Capitulo 19

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Decido que no puedo dejar que la vergüenza me detenga. Necesito comer y atender mis heridas, así que respiro hondo y sigo adelante. Al pasar por un pequeño puesto de tacos, el olor a carne asada me atrapa. Miro a mi alrededor; no parece haber nadie conocido, así que me acerco.

—¿Unos tacos? —pregunta el vendedor con una sonrisa amable.

—Sí, por favor —respondo, tratando de ocultar mi nerviosismo. Mientras espero, me doy cuenta de que la gente está demasiado ocupada disfrutando de su comida como para fijarse en mí.

¡Díos! ¡No puedo creer que acepte que me den comida por qué les doy pena!

Con un par de tacos en la mano, busco un lugar donde sentarme. ¡Que pena ni que nada! ¡Tengo hambre! Y si me dan más yo no pongo objeción.

Encuentro un banco en un parque cercano, donde puedo comer y, al mismo tiempo, observar a la gente pasar. Mientras muerdo el primer taco, el sabor me llena de satisfacción, y por un momento, olvido mis preocupaciones.

Después de comer, busco un lugar discreto para atender mis heridas. Encuentro un baño público y, con un poco de esfuerzo, logro limpiar y cubrir mis lesiones sintiendo el dolor agudo que me tiene con el rostro apretado. Al mirarme en el espejo, me doy cuenta de que, a pesar de la situación, estoy aquí, enfrentando el día.

Sientiendome mejor, salgo del baño y me dirijo a la calle. La vida sigue, y yo también. Mis pasos resonaban en el silencio abrumador de la calle desierta. En el parque donde estaba, realmente lo que había eran unas seis, o quizás ocho personas caminando, y en el restaurante como unos diez o tal vez menos.

La sensación de ser observada se intensificaba con cada latido de mi corazón. Recordaba la mirada penetrante de Alastor, sus ojos como dos faros en la oscuridad, y el escalofrío que me había recorrido la espalda en aquel momento.

Cada vez siento mas ojos encima de mi. Sin pensarlo dos veces, me echo a correr antes de que me vuelva a aparecer Alastor o pase algo peor. A medida que corría, el aire se volvía más denso, como si la atmósfera misma estuviera cargada de una tensión palpable. Las sombras de los faros y de algunos edificios se alargan y retorcían a mi alrededor, y el eco de mis pasos se mezclaba con un murmullo lejano, casi como un susurro que me llamaba por mi nombre.

No sabía a dónde iba, pero la necesidad de escapar me empujaba hacia adelante. Las luces de las casas estaban apagadas, y las cortinas cerradas parecían ocultar secretos oscuros. ¿Dónde estaban todos? ¿Por qué el mundo se había detenido de esta manera?

De repente, un sonido rompió el silencio: un crujido detrás de mí. Me detuve en seco, girando la cabeza con cautela. La oscuridad parecía cobrar vida, y la figura de Alastor se dibujaba en la penumbra, su sonrisa torcida iluminada por la tenue luz de la luna.

—¿A dónde crees que vas?— preguntó con una voz que resonaba como un eco en mi mente.

El miedo me paralizó, pero la adrenalina me empujó a seguir corriendo. Sabía que no podía dejar que me atrapara. La tarde se sentía como un laberinto, y yo era solo una presa en su juego.


A mi alrededor las sombras se alargan y se retuercen, como si tuvieran vida propia. El eco de mis pasos resuena en el silencio, interrumpido solo por el murmullo del viento que arrastra hojas secas. A medida que me adentro en la oscuridad, la sensación de ser observado se intensifica, como si las sombras estuvieran al acecho.

De repente, un estruendo me hace detenerme en seco. Un contenedor de basura cae al suelo, y el sonido reverbera en toda la calle. Mi corazón late con fuerza mientras miro a mi alrededor, buscando la fuente del ruido. No hay nadie. Solo la soledad de la ciudad desierta.

Decido seguir corriendo, pero esta vez con más precaución. Mis sentidos están alerta, y cada pequeño ruido me hace saltar. Las luces de los edificios parpadean, como si estuvieran luchando por mantenerse encendidas. En un instante, una figura oscura aparece a lo lejos, apenas visible entre la neblina que comienza a cubrir las calles.

Me detengo, conteniendo la respiración. La figura se mueve lentamente, como si estuviera explorando el mismo territorio que yo. ¿Es un amigo o un enemigo? La incertidumbre me consume, pero no puedo quedarme ahí parado. Con un impulso de valentía, decido acercarme, manteniendo la distancia.

A medida que me acerco, la figura se vuelve más clara. Es un hombre, con una chaqueta desgastada y una capucha que oculta su rostro. Me mira, y en sus ojos veo una mezcla de miedo y peligro. Sin decir una palabra, él asiente, como si supiera que ambos estamos atrapados en esta misma pesadilla.

-¿Sabes qué está pasando?- le pregunto, mi voz apenas un susurro. Él sacude la cabeza, pero su expresión sugiere que tiene más información de la que está dispuesto a compartir.

De repente, un estruendo más fuerte resuena detrás de nosotros, y ambos giramos la cabeza. Un grupo de sombras se acerca rápidamente, moviéndose con una agilidad inquietante. Sin pensarlo, comenzamos a correr juntos, adentrándonos en la oscuridad de las calles, sin saber a dónde nos llevará esta carrera desesperada.

Los gatos emergen de sus escondites, persiguiéndome sin piedad, rasguñando mis talones con sus garras afiladas. De repente, un perro se lanza hacia mí, derribándome al suelo y desgarrando mi ropa mientras grito de sorpresa y dolor. Las aves, desde las copas de los árboles, se lanzan en picada, sobrevolando mi cabeza como si también quisieran atacarme.

Mis pantalones han quedado hechos jirones, dejándome casi en calzoncillos, y mis pantuflas han desaparecido en el caos, sin que pueda recordar en qué momento las perdí. La franela que llevo puesta está tan destrozada que parece la vestimenta de una prostituta atrapada en una situación desesperada.

He llegado a este punto y no siento vergüenza alguna. Me quito la franela, dejando al descubierto mis sostenes y las cicatrices que tanto los gatos como los perros han dejado en mi piel. Desde mi cuello hasta los cayos de mis pies, mi piel está llena de marcas, y lo único que puedo pensar son en las palabras de Alastor cuando dijo que este es su hogar y nosotras somos las invasoras. ¿Cómo es posible que todo esto esté sucediendo? El suelo está cubierto por enormes nubes oscuras y negras, como si fueran las nueve de la noche en este momento. Y la extraña neblina no sé de dónde viene.

A pesar de que mis fuerzas son escasas y cada paso se siente como un desafío monumental, intento correr nuevamente. Sin embargo, la fatiga me abruma y me detengo casi de inmediato, sintiendo cómo el cansancio se apodera de mi cuerpo.

Al levantar la mirada, mis ojos se encuentran con la figura de una anciana que, con una expresión amable y una sonrisa cálida, sale de su casa. Ella se acerca a mí con una preocupación genuina, preguntando si me encuentro bien. Su voz, suave y reconfortante, me envuelve en un halo de tranquilidad en medio de mi agotamiento.

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⏰ Última actualización: 8 hours ago ⏰

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