Samantha.7

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Salí apurada de la casa, necesitaba alejarme de ella. Verla con sus ojos cristalizados y su mirada triste después de decirle que estaba con alguien me dolía el corazón. Estaba confundida por su confesión; ¿cómo puede decir que me ama cuando ya tiene una familia?

No me di cuenta de que estaba comenzando a llover. Apuré mis pasos hasta mi camioneta y justo cuando iba a abrirla, alguien me tomó del brazo y me hizo girar.

—¡Qué demonios!.— exclamé, sorprendida.

Era ella. Su rostro estaba empapado, no solo por la lluvia, sino también por las lágrimas que no había podido contener.

—Lo siento —murmuró Emma—. ¿Lo amas?.

—¿Qué?

—Que si lo amas.

Me quedé en silencio, pensando en lo que me preguntaba. ¿Lo amo? No, aún no siento eso por él, pero si lo quiero y mucho.

—¿Por qué me preguntas eso? —respondí.

—¿Por qué no me respondes?

—Sí… lo amo.— mentí.

—No mientas, Sami.

—No te estoy mintiendo, estoy enamorada de él.

Ella me tomó de la cintura y me acercó más a su cuerpo. —Sam, te conozco. Sé cuándo mientes y justo ahora lo estás haciendo.

—Estás loca. — traté de soltarme, pero me fue imposible. —Suéltame, Emma —le exigí.

—No lo haré. Tú no lo amas y ¿sabes por qué?.

Negué con la cabeza. —Porque aún me amas.

Me reí a carcajadas. —Ahora sí se te safó un tornillo.

Me dio una sonrisa coqueta. —Sé que estás enojada, pero te voy a demostrar que aún me quieres.

La miré confusa. —¿Así? ¿Y cómo harás eso? — pregunté.

Podía sentir la tensión en el aire. Sus ojos me miraban con una intensidad que me hacía temblar. Mi corazón latía desbocado, miré sus labios y una mezcla de deseo me recorrió el cuerpo, sabía que el menor movimiento podría desencadenar el beso que ambas anhelábamos.

La lluvia caía con fuerza, empapándonos a ambas. Emma no apartaba su mirada de mis labios, y antes de que pudiera reaccionar, sus labios se encontraron con los míos. El beso se sintió suave, lleno de dulzura y a la vez de una pasión contenida por años, como si el mundo se desmoronara a nuestro alrededor y solo nosotras dos existiéramos en ese momento.

Sentí su mano en mi nuca, acercándome aún más a ella, y aunque mi mente me decía que debía detenerme, mi cuerpo respondía de otra manera. La lluvia nos envolvía, creando una cortina que nos aislaba del resto, pero la realidad se impuso con la fuerza de un trueno.

Me aparté bruscamente, la palma de mi mano encontrando su mejilla en un acto reflejo de negación.

—¿Qué haces? —grité, mi voz temblaba tanto como mis manos.

Emma se quedó allí, con la marca roja emergiendo en su piel y el shock pintado en su rostro.

—Lo siento.— murmuró. —Pensé que…

—No pienses.— le corté. —No sabes lo que estas haciendo, estoy con Lucas.

No esperé a ver la comprensión o el dolor en sus ojos; me di la vuelta y me subí a la camioneta. El motor rugió, y mientras me alejaba, las lágrimas comenzaron a caer. No solo por lo que había hecho, sino por el miedo abrumador de lo que me hacía sentír ese beso y por lo que podía afectar a otros.

Hilos del Destino Donde viven las historias. Descúbrelo ahora