Si bien, al momento de llamar esperaba poder hablar con Raúl, apenas le cuenta lo sucedido y su estado actual, éste cuelga el teléfono, dejándolo con la duda sobre qué hará su amigo al final.
Mientras espera, la ansiedad vuelve a atacarlo, amplificada por la falta de tabaco, pues, el cigarro que encendió al llegar a la entrada era el último que le quedaba. Su mente se llena de recuerdos del pasado; la pasividad de su madre, que resultaba en un apoyo ambivalente a su proceso de descubrimiento; las constantes burlas de Pato, que movido por sus amigos y sus tíos hacía notar cada vez que podía lo «amanerado» de Carlos; las discusiones con su papá, que rara vez estaba en la casa, y cuando lo hacía, solía estar tras una pared en su despacho.
Aquellas imágenes se mezclan con los pasillos del hospital y el reciente encuentro, haciéndolo rabiar, impacientándose por el abrupto corte de teléfono de su amigo y su tardanza.
Y, mientras continúa su torbellino mental, tras poco menos de una hora, Raúl aparece en las afueras de la clínica, baja de un taxi, visiblemente agitado, encontrando a su amigo sentado en un tocón de tronco, a unos metros de la reja del establecimiento.
—Te traje una cajetilla —dice Raúl, al tiempo que la saca de un bolsillo. Carlos le agradece con una sonrisa agridulce, y su amigo se lo queda mirando.
—Tengo que verme horrible pa que me mirís así —bromea Carlos, sin convicción—. ¿Cómo llegaste tan rápido?
—Me viste pos, en taxi.
—pero tu turno termina a las seis pos, y son con suerte las tres y media. —Carlos saca el film plástico de la cajetilla mientras habla.
—Le expliqué a Don Exe que no salió bien tu visita, y el mismo me pidió el taxi.
—Hay que reconocer que nos sacamos la lotería con el caballero —admite Carlos.
—Sí, ha sido re buena persona con nosotros.
—En especial contigo —Carlos enciende un cigarrillo mientras habla, por lo que no logra articular del todo sus palabras—. A mi se me hace que erís su favorito.
—No, no creo, Carlos, si yo he visto que trata bien a casi todos... —contradice Raúl, para terminar encogiéndose de hombros.
—Ya, ¿pero a quién más le paga un viaje en taxi hasta La Dehesa?
—A ti te dejó tomarte el día pos —alega Raúl.
—Porque tu me cubriste el turno —recuerda Carlos, con voz arrastrada y grave. —Si todos saben que tú haces el trabajo de cuatro, fácil.
—De cinco... —El fumador mira a su amigo con expresión acusatoria, y este agrega un «ya» a modo de disculpa—. ¿Tan mal salió?
—el perfecto del Patito me puso en su lugar y se llevó a mi mamá —dice Carlos, con voz sardónica.
—Pero tu papá preguntó por ti pos.
—Sí, pero después del infarto, lo más probable es que hayan tratado de calmarlo y... —Carlos vuelve a llorar— decidí irme, pa no molestar más.
Raúl no sabe qué decir, limitándose a mirar a su amigo hacia abajo, pues no hay otro lugar en qué sentarse a parte del tocón.
—No sé si lo vuelva a intentar, Rau. No sé qué sacó. —Carlos saca su celular del bolsillo, mira la pantalla y encuentra varias llamadas perdidas de su mamá, pero prefiere ignorarlas. Se pone de pie, bota la colilla del cigarro al piso y la aplasta con su pie, haciéndole un gesto a Raúl para que caminen.
—Recoge esa weá. —exige Raúl a su amigo, con gesto acusativo, este lo mira un momento, y decide obedecer sin chistar. Devuelve la colilla a su mano con expresión asustada, sin quitarle la vista de encima a su amigo, quien hace lo mismo, busca un basurero con la vista y se adelanta para botar el residuo.
Caminan un rato a paso lento en silencio. Carlos prende otro cigarrillo y Raúl mira el paisaje, lleno de verde, asombrado por lo cuidado del sector, a lo cual su amigo aclara que todas las comunas, desde Vitacura hacia arriba son así.
Van bajando por El Rodeo hacia Avenida La Dehesa, cuando Carlos ve pasar en un auto un rostro familiar. Mira con más atención y ve el rostro volteado de su madre, que lo saluda con un gesto tímido de su mano, mientras su hermano va al volante, no sabe si ignorándolo adrede, o si de verdad no lo ve. Piensa por un segundo en devolver el gesto de su madre, no obstante, a penas siente su brazo subir, más por un reflejo, decide no hacerlo.
—Mi hermano siempre fue un sacowea. —dice Carlos, de pronto—. Siento que hasta mi papá es más persona que él.
—Pensé que lo había sacado de él —aventura Raúl.
—No. En el Nido de Águilas son todos igual de aweonaos —aclara Carlos—. O sea, no todos, si igual hay gente que se salva, pero son los menos... tampoco los culpo, si es el mundo donde se criaron, y saben que están destinados a ser dueños de empresas, multinacionales y tanta weá más.
—Se te sale todo lo chucheta cuando hablas de tu familia y todo esto —dice Raúl, señalando con la cabeza a su alrededor.
—Yo también me crie en esa, pero supongo que nunca encajé mucho, menos al ser gay. —Carlos piensa por un momento— o Tal vez por ser gay.
—Oscar Wilde era de clase muy acomodada, y todo el mundo dice que al ser homosexual en ese tipo de mundo fue que ganó la sensibilidad literaria que tenía.
—Al menos tengo una ventaja frente a él, si lo pones así.
—¿Por qué?
—Porque a el lo mataron por ser gay; a mí, mi familia me echó de la casa, pseudo me mató en el registro, pero al menos sigo vivo. —Raúl se limita a asentir en aprobación a sus palabras.
Carlos saca el celular una vez más, revisa las llamadas perdidas, y, tras mirar el ícono de mensaje de texto, recuerda el sms que recibió antes de encontrarse con su mamá. Presiona la tecla de atajo y ve su bandeja de entrada. Además del mensaje sin responder de Jaime, solo encuentra textos de números desconocidos y publicidades de la empresa telefónica. Abre el último mensaje recibido y lo lee, mordiéndose el labio inferior:
Desconocido:
¿Te gustaron las flores?
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Orquídeas para Carlos
RomanceCarlos se ve envuelto en un misterio, pues una persona desconocida le ha hecho un hermoso e inesperado regalo, que pondrá su mundo de cabeza, haciéndolo enfrentar un pasado que no quiere recordar, y un futuro incierto que teme explorar.