Noche de los lamentos

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La noticia de la muerte de Laena Velaryon en el parto llegó a la Fortaleza Roja como un susurro sombrío. El rey, a pesar de su deterioro físico, insistió en asistir al funeral. Así fue como Helaena y todos sus hermanos partieron en sus dragones, excepto Aemond, cuyo huevo nunca había eclosionado y que aún no había logrado reclamar a una de estas majestuosas bestias, por ello viajo con la reina en el Barco

Al llegar, Helaena se refugió en una esquina, intentando escapar de las miradas indiscretas. A sus once años, recién entrando en la adolescencia y sin haber florecido aún, los susurros y cuchicheos de los presentes la atormentaban. "Es menos bonita que su media hermana", "Está pasada de peso", "No es tan hermosa como una Targaryen", decían las voces crueles que llegaban a sus oídos, sembrando semillas de inseguridad en su joven corazón.

Cuando el cuerpo de Laena fue entregado a las aguas del mar, la familia regresó al castillo de los Velaryon. Helaena buscó con la mirada a su hermano Aegon, pero lo había perdido de vista hacía rato. Lo último que había escuchado de él era una conversación con Aemond, confirmando sus temores sobre su futuro esposo. Aegon, a tan corta edad, ya se comportaba como un desperdicio, un lujurioso y un borracho. La idea de estar comprometida con él llenaba a Helaena de aprensión. ¿Cambiaría algún día? La joven princesa lo veía poco probable, y este pensamiento pesaba sobre ella como una sombra en medio del luto que los rodeaba.

Ya en sus aposentos, Helaena cayó en los brazos de Morfeo. En medio de sus sueños, veía dos siluetas arrancándose sus vestidos, unos verdes y otros negros. De repente, abrió los ojos, sobresaltada por el ruido de movimientos fuera de su recámara. De un solo golpe, vio entrar a sus criadas para despertarla.

"Su madre requiere su presencia, princesa", anunciaron mientras la vestían apresuradamente. La llevaron por los pasillos, donde se encontró con su hermano Aegon, también en camino.

"¿Sabes por qué madre nos quiere?", preguntó su hermano.

"No", respondió Helaena, tan confundida como él.

Al llegar, los dos hermanos vieron a la reina arrodillada junto a su hermano Aemond. Acercándose más, notaron a un maestre con agujas, cosiendo cerca de la cara del joven príncipe. Ya a su lado, vieron un tajo enorme en su rostro.

"¿Podrá recuperar la vista?", se oyó la voz angustiada de su madre.

"No, mi reina. Es un corte muy profundo, ya no podrá ver más por ese ojo", respondió el maestre con pesar.

"¿Qué pasó?", preguntó Helaena con voz helada.

Su madre no alcanzó a contestarle cuando llegaron el rey, y unos minutos más tarde su media hermana Rhaenyra junto con Daemon que se quedó parado a la puerta. Esta corrió hacia sus hijos, a quienes antes no había notado, viendo que estaban llenos de tierra y sangre. Lucerys tenía la nariz sangrando. Más allá, vio también a las hijas de Daemon, sucias y asustadas.

Helaena y Aegon se hicieron una pequeña idea de lo sucedido, pero sin comprender del todo la magnitud del incidente que acababa de cambiar el curso de sus vidas y el del reino.

Todo lo que sucedió después fue un caos desbordante de gritos. Los dos últimos hermanos se enteraron de que Aemond había reclamado el dragón de la recién fallecida Laena. desencadenando una acalorada disputa entre primos y sobrinos, La tensión alcanzó su punto culminante cuando Lucerys, en un arrebato de furia, hirió a Aemond dejándolo con un ojo ensangrentado, los gritos de los niños gritando y tratando de explicar lo acontecidos aturdían a los presentes.

¡SILENCIO! grito el rey, todos en la sala se callaron

La princesa Rhaenyra, con el rostro tenso pero decidido, dio un paso al frente. Su voz resonó clara y firme en el repentino silencio

"Majestad, mis hijos han sido acusados de bastardía. sus nietos los pretendientes al trono" 

El rey Viserys palideció visiblemente. Sus ojos se abrieron de par en par mientras musitaba, casi para sí mismo: "¿Qué?"

Rhaenyra, sin perder un ápice de su compostura, continuó: "Exijo que se interrogue al príncipe para descubrir el origen de estas calumnias."

En un rincón de la sala, la princesa Helaena sintió que la sangre se le helaba en las venas. Ella y sus hermanos conocían bien la fuente de aquellos rumores: su propia madre. La reina les había susurrado una y otra vez que los hijos de su media hermana eran bastardos, fruto de la unión entre Rhaenyra y su caballero personal, Ser Harwin Strong.

La tensión en la sala era palpable mientras todos esperaban la respuesta del rey ante tan grave acusación.

El rey Viserys se giró lentamente hacia Aemond. El sonido de su bastón resonaba en la sala de los Velaryon, rompiendo el tenso silencio mientras se acercaba a su hijo. Cada paso parecía amplificar la expectación en el ambiente. Cuando finalmente estuvo frente a él, Viserys clavó su mirada penetrante en los ojos del joven príncipe.

"Aemond," pronunció con voz firme y autoritaria, "quiero la verdad de lo que pasó. Ahora".

Antes de que el muchacho pudiera responder, la voz de la reina Alicent se alzó, cortante como el filo de una espada:

"¿Qué más hay que escuchar? Tu hijo ha sido mutilado", exclamó, para luego dirigir una mirada acusadora hacia Rhaenyra. "Tu hijo fue el responsable".

La princesa Rhaenyra, sintiendo el peso de la acusación, se apresuró a defender a su hijo:

"Fue solo un accidente, ellos solos se defendieron" replicó con urgencia en su voz.

La tensión en la sala se volvió casi tangible. Los presentes contuvieron la respiración mientras el rey miraba fijamente a su hijo.

"Dime dónde escuchaste esa blasfemia. Tu rey demanda una respuesta", su voz resonó con autoridad en el silencio opresivo, que cortaba como un filo recién pulido.

Helaena observó cómo su hermano intercambiaba una mirada con su madre por un breve instante, pero cuando se enfrentó al rey, su respuesta fue clara y directa.

"Aegon", pronunció, rompiendo el silencio con esas simples palabras.

Please Let Me Bring My ManDonde viven las historias. Descúbrelo ahora