Emma.2

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El día amaneció con un cielo gris que parecía reflejar la tristeza de mi corazón. La ausencia de mi madre se sentía más aguda que nunca, una sombra que me seguía a cada paso mientras me preparaba.

Mi padre había sido un enigma desde su anuncio. No entendía su prisa, ni su insistencia en una unión que claramente no deseaba. ¿Acaso no veía mi desdicha? !0 simplemente elegía ignorarla!

Mientras me vestía, las telas finas y las joyas elegantes parecían una armadura, una barrera entre la verdadera Emma y la que debía presentarse ante el mundo. Cada adorno era un recordatorio de la vida que estaba siendo forzada a aceptar.

Antes de bajar las escaleras, me detuve frente al retrato de mi madre. - Ayúdame - susurré, buscando en su sonrisa pintada la fuerza que necesitaba para enfrentar la noche.

La cena transcurrió en un montón de formalidades y sonrisas vacías. Mi prometido y su familia eran corteses, pero sus palabras se perdían en el eco de mi propia mente. Él inicia la conversación con un comentario trivial sobre el clima, y yo me obligo a sonreír, a asentir, a jugar el papel que se espera de mí.

- La comida está exquisita esta noche, no lo crees? - dice él, y yo murmuro un - Sí - que suena más convincente de lo que siento. Cuando él pregunta sobre mis pasatiempos, me encuentro hablando de libros, fotografías, caballos, pero en mi mente. - Me gusta pasear - le digo - pensando en los atardeceres compartidos con ella.

Él es amable, educado, todo lo que una mujer podría desear, excepto que no era mi Sami, Cada gesto cortés era un recordatorio punzante de lo que estaba sacrificando.

La conversación se desplaza hacia el futuro, hacia los hijos y la vida que supuestamente deseamos construir juntos. - Seremos muy felices - afirma con una sonrisa segura.

- Claro - respondo, sintiendo cómo mi corazón se retuerce con cada palabra no dicha. A medida que la cena avanza, mantengo mi máscara de cortesía, pero por dentro estoy gritando por libertad.
Por cada plan que él describe, yo imagino un mundo alternativo donde Samantha es mi compañera de vida y la madre de nuestros hijos.

La velada termina con promesas y brindis por un futuro juntos. Yo levanto mi copa, pero en el reflejo del vino veo el rostro de Samantha. - Por la felicidad - digo en voz alta, mientras que en silencio añado, - La nuestra, cariño.

Con cada felicitación, sentía cómo se cerraba el cerco alrededor de mi futuro. Pero en lo más profundo de mí, una llama seguía ardiendo, alimentada por el amor que siento por ella. Ese amor sería mi guía, sin importar los obstáculos que mi padre pusiera en mi camino.

Esa noche, en la soledad de mi habitación, las lágrimas fluyeron libremente por la vida que se me estaba siendo arrebatada. Juré en silencio que encontraría una manera de ser fiel a mi corazón, incluso si eso significaba desafiar sus expectativas.

Me dormí con la imagen de Samantha en mi mente, su sonrisa valiente y su espíritu indomable eran mi faro en esta tormenta. Ella era mi verdadero hogar, y lucharía con todas mis fuerzas para regresar a su lado.

Los días se arrastraban como años, cada uno más pesado que el anterior. La necesidad de escuchar la voz de Samantha era una llama que no podía extinguir.
Y así, en un acto de desesperación, tomé el teléfono y marqué el número de la finca.

Mi corazón latía con fuerza en mi pecho cada vez que llamaba, esperando con toda esperanza que Samantha contestara. Pero siempre era la misma voz amable pero firme del ama de llaves la que me saludaba. - Lo siento, señorita Emma - decía con un tono de disculpa que parecía genuino, - Samantha no se encuentra en este momento.

Al principio, me aferré a la creencia de que simplemente había tenido mala suerte, Pero a medida que los días pasaban y cada intento terminaba con la misma respuesta, una semilla de duda comenzó a germinar en mi mente.
¿Y si Samantha ya no quería hablar conmigo? ¿Y si había decidido seguir adelante?

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