Las piezas se mueven

965 105 6
                                    


Helaena:

El sol de la tarde derramaba su luz dorada sobre el patio de entrenamiento, transformando las espadas en destellos metálicos en un baile constante. Seis meses habían transcurrido desde aquel fatídico día, y las cicatrices, tanto físicas como emocionales, empezaban a sanar lentamente en sus hermanos. Aegon había recuperado por completo de la herida en su espalda y se habían sumado hace meses a sus nuevas responsabilidades de entrenamiento. En cambio, Aemond había necesitado más tiempo; sin embargo, su determinación implacable lo había llevado a unirse relativamente rápido, a pesar de la pérdida de su ojo.

Helaena observaba atenta, siguiendo cada movimiento de sus hermanos. Criston Cole, el maestro de armas, se movía entre ellos con la gracia de un felino, corrigiendo posturas y ofreciendo consejos. Su voz, grave y firme, resonaba en el patio.

"Aegon, muchacho, levanta esa espada. La pereza no tiene cabida en el campo de batalla", reprendía al mayor de los hermanos, quien parecía más interesado en las nubes que en el entrenamiento.

Pero era Aemond quien captaba la mayor parte de la atención del maestro. Helaena podía ver la determinación ardiendo en el único ojo de su hermano, una llama alimentada por una ira silenciosa que parecía consumirlo desde dentro.

"Tienes que tener cuidado con tu lado ciego, mi príncipe", repetía Cristol Cool, sus palabras ya familiares para Helaena. "Donde no puedes ver, debes desarrollar tus otros sentidos. La alerta y el oído serán tus mejores aliados. Los demás guerreros verán tu ceguera como una desventaja, pero tú debes demostrarles que no lo es."

Helaena observaba cómo Aemond absorbía cada palabra, cada consejo, con una intensidad casi palpable. Veía cómo su hermano luchaba no solo contra sus oponentes imaginarios, sino contra sus propias limitaciones, forjándose en el fuego de su determinación.

Con ella, Cristol Cole era diferente. Sus instrucciones eran más suaves, más cautelosas, como si temiera que la princesa pudiera romperse con un golpe demasiado fuerte. Helaena sentía una mezcla de frustración y agradecimiento por este trato.

 "¡Tienen que tener fuerza en sus brazos! ¡Mantengan la postura!" La voz de Cole resonaba con autoridad, sus ojos escrutando cada movimiento de sus pupilos reales. Se volvió hacia el mayor de los hermanos, su tono cargado de exasperación. "Aegon, con esa postura, con un soplido te derribarían en el campo de batalla."

Helaena observó cómo su hermano mayor se enderezaba, una mezcla de vergüenza y fastidio cruzando su rostro sudoroso. Luego, la mirada penetrante de Cole se posó en ella, y la princesa sintió una oleada de anticipación.

"Helaena," dijo, su voz un poco más suave pero no menos firme, "tienes que tener más determinación al pegar. En el campo de batalla, se devoran a los débiles."

Las palabras de Cole calaron hondo en Helaena.

 "Bien, ha sido suficiente," anunció finalmente Criston Cole, para alivio de los jóvenes Targaryen. Helaena sentía que el brazo le ardía, el hombro a punto de caérsele después de horas de entrenamiento bajo el sol implacable. "Pueden ir a cenar," prosiguió Cole, su voz ahora teñida de una leve aprobación. "Mañana en la tarde los quiero puntuales aquí."

Aegon, Aemond y Helaena asintieron al unísono, demasiado exhaustos para articular palabra. Lentamente, como si sus cuerpos pesaran el doble, comenzaron a caminar juntos hacia sus aposentos.

Helaena entró en sus aposentos, cerrando la puerta tras de sí. Mientras se preparaba para asearse y cambiarse, su mente seguía en el patio de entrenamiento. Las palabras de Criston Cole resonaban en su cabeza: "En el campo de batalla, se devoran a los débiles." Mirándose en el espejo, Helaena se prometió a sí misma que no sería débil. No importaba lo que el futuro trajera. 

Please Let Me Bring My ManDonde viven las historias. Descúbrelo ahora