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𝗖𝗢𝗡𝗦𝗧𝗔𝗡𝗧𝗜𝗡𝗢𝗩𝗔

Imaginó encontrarse ataviada resolviendo las tareas que su madre dejaba a su cargo ante su ausencia, pero había vuelto al templo y se había encontrado a Atenea esperando por ella. Mantenía el ceño fruncido junto a una mirada vacía, al observarla, reparó en su aspecto desalineado, sabía que era capaz de descifrar todo con una sola mirada, sin embargo, había guardado silencio, decidiendo pasarlo por alto al señalar la armadura al otro extremo de su escritorio.

Pensó que volvería a sentirse diminuta ante su presencia, pero en comparación de otras veces, Atenea mantenía una expresión calmada, sus ojos eran un nubarrón a punto de estallar, pero no de una manera violenta, sino como un mar cargado de emociones que había mantenido enterradas y que ahora mismo parecían hundirla.

Se sentía como una extraña a un lado de su madre, nunca se había esmerado en fortalecer su relación, a diferencia de sus hermanos, ella había sido educada para convertirse en un hábil y perfecto soldado. Atenea había sido una madre para sus demás hijos, incluso héroes que decidía tomar bajo su protección. No podía recordar ni un solo momento donde ambas hubieran podido interactuar como familia más allá de un estricto margen de entrenamiento.

Pero está vez se sentía distinto, tal vez era porque había dejado de esperar algo de ella, o porque la batalla en el Olimpo había logrado escarbar en su mente. No había una razón clara que logrará explicar la manera en que su madre la observaba.

Sus espadas resonaron limpiamente con el filo de la contraria, ambas conocían a la perfección los movimientos de la otra, sabían en qué momento atacarían y el instante en que defenderían. Atenea sonrió, dándole pase directo a su espada, y derribándola con su propio cuerpo al suelo.

Constantinova se dio vuelta, dispuesta a recibir un nuevo ataque o como muchas otras veces, un regaño por la manera en que sujetaba su espada o lo descuidados que habían sido sus movimientos, sin embargo, esta vez no hubo ninguna represalia. Atenea se levantó con el mentón en alto y una leve sonrisa extendiéndose de una de sus comisuras, de manera que pasaba fácilmente desapercibida si no lograbas detallar en ello.

—Tu coraje es el mismo que el de tu padre —aludió, con una mirada y un tono nostálgico fácilmente palpable—. Estoy segura de que estaría orgulloso de quién eres.

Hace varias semanas, en medio de la guerra había soñado con sus padres. Desconocía su propia historia, pero sabía que debía entenderla para afrontar el futuro desesperanzador que las moiras preveían. Sin embargo, no estaba segura de si ese era el momento adecuado.

—¿Por qué murió? —preguntó, arrepintiéndose en el momento al darse cuenta del poco tacto que había utilizado—. Las moiras me han revelado fragmentos. Lo he visto. Te he visto con él y hablar con Zeus.

Atenea que entonces le daba la espalda, mientras guardaba las armas, se giró en su dirección con una expresión dura. Sus orbes grises buscaban consuelo en los suyos, cómo si al mirarla obtuviera el valor que le hacía falta, sin embargo, no en ella, sino como si viese al hombre que una vez amo a través de su reflejo.

—El destino es cruel e inalterable —respondió con una débil sonrisa—, las moiras habían advertido que su primogénito lo llevaría a su muerte. El destino se acomoda a como uno decide tomarlo, muchos habrían optado por deshacerse del suyo para escapar de un indeseado final. Tu padre, Alaric, siempre fue un hombre distinto, veía las cosas de una manera inusual. El no buscó una salida, lo acepto y como pocos murió de una manera honorable. Los hombres que intentaron sinfín de maneras para librarse del suyo terminaron marcando su destino de una forma irónica.

Recordó la historia de su padre, Perseo, su abuela Dánae había terminado en una isla como un intento de su padre para deshacerse tanto de ella como de su nieto. Había huido de su muerte para finalmente ser alcanzando por un disco perdido en un torneo, cumpliéndose ruinmente el destino al que había intentado negarse. De una manera similar, la historia de Alaric y ella había sido la misma, con la diferencia de que su padre se había afrontado abiertamente a este.

𝗚𝗿𝗲𝗲𝗸 𝗧𝗿𝗮𝗴𝗲𝗱𝘆 ² | HoODonde viven las historias. Descúbrelo ahora