Emma.4

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Con Mónica decidí que era un día para la aventura, para ver la ciudad con ojos nuevos. Comenzamos en el mercado, donde cada puesto era un estallido de colores y aromas. Nos reímos mientras probábamos quesos y mermeladas, cada sabor una pequeña celebración.

Caminamos sin destino, dejando que nuestros pies nos guiaran. Los edificios nos contaban historias con sus fachadas y sus sombras, y nosotras escuchábamos, imaginando las vidas detrás de cada ventana. En el parque, el mundo se ralentizaba, y nosotras con él, soñando despiertas bajo el dosel de los árboles.
Encontramos un café escondido que parecía esperarnos. Allí, frente a un atardecer que pintaba el cielo de promesas, hablamos de todo lo que había sido y de todo lo que podría ser. Y supe que esos momentos con Mónica eran tesoros que guardaría en lo más profundo de mi corazon.

_ ¿Te imaginas vivir aquí? Le pregunté, señalando hacia los apartamentos que se asoman sobre el mercado.

Mónica sonríe, siguiendo mi mirada. _ Despertar cada mañana con este bullicio, sería como tener el pulso de la ciudad en la punta de los dedos.

_ Y cada ventana cuenta una historia diferente - añado, pensando en las miles de vidas que se entrelazan en este laberinto urbano.

Ella asiente, su expresión se torna pensativa. _ Es como nosotras, ¿no? Cada una con su propia historia, encontrándose en capítulos inesperados.

Mientras hablábamos, nuestras miradas se detuvieron en la fachada de un antiguo edificio de esquina. Era una obra maestra de la arquitectura Art Nouveau, con elegantes curvas de hierro forjado que se entrelazaban alrededor de las ventanas y puertas, como enredaderas metálicas que florecían en piedra. Los paneles de vidrio coloreado capturaban la luz del sol, proyectando un mosaico de sombras danzantes sobre las aceras. Era un recordatorio de una época pasada, un detalle que hablaba tanto de belleza como de historia, y nos quedamos allí, cautivadas por su encanto.

El murmullo de la ciudad servía de fondo mientras observábamos la fachada; el zumbido suave de las conversaciones cercanas, el ocasional ladrido de un perro, y el ritmo constante de pasos sobre el pavimento. De vez en cuando, el sonido metálico de una campana de bicicleta o el distante claxon de un coche se entremezclaban con la melodía urbana. Sobre todo esto, el viento llevaba consigo fragmentos de música, risas y el tintineo de las tazas de café, creando una sinfonía que encapsulaba la esencia vibrante de la ciudad.

_ Es como si el hierro estuviera vivo, ¿verdad? -  comenté, sin poder apartar la mirada de las curvas del metal.

Mónica asiente, su interés evidente. _ Sí, y mira cómo el vidrio juega con la luz. Es como una paleta de colores que cambia con el sol.

_ Es impresionante cómo algo creado hace tanto tiempo puede sentirse tan atemporal -  digo, maravillada por la habilidad del arquitecto para capturar movimiento en materiales inmóviles.

Ella se apoya en mi hombro, compartiendo el momento. - Es un recordatorio de que la belleza puede encontrarse en los lugares más inesperados.

En medio de nuestro paseo, decidimos probar un carrito de helados que prometía ser el “mejor helado de la ciudad”. Con entusiasmo, pedimos dos conos gigantes, uno de chocolate y otro de fresa. Pero apenas dimos unos pasos, una ráfaga de viento nos sorprendió, haciendo que los sombreros de los transeúntes volaran y nuestros helados… bueno, digamos que terminaron decorando nuestras caras y ropa en lugar de nuestras bocas. Nos miramos, helado goteando y todo, y estallamos en carcajadas. Fue un desastre delicioso y una historia que contaríamos una y otra vez.

El motor del auto de Mónica ronronea suavemente mientras nos deslizamos por las calles nocturnas. - Entonces, ¿qué tienes planeado para tu cumpleaños? - Preguntó.

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