Karen, la mamá de Emilia, lloraba desconsolada sentada en la pequeña sala de su casa. Su cara estaba roja y manchada del rímel que se le escurría por sus mejillas. Tomás, su esposo, la miraba atentamente con una de sus manos apoyada en su rodilla izquierda.
Emilia optó por mirar la escena de lejos, no quería interrumpirlos pero moría de la curiosidad por saber el motivo por el que tenía hecho tiras a su madre.
–No la hemos visto en años, pero ve la oportunidad de sacar ventaja y ahí aparece– decía entre llantos.
–Creo que no estás viendo lo positivo en la situación.
—¿Qué es? Porque sinceramente no veo la gracia en que mi hermana, después de tanto tiempo sin venir, vuelva y quiera quedarse en lo de mamá.
–Tendrás más ayuda de su parte para cuidar a Zulma.
– Tengo todo bajo control.
—Y no tenerlo tampoco es problema.
Emilia entendió muy poco la molestia de su madre; si venía más ayuda para cuidar a su abuela, sería mucho mejor.
Esa tarde se dirigió a la casa de su abuela, entró al lugar donde siempre se reunían, pero no estaba allí. Su corazón comenzó a martillar rápidamente, fue hacia su cuarto pero tampoco estaba allí. Antes de armar un escándalo llamando a la enfermera, sin obtener respuesta, se dirigió al patio y allí estaba su abuela disfrutando del sol invernal. Fue hasta donde estaba y depositando un dulce beso en la mejilla le dijo:–Me asusté cuando no te vi.
–Mi pequeña, quería tomar algo de sol.
Emilia sonrió, buscó con su mirada algo para sentarse a su lado y vio que su abuela tenía el cuaderno de sus historias en su regazo. Emilia no esperó más y se sentó en el frío pasto que apenas asomaba.
–Hoy lo leeré yo– dijo la anciana.
"Había pasado un tiempo, Alan ahora era gobernador de los Aidualc, se lo había ganado por su proeza de haberlos liberado del rey Eglón. Esta vez la batalla que Alan tuvo que enfrentar fue contra 600 hombres del pueblo que los quería gobernar por la fuerza, este pueblo eran los Sioux. Alan no tenía la daga de 30 centímetros, ahora su arma era una aguijada de buey. Era una vara con una punta pequeña de hierro en la extremidad superior, con la cual se pican y aguijonan los bueyes y otros animales cuando tiran del arado o de la carreta. Los mató a cada uno de ellos, ganándose aún más la admiración de los Aidualc.
Alan no era valiente, solo sabía pelear sus batallas con lo que tenía a la mano."
—Yo creo que sí lo era— interrumpió Emilia.

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Los Aidualcs
Historia CortaEn un tranquilo pueblo donde el tiempo parecía detenerse entre las páginas de los libros, vive una abuela, cuya mujer pelea una batalla silenciosa: el Alzheimer. Lúcida en sus mejores momentos, se refugia en la lectura de una de sus historias como u...