PRÓLOGO

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Cuando éramos niños, Jan y yo hicimos una promesa de casarnos cuando cumpliéramos veinticinco años

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Cuando éramos niños, Jan y yo hicimos una promesa de casarnos cuando cumpliéramos veinticinco años. Para él, era un juego inocente, pero para mí, fue la semilla de un sueño que cultivé secretamente. Durante años, guardé en mi corazón cada momento que compartimos juntos. Y al adentrarme en la adolescencia, me di cuenta de que no sería la única chica en su vida. La sensación fue como sentirme sumergida en un lago congelado en medio del invierno, enfrentando la dura realidad. Siempre he sentido que entre nosotros había algo especial; cada indicio de ese sentimiento era otra semilla de esperanza. Sin embargo con el paso de los años, ninguna de ella germinaba. Por más que me pase días, meses y años regándolas, nada parecía funcionar.

La decisión más racional era abandonar y aceptar que nunca sería quien él necesitaba. Sin embargo, en ocasiones es el corazón el que dirige nuestras elecciones. Sé que me quiere, pero no en su totalidad.

Mi vida se reduce a conformarme con pequeños fragmentos de Jan, convenciéndome de que eso es todo lo que merezco. Por eso cuando Aaron llega y se apodera de cada rincón de mi mundo, la desesperación de anhelar algo más se extiende por todo mí ser.

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