Dragones indomables

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Otto Hightower siempre había sido un hombre ambicioso, determinado a superar la sombra de haber nacido como segundo hijo, esa experiencia había forjado en él una determinación feroz, un hambre insaciable de poder y reconocimiento que lo había llevado a las más altas esferas de la corte Targaryen, ser la mano del Rey.

Sin embargo, en su ascenso, Otto se topó con un formidable obstáculo: Daemon Targaryen. Ambos compartían un objetivo en común: el Trono de Hierro. Mientras uno anhelaba que su linaje dominara Y desde las sombras el reinar, el otro buscaba sentarse directamente en el trono.

Otto veía a sus nietos como posibles sucesores, pero con el paso de los años y los meses, se dio cuenta de que no tenía un control absoluto sobre ellos. Pensó que Aegon crecería para convertirse en su marioneta perfecta, un rey Targaryen envuelto en el verde de Hightower. Eso era lo que anhelaba, por lo que había trabajado incansablemente. Pero, Aegon demostró que no podía ser domado, aunque obedecía en sus entrenamientos, lo hacía más por su propia ambición que por las directrices de su abuelo. 

Otto se dio cuenta de que, si no podía controlar al dragón más grande, menos aún a los demás. Lo vio en Aemond y lo vio en Helaena. Sus nietos, como los dragones que montaban, eran indomables. Los tres tenían sus propias aspiraciones, y Otto temía no poder influir lo suficiente en ellos.

Una tarde de invierno los mando a buscar, la Mano del Rey observaba a sus tres nietos con una mezcla de orgullo y aprensión mientras entraban en la habitación. Sus ojos, agudos y calculadores, se detuvieron en Aegon, el mayor de los tres.

Otto sintió un nudo en el estómago al reconocer en su nieto la misma fiereza y arrogancia que había visto en tantos Targaryen a lo largo de los años. Aegon se movía con la gracia y la confianza de alguien que sabía que la sangre del dragón corría por sus venas. Sus ojos violetas, herencia de la antigua Valyria, brillaban con una luz que Otto reconocía como peligrosa.

"Abuelo," saludó Aegon con una sonrisa que no llegaba a sus ojos, "nos has llamado."

Otto asintió, consciente que un paso en falso y podría despertar la ira del dragón. Y los dragones no perdonaban.

"¿Sabes cómo hice heredera a Rhaenyra?" La pregunta quedó suspendida en el aire por un momento. "La única razón por la que los señores aceptaron su nombramiento fue porque la segunda opción era Daemon... Daemon, cuyo único lenguaje es la violencia, que preferiría matar a miles de hombres antes que tratar de escuchar a nadie más que a sí mismo. Tú, nieto, me recuerdas mucho a él."

Las palabras de Otto golpearon a Aegon como un martillo. El joven príncipe, con los ojos ardiendo de furia, estalló:

"¡Si yo fuera como ese monstruo, Viserys, Rhaenyra y el, estarían muertos hace mucho tiempo, quemados por Sunfyre después de que se atrevieron a azotarme por decir la verdad!" 

El solo lo miro 

"Y, sin embargo, hay quienes te miran con temor, Aegon. Aquellos que escuchan las divagaciones borrachas de tu guardia, de tus sirvientas y más. aquellas que se quejan de tu trato duro e injusto hacia ellos. Si sigues así, los nobles te tendrán miedo, tal vez lo suficiente como para elegir al hacedor de bastardo de Rocadragón." Otto hizo una pausa, dejando que sus palabras calaran. "Déjame enseñarte cómo conseguir lo que quieres sin violencia" propuso 

Los tres príncipes lo miraron con cautela, como un dragón mira a su presa antes de quemarla y devorarla

 "bien, pero nos enseñaras a los tres" declaró finalmente.

Una chispa de esperanza se encendió en el interior de Otto. Quizás no todo estaba perdido en los planes que había trazado durante tantos años.

Los meses que siguieron fueron intensos. Otto se sumergió en la tarea de moldear a sus nietos, vertiéndoles todo su conocimiento como quien vierte veneno en una copa de vino dulce. Les enseñó el arte sutil de la manipulación, cómo elegir las palabras precisas para que una persona hiciera todo lo que le pedían sin recurrir a la violencia. Les instruyó sobre todas las casas del reino, sus debilidades y sus creencias más arraigadas.

Please Let Me Bring My ManDonde viven las historias. Descúbrelo ahora