Es para mejor

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Los gritos de Helaena comenzaron a resonar en la Fortaleza Roja. La princesa se encontraba una vez más en la cama de parto, lista para traer a su tercer hijo a este mundo. Cada minuto, las contracciones se intensificaban, pero a su lado estaba Aegon, su esposo, quien se había negado rotundamente a abandonar sus aposentos. Su presencia era un consuelo silencioso para Helaena.

—Maldición —susurró ella, apretando los dientes mientras otra oleada de dolor la atravesaba.

El maestre Mellos, con voz serena, anunció: —Por lo que veo, princesa, él bebe no tardara en salir.

—Eso es bueno —dijo Alicent, sosteniendo la mano derecha de su hija—. Tranquila, mi niña.

Aegon se inclinó hacia su esposa, sus labios rozando su oído: —Eres fuerte, cariño. Pronto tendremos a nuestro bebé con nosotros.

—Princesa, debe pujar con todas sus fuerzas —indicó el maestre.

Helaena inhaló profundamente y, con un grito desgarrador, pujó. —¡Aaaah!

—Excelente, princesa. Una vez más, con más vigor", alentó el maestre. Helaena continuó pujando, su cabello empapado en sudor pegándose a su rostro. Aegon, con ternura, apartaba los mechones húmedos, mientras las sirvientas se movían frenéticamente, preparando agua y toallas.

Una contracción más intensa que las anteriores sacudió el cuerpo de Helaena. Con un esfuerzo supremo, pujó y gritó una última vez.

—Ya veo la cabeza, princesa. Un último esfuerzo —demandó el maestre.

—¡Aaaah! —El grito de Helaena resonó en la habitación. Con esa última embestida, sintió que algo abandonaba su cuerpo, y se desplomó exhausta sobre las almohadas.

El llanto del recién nacido llenó la estancia. El maestre lo sostenía mientras las sirvientas se apresuraban a limpiarlo. Momentos después, el bebé, aún protestando contra su brusca llegada al mundo, fue entregado a sus padres.

—Es un varón, mis príncipes, mi reina —anunció el maestre con una sonrisa—. Uno de pulmones fuertes, sin duda —añadió, mientras el llanto del bebé confirmaba sus palabras.

Aegon, pálido como la leche, miraba a su hijo con una mezcla de asombro. El maestre, notando su estado, preguntó preocupado: —¿Se encuentra bien, mi príncipe?

—Sí, no se preocupe —respondió Aegon, aunque el mareo provocado por la visión de la sangre amenazaba con derribarlo.

—¿Qué nombre le darán? —preguntó Alicent, contemplando a su tercer nieto con ternura.

—Maelor —pronunció Helaena con voz suave pero firme. Ese nombre había llegado a ella en sueños, persistente y cargado de significado.

—Helaena, ¿no crees que ese nombre se parece mucho al de cierta persona? —argumentó Alicent, con un dejo de preocupación en su voz.

Aegon, percibiendo la tensión, intervino con firmeza: —Madre, respetamos tu opinión, pero la decisión es nuestra. A mí me parece un nombre hermoso.

—Tranquila, madre. No pasará nada —susurró Helaena, acuñando a su bebé en sus brazos. Sus ojos, cansados pero llenos de amor, no se apartaban del rostro de su hijo recién nacido.

Alicent, reconociendo que era una batalla perdida, guardó silencio. Observó cómo los maestres ordenaban la habitación y limpiaban a Helaena y el lecho. Una vez que todo estuvo en orden y su hija presentable, se dirigió a la puerta para permitir la entrada de su padre y su hijo Aemond, quien había estado cuidando de sus dos sobrinos mayores.

Please Let Me Bring My ManDonde viven las historias. Descúbrelo ahora