Capitulo 18

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Al abrir los ojos con cuidado veo que estoy fuera del bus. Rodeada de tres hombres que me están tratando las heridas, sobre todo la de mi frente que es la que más duele.


Ellos tres al ver que poco a poco estoy volviendo, intenta hacerme preguntas, preguntas que no logro entender bien entre la confusión de lo que me ha pasado. Sin saber muy bien cómo terminé ahí, intento ver a mi alrededor girando mi cabeza hacia un lado.

Las ratas, al parecer, han desaparecido, pero el miedo persiste en el aire. Los pasajeros, aturdidos, comienzan a salir de su estado de shock. Me doy cuenta de que, aunque el peligro inmediato ha pasado, la experiencia me ha dejado marcada.

Miro a mi alrededor, buscando respuestas, preguntándome qué fue lo que realmente sucedió. ¿Fue solo un momento de locura? ¿O hay algo más profundo que me empujó a actuar de esa manera? La adrenalina comienza a desvanecerse, y con ella, la confusión se convierte en una inquietante claridad.

El caos a mi alrededor es abrumador. El humo se eleva en espirales, y el olor a quemado se mezcla con el sudor y el miedo de los demás pasajeros. A pesar de la situación, una extraña calma me envuelve. Me levanto con una mano en la frente para revisar la herida, pero veo que ha ya ha Sido tratada y vendada; muy posiblemente por los tres hombres a mi alrededor. Me levanto con cuidado haciendo que los tres hombres den un grito ahogado. Sin darle mucha importancia me sacudo el polvo de la ropa y miro a mi alrededor, tratando de entender lo que ha sucedido.

-disculpe...- le dirijo la palabra a los tres hombre con al voz un poco ronca- ¿Que horas es?

Uno de ellos, el más bajito de ellos de tez morena se levanta.

-Es... Es mediodía.

La gente murmura, algunos lloran, otros intentan ayudar a los heridos. Me acerco a un grupo que está tratando de calmar a una mujer que parece estar en shock.

-¿Estás bien?-, le pregunto, aunque en el fondo sé que todos estamos un poco fuera de lugar, como si el tiempo se hubiera detenido en ese instante de terror.

El hombre que me dio la hora se acerca, aún temblando.

-No puedo creer que estés de pie- dice, sus ojos abiertos como platos. -Pensé que no lo lograrías. ¡Tu heridas eran más que graves! ¡Y te has logrado levantar como si nada!

Sonrío, aunque no estoy segura de por qué. Quizás es la adrenalina, o tal vez una forma de negación.

-Estoy bien-, repito, aunque en el fondo sé que no es del todo cierto. La realidad de lo que ha pasado comienza a filtrarse en mi mente, y con ella, la preocupación por los demás-. De verdad le agradezco que se haya preocupado y me hayan atendido, pero fuera del vértigo, me siento normal.


Al ver la situación en la que puse a mucha gente y al no ser mucho lo que están ayudando. Decido que no puedo quedarme de brazos cruzados.

-Vamos a ayudar... Quiero ayudar. Lo necesito hacer- digo con la más sincera de las sonrisas, aunque no dura mucho tiempo en mi rostro ya que siento un dolor indescriptible.

El hombre asiente aún confundido por mi estado de salud. El me pide que me asome al bus a ver si ha quedado alguien que aún no ha logrado salir.

Al saber la posibilidad de que aún quede alguien, corro hacia el autobús, que ahora es solo un esqueleto humeante. La gente me mira, sorprendida, pero sigo adelante. No puedo dejar que el miedo me paralice.

Mientras me acerco, veo a un hombre atrapado entre los escombros. Su rostro está cubierto de hollín, pero sus ojos reflejan un pánico que me atraviesa. Sin pensarlo, me agacho y le ofrezco mi mano.

Un Cruel Ángel Donde viven las historias. Descúbrelo ahora