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Carlos llega al departamento con mucho esfuerzo. Todo le da vueltas, y poner la lleve en la cerradura resulta una batalla ardua contra sus lánguidos reflejos de adulto joven ebrio.

Una vez que logra entrar va directo al baño, siguiendo un acto reflejo que lo acompaña la mayoría de las veces tras terminar la fiesta. Mas, esta vez se sorprende al comprender que, a pesar de las náuseas y la desorientación que siente, no tiene ganas de vomitar.

Se mueve con pesadez hasta el pequeño dormitorio único, se deja caer sobre la cama y mira el cuadro que adorna su muro derecho.

Raúl y Valentina, posan junto a él en el living de la casa de playa de sus papás, y aunque la voz de su papá le dice en su cabeza lo decepcionado que se siente por su falta de cariño a la familia, el no siente culpa por no tenerlos en ninguno de los cuadros de las paredes.

Piensa por unos momentos sobre el diagnóstico de su amigo (que en realidad solo fue una pieza completando el puzzle en su cabeza), y, mientras da vueltas en la cama, Mimí trepa hasta su almohada buscando su contacto con su pequeña nariz, pero al no recibir muestra de afecto alguna, empieza a insistir con su pata, dando leves golpes en la mano izquierda de Carlos.

-Mimí, no empecís... —protesta, recibiendo como respuesta el gesto típico de su mascota: subirse en su cabeza y mantenerse ahí, a modo de protesta. —supongo que no me vai a dejar descansar.

El hombre se para con lentitud para evitar el mareo, mientras sostiene al gato en sus brazos, camina hasta la cocina y mira el plato de Mimí. Suelta un suspiro al ver el cuenco, que aún tiene algunas croquetas, busca la bolsa en la alacena y lo llena otra vez.

—Que te quede poco no significa que no vas a comer nunca más, ridículo. —El felino le devuelve la mirada, cierra los ojos un instante y empieza a comer.

Carlos pone agua en el hervidor y busca pan en el congelador. Parte una marraqueta en dos, corta a la mitad los dientes de la masa y los pone en el tostador.

Mientras espera a que el pan se descongele mira a su gato, cuyo pelaje naranja y blanco se acomoda para comer y masticar. No puede evitar sentir el silencio del departamento, sus muros blancos sin adornos ni pintura, los pocos pero bonitos muebles y el televisor de lcd que Raúl le regaló la navidad pasada, y aunque le duele pensar en su vida anterior, las comodidades que dejó atrás y la familia que ya casi no ve, no cambiaría por nada la paz que le da el pequeño hogar que se ha construido.

Entonces suena su celular, mira la pantalla y ve el nombre junto al sobre pixeleado de colores.

Jaime:

La pasé bien anoche... se podría repetir 1313.

Carlos piensa un momento en su respuesta, repasando el carrete de la noche anterior, y muy a su pesar, discrepa con Jaime, su ex, con quien se sigue viendo de vez en cuando, sorprendiéndose al sentirse cansado. La noche de trago y sexo no fue lo qué esperaba, pero no logra entender la razón.

Sigue pensando en su repuesta mientras arma su pan con jamón y queso, pero por más vueltas que le da, no puede ni entenderse ni enviar una respuesta.

Toma su desayuno en el comedor americano y luego vuelve a acostarse.

Cuando despierta ya es de madrugada, y el estómago le ruge de hambre, y apenas ve a Mimi durmiendo al otro lado de la cama le reclama:

—cuál es la idea de tener un despertador si no funciona?

Viaja a la cocina otra vez, calienta los restos de comida china del día anterior y prende el televisor. Se dedica casi diez minutos a hacer zapping sin encontrar nada que le guste, se pone de pie de un salto y se acerca a la ventana del departamento, hace a un lado la cortina y mira hacia abajo, en dirección al Parque Almagro, acerca una silla, abre la ventana y, tras encender un cigarrillo se sienta a mirar el parque, donde puede ver pasear a unas pocas personas, a pesar de la hora, un día domingo.

Logra divisar un par de parejas, una mujer joven y un hombre un poco mayor que ella, que caminan a paso rápido hacia algún lado con actitud acaramelada. Muy acaramelada...

Se concentra en el hombre, que besa a su pareja con fogosidad, recorriendo su cuerpo con las manos hasta llegar a sus glúteos. Ella devuelve el gesto con mucha más precisión, posando su mano izquierda en su entrepierna, y cuando el recorrido repetitivo comienza, se da cuenta de lo que está haciendo. Carlos mueve la cabeza para despejarse, justo cuando la pareja parece llegar a su edificio, y otra vez lo alberga la pena.

Su tren de pensamiento lo lleva a pensar en Jaime, recordando entonces que no respondió su mensaje. Busca su teléfono alrededor, y lo encuentra sobre la mesa americana. Toma el aparato y enciende la pequeña pantalla de colores, donde el sobre pixeleado le avisa sobre tres mensajes recibidos.

Accede a la carpeta y encuentra el buzón de Jaime junto al número dos, mientras el restante es una promoción de la compañía telefónica.

Jaime:

No me vas a decir nada????

Aquel mensaje tiene más de diez horas de antigüedad, distanciándose solo media hora del primero, mientras el segundo es de hace cuatro horas.

Jaime:

Ese gatito volverá 1616, siempre vuelve a mi: Z

Por un instante piensa en contestar con una risa, pero en seguida cambia de opinión. La insistencia y seguridad con que se expresa el hombre lo ponen de mal humor, así que toma el celular y lo lanza contra la pared, asustando a Mimi, que intentaba pasar hacia la sala de estar.

El aparato cae al suelo sin complicaciones, agradeciendo que Raúl le insistiera en mantener un celular más antiguo en vez de uno moderno con pantalla táctil.

De todas maneras, tiene ganas de comprar otro, pero ahora tiene otras preocupaciones.


Orquídeas para CarlosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora