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Quien abre la puerta es Valentina, que, por su estatura, aún no alcanza a mirar por la mirilla, y lo primero que sale de su boca preocupa a Carlos:

—¿Qué hacís acá? —La pre adolescente da un paso hacia atrás, y un hombre alto, de contextura delgada y musculosa le devuelve una mirada de ternura.

—Pensé que no te acordabas de mi... ¿Vale, no cierto?

—Siempre me acuerdo de los que me caen mal —responde Vale, con voz tensa, aunque la última palabra sale un poco más aguda de lo que intentaba proyectar, alertando al resto de la fiesta de la situación. La muchacha mira a su tío por un instante, tratando de iniciar una conversación telepática en busca de refuerzos, para después, volver la vista al recién llegado.

—Jaime —dice Carlos, aguantándole la mirada por unos segundos, desviando la vista hacia su sobrina luego. Camina hacia la entrada, toma a Valentina por los hombros y, con sutileza, la dirige hacia su papá—. ¿Qué hacís acá?

—¿Tu también? —La cara delgada de Jaime, enmarcada por una barba muy bien cortada compone una expresión divertida, que solo parece hacerle gracia a él.

—Te había respondido que no quería volver a verte po'h. —El cumpleañero cruza los brazos y tensa los hombros, tratando de demostrar seguridad, pero sus manos sudorosas y el movimiento de sus dedos no pasan desapercibidos para el recién llegado.

—Ya, pero tampoco hablamos las cosas como corresponde. —La voz de Jaime es baja y calmada, llena de un terciopelo que siempre logra convencerlo. Mientras habla, el hombre toma la mano de Carlos con delicadeza, en un gesto galante que amenaza con derretirlo, repitiendo en su interior el mantra que tanto tiempo le costó construir y comenzar a creer «No puedo volver a esto».

—Es que no hay mucho que hablar. —Carlos retira su mano, con expresión nerviosa. Vuelve a mirar por sobre su hombro, llenándose su cabeza de preguntas sobre qué estarán pensando los demás. Es verdad, sabe que sus amigos lo apoyan, pero no puede evitar sentirse expuesto, cual si su vida amorosa hubiese pasado a ser un espectáculo del dominio público.

—Es que la última vez que nos vimos no hablamos mucho que digamos... —No podía negar que la expresión de Jaime lo seguía excitando, y no fue consciente de cómo sus anteriores pensamientos desaparecieron ante aquella insinuación. Pero ese no era ni el momento ni el lugar—. Sal un poco y hablamos. No te voy a robar por tanto tiempo, oh.

Carlos está a punto de obedecer, cuando una canción que no conoce empieza a sonar a todo volumen.

Pasan unos pocos segundos de melodía, cuando entra la letra:

«No te invité a mi cumpleaños

Y en la fiesta nadie dijo te extraño

Hacías muy mal el baile del caño

Por eso me alejo de tu rebaño»

De pronto, Jaime mira a la multitud, descubriendo que todos los ojos están clavados en él, y la mayoría de las expresiones muestran disgusto.

«Tu excitación fue siempre un engaño

Y eso muestra que en tu cerebro hay un daño»

—Vale, ya, corta eso —ordena Carlos a su sobrina, con un tono más conciliador que molesto. La niña lo mira, se sonríe y, apenas terminan los siguientes versos, pausa la música.

«Ay que fantástica y amena está mi fiesta

Mi súper cumpleaños sin gente que apesta»

—Jaime, ándate —La cara del hombre, de facciones atractivas y varoniles está roja. Retrocede un par de pasos hacia la entrada, mira por última vez a Carlos, y, sin decir ni una palabra más, sale, cerrando la puerta con delicadeza.

Orquídeas para CarlosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora