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Carlos entra al hospital casi a las dos de la tarde, aunque lleva una hora en los alrededores, fumando, nervioso. Pero sabe que es el momento, porque si no, el tiempo de visitas se va a acabar.

No le avisó a su mamá que iba a ir, así que, la idea de verla allí lo pone nervioso, porque sería enfrentar demasiadas cosas al mismo tiempo.

Se acerca al mesón de informaciones, pregunta por Arcaico Larraín y, cuando le entregan los datos hospitalarios de su papá, le indican que la hora de visitas se extiende hasta las cuatro de la tarde, lo que lo hace sentir tonto de inmediato.

Abandona el módulo de informaciones y camina hasta las escaleras, sube un par de pisos y encuentra el área indicada. Busca a paso lento los números de las habitaciones y, cuando llega al número 13, su celular emite una breve vibración. Saca el aparato para ver, y, mientras empieza a leer, la puerta se abre. Levanta la cabeza y ve a su mamá y a su hermano Pato.

Su estómago se contrae.

—Carlos, te dije que...

—No, me dijiste que él quería verme —la interrumpe—, y después que no sabías si era buena id...

—Carlos, no seai mal educado con la mamá —alega Patricio, con la papa en la voz.

—Patito, no, si Carlos igual tiene razón. —La expresión de la mujer, bajita y con voz demasiado aguda para una adulta delata nervios.

—¿Cómo está? —pregunta Carlos.

—Estable, por ahora. Los médicos dicen que tuvo suerte de que la trombosis se formara en la pierna, y también de que haya resistido el infarto.

—Nunca ha sido muy bueno para comer sano ni hacer ejercicio... —inquiere Carlos.

—Pero su trabajo nos dio la vida que tenemos, weón —responde Pato, irritado e hiriente.

—Pato, Carlos, ya...

—Dile a este maricón que se vaya mejor —continúa Patricio, mientras vuelve a abrir la puerta—, ven, mamá, esperemos mejor para salir.

—Tu tampoco erís un santo, Patito, ¿o ya se te olvidaron los carretes donde las Valdivieso?

—Yo ya maduré, fleto, ahora tengo un trabajo decente —replica Patricio, cuando la voz de su papá llega de detrás de la puerta.

—¿Carlos?

—¿Sabís qué? ¿Saben qué? No sé pa qué vine. Se nota al tiro que siguen siendo la misma familia hipócrita de hace seis años atrás. —increpa Carlos, mientras sus ojos se nublan de lágrimas, ignorando el llamado de su papá.

—¿Qué pasó, Pato? —pregunta la voz de don Arcaico.

—Nada, papá, este weón ya se va. —Patricio toma el brazo de su madre, con más fuerza de la necesaria, tirando de ella hacia la habitación mientras mira a su hermano. Su mamá lo mira por un breve segundo, desviando sus ojos en otra dirección. Pato cierra de un portazo.

Carlos se queda de pie en el pasillo un par de minutos, sin atinar a qué hacer. Puede escuchar una discusión dentro de la habitación, mas, la mordacidad en la voz de su hermano y la mirada huidiza de su mamá le dejaron claro que nada había cambiado. El pasado sigue presente, y no da pistas de cambiar. Si bien, antes de llegar llegar pensó que podía quedarse un rato, aun considerando la posible reacción de su familia, el dolor de haber esperado demasiado le escuece, porque sabe que no pueden darle lo que necesita.

Se enjuga las lágrimas, mira la puerta una última vez y empieza a caminar.

Ya afuera del hospital, busca un cigarro de la caja, encontrando el último, bota el envoltorio vacío a un basurero con fuerza, prende el cilindro con su encendedor y deja que el humo lo llene por dentro, esperando que lo relaje, aunque sea un poco, pero la calma no llega. Al contrario, la pena lo inunda con más fuerza, y entre sollozos desconsolados, llama a Raúl.


Orquídeas para CarlosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora