que ni ella sabía.
—Emilia querida, no has escuchado de los baños de sol; son muy buenos.
Ambas rieron.
—Mira, abuela —le mostró el cuaderno.
—Emilia, ¿no te cansas de esas historias?
—Para nada, quiero saber el final.
—No lo tiene.
Emilia la miró sorprendida.
— ¿Cómo?
—Lee querida, después lo hablaremos.
Gerard dividió a sus hombres en tres grupos; les dio trompetas y cantros, antorchas encendidas... También junto a todo eso les dio ordenes específicas: debían imitarlo a él.
Gerard, una vez ubicado en zona de ataque, tomó su trompeta y les dijo: toquen y griten porque la victoria es nuestra, gracias al Dios no conocido.
Y así lo hicieron, como Gerard lo había ordenado, y los moritas, al escuchar los gritos, salieron de sus tiendas y el Dios no conocido con su magia hacía que se atacaran entre ellos. Capturando al jefe de los moritas.
Al fin accionó; parecía que nunca fuera a pelear—dijo Emilia frunciendo el ceño.
—Gerard te sorprendería.
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Los Aidualcs
Short StoryEn un tranquilo pueblo donde el tiempo parecía detenerse entre las páginas de los libros, vive una abuela, cuya mujer pelea una batalla silenciosa: el Alzheimer. Lúcida en sus mejores momentos, se refugia en la lectura de una de sus historias como u...