Eres la mejor hermana que tengo.

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Las piernas no le respondían como ella desearía; la respiración se le hacía dificultosa, pero lograría escapar de las garras de su captora. Aún no había amanecido y estaba algo frío, pero nadie iba a impedirle llegar a su casa donde la esperaba su madre.

Emilia se revolvió en sus sabanas; notando que había un murmullo en la cocina, se sobresaltó; de seguro a su abuela le había ocurrido algo. Bajó las escaleras y al estar en la cocina vio cómo su abuela al son de un monologo batía unos huevos imaginarios. Emilia se sentó al pie de la escalera y contempló la escena.

Su abuela batía huevos, sacaba y ponía en el sartén cosas que Emilia no podía ver, pero de seguro su abuela sí.

—Emilia querida, a qué hora baja mamá a desayunar.

Emilia quedó un segundo sin emitir sonido, miró el reloj que estaba sobre la ventana del fregadero y dijo: —Falta más de una hora, son seis y media y ella se levanta...

—Siete y media —interrumpió Zulma.

—¿Qué de rico estás cocinando? —Preguntó mientras caminaba para ponerse a su lado.

—El desayuno favorito de mamá, tostadas francesas y té.

–Huele delicioso, ¿me dejas preparar la otra parte?

—¿Otra parte? —Preguntó sin entender.

—Sí, para nosotras, porque mamá no es la única que tiene hambre.

Zulma sonrió como niña: —Eres la mejor hermana que tengo—Emilia sintió que el corazón se había detenido y la respiración era cada vez más escasa. — Te abrazaría, pero por alguna extraña razón no siento mis manos.

Emilia, rápido, tocó las manos de su abuela y notó que estaban heladas; seguramente el frío de la madrugada acabaría por enfermarla. —Quizás debas sentarte y yo terminaré el desayuno —obediente tomó asiento en la mesa redonda que tenían allí, en medio de la pequeña cocina. Emilia buscó la manta que su abuela le había tejido cuando ella era pequeña para cuando viera tele en el sillón, la envolvió y siguió con la tarea de preparar el avena con leche y algunas tostadas.

–Cuida el sartén, que se queman. Emilia, eres algo distraída, por cierto, ¿cómo es que te salvaste de la enfermedad?

Emilia, sin saber qué responder, preguntó, ¿dónde tienes el cuaderno que tiene historias?

Está sobre el sofá; me lo traje porque la que me tiene prisionera quizás lo queme.

Emilia sin esperar tomó el libro y, mientras, seguía con la tarea de revolver la leche para que se cociera la avena.

Comenzó a leer la parte donde Oriana le había leído ya a su abuela y esta le contó lo que había sucedido. Pasmada más de la cuenta siguió.

"Una vez Gerard reunió a su ejército, les dio la directiva del Dios no conocido, que todo aquel que tuviera miedo regresara a su casa". Veintidós mil hombres regresaron a su casa y 10.000 se quedaron al lado de Gerard. Sin embargo, para el Dios no conocido todavía eran muchos hombres. Éste le pidió a Gerard que los llevara a tomar agua a un río cercano y ahí el Dios no conocido le señalaría qué debían hacer. Una vez llegados al río, los hombres comenzaron a beber agua. El Dios no conocido le dio la orden que aquellos que bebían el agua cual perro se quedaran. Fueron un total de 300 hombres.

Gerard decidió acampar a medio camino, pues sus hombres estaban agotados. En medio de la noche, el Dios no conocido le da la orden de atacar o ir con un sirviente al campamento de los moritas.

Gerard, para estar más seguro, elige la segunda opción."

Oriana estaba hecha un torbellino, lloraba y temblaba mientras agitaba sus manos. Le comunicaba a su hermana que su madre se había fugado.

—Oriana, cálmate, ¿desde qué hora falta?

—No lo sé, me desperté, apronté el desayuno y cuando estaba por ir a despertarla me di cuenta que no estaba, la busqué por todos lados... Miro a su alrededor, y se dio cuenta de que estaba rodeada de gente; su hermana trabajaba en la oficina pública. —Lo siento —dijo mientras se abrazaba a sí misma.

—Ven, pasemos a mi escritorio, llamaré a Tomas y veremos que hacemos.

Emilia había escondido a su abuela en su habitación. No quería que su madre las separara nuevamente.

La puerta del cuarto se abrió lentamente y Emilia sabía que estaría en problemas.

¡Emilia! —dijo sorprendido su padre—, tu madre y su hermana están preocupadas y tú la tienes aquí escondida.

—Shh— alcanzó a decir y salió disparada fuera del cuarto.

—¿Me explicas qué es lo que sucede?

—La abuela apareció aquí en la madrugada, charlamos, desayunamos.

—¿Por qué no nos avisaste? Tu madre está muy preocupada y tu tía...

—Diles que la abuela está bien y está conmigo.

—Esto no se quedará así, jovencita.

Emilia lo miró con ganas de decirle unas cuantas palabras, pero sabía que si lo hacía estaría aún más en problemas.

En cuanto fueron enteradas del paradero de su aventurera madre, se dirijieron a la casa.

—La está viendo la doctora, le informó Emilia a su madre, desde un rincón de la cocina.

—¿Se lastimó?

—No, pero estaba muy fría cuando llegó.

—Es muy estresante esta situación —dijo Oriana acercándose al desayunador—. Deberíamos internarla.

—¿Cómo? —preguntó Emilia al borde del colapso.

Oriana miró a su sobrina fijamente y le preguntó: —¿Acaso no tienes clases?

—Oriana, Emilia no es la culpable —le aclaró su hermana Karen.

—Yo tampoco, hermana, mamá necesita ayuda externa, por eso sugiero que la internemos. Creo que es la mejor solución.

-Perdon..- intrumpio la doctora.

—Aurora —saludó sorprendida Oriana—, tanto tiempo sin vernos, estas irreconocibles; al parecer la peluquera que atendió a mi hermana estaba cortando el cabello dos por uno– Emilia se carcajeó; tanto su madre como Aurora tenían el pelo cortado a la misma medida, tipo carré, solo que su madre lo llevaba algo desprolijo.

Aurora no emitió palabra, solo acintió y fijó la mirada en Karen-Zulma está bien de salud, no tiene rasguños, ni síntomas de haberse caído; Emilia hizo bien en ponerla a calentarse en la cama; de otra manera hubiera sufrido una hipotermia.

—Creo que lo mejor sería internarla, ¿qué sugiere usted, doc? —preguntó Oriana.

Aurora garraspeó-Creo que los cambios bruscos alteran su comportamiento y emociones; la internación no debería ser una opción. Les dejo el número de un especialista que les ayudará a que se informen más sobre la enfermedad–Dicho eso, camino a la salida, y dijo: —Si me acompañas, Karen, debemos hablar unas cosas...

Ambas amigas se sentaron en la hamaca que Karen había colocado en el porche el año pasado. La había adquirido en una subasta.

—Karen, te voy a hablar como tu amiga, no internes a Zulma; es obvio que el acercamiento de Oriana la afectó.

–Si, lo se.

—Sugiero que vivan todos juntos aquí en tu casa; sería de gran ayuda para que se sienta contenida. Por todos, podrían alquilar la casa en la que vive ahora y así pueden pagar a alguien que cuide de ella. Y de paso costean la vida glamurosa de Oriana.

Karen sonrió—Debo hablarlo con Tomas; seguramente estará de acuerdo.

—Emilia, es una aliada en todo esto.

Los AidualcsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora