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𝗔𝗧𝗘𝗡𝗘𝗔

Constantemente se preguntaba si caer ante la tentación sería realmente malo, o si el Estigio le castigaría cruelmente como las historias de antaño advertían. La pregunta rondó en su mente durante largos meses hasta que finalmente la tormenta cayó.

Recordaba con precisión y detalle las ofrendas con que se le veneraba en la civilización de occidente. Era una figura de poder, fuertemente vinculada a la gloria, los ciudadanos honraban su nombre y le respetaban, solo los héroes más nobles gozaban de su protección y guía.

Durante largos eones había sido así, reconocida por muchos, incluso por sus hermanos, como la hija predilecta de Zeus, la gloria siempre había estado ligada a su nombre desde un inicio. Convirtiéndose al poco tiempo en la imagen de la guerra victoriosa y estratega, siendo la mano derecha de su padre en tiempos grises.

La Grecia Antigua, fue donde mayor apogeo tuvieron los olímpicos, ninguna otra civilización podría comparársele con el impacto que tuvieron entonces, aun así, habían avanzado y adaptado hasta concentrarse en la actual civilización americana.

A menudo la tozudez y egoísmo se relacionaban ampliamente con los dioses, Atenea se jactaba de tener una mente objetiva, en ocasiones siendo molesto para quienes tomaban decisiones por impulsividad, nublándose por sus sentimientos y olvidándose del raciocinio.

Había jurado por el propio río Estigio permanecer como una doncella virgen, concentrándose únicamente en sus habilidades en batalla y sus demás virtudes. Pero el destino a menudo se encuentra trazado mucho antes de que las piezas si quiera se encuentren relacionadas, así había sido el suyo, escrito con un hilo dorado brillante, esperando pacientemente a trenzarse con otro en el momento preciso en que las Moiras lo decretaran de esa forma.

Atenea recordaba el momento en que los hilos de su destino comenzaron a tensarse.

Los rumores no habían tardado en llegar a oídos de su padre, quien con enorme decepción no había dudado en demostrar su furia, desatando un conflicto que lentamente provocaría un enorme declive en su relación.

Con la misma firmeza que eones atrás había enfrentado a su padre, Atenea sostenía con amargo la mirada de su padre. Un nuevo conflicto de interés a ojos de muchos, pero ellos sabían que había mucho más que lo que a simple vista dejaban ver.

Los innumerables consejos donde la presencia de los tres grandes y ella se requería, terminaban por desviarse, volviendo al mismo conflicto que durante años representaba el quiebre de su relación.

Había advertido en lo que vendría pronto, no necesitaba de misivas que le avisaran de un peligro inminente. Tal vez se debiera a un instinto maternal, que le hacía saber que la vida de su hija se encontraba estrechamente vinculado con el mismo peligro que les amenazaba, pero en el momento en que había concordado con Hera, reconoció que, por primera vez su vida dependía únicamente de la decisión de las Moiras.

Era momento de que Constantinova reconociera su naturaleza, el inminente presentimiento sobre ella comenzaba a volverse con mayor claridad cada vez, incluso cuando retenía la fluidez de su sangre.

Los demás dioses habían comenzado a notarlo, Hera había sido la primera, sería cuestión de tiempo para quienes les confrontaban lo hicieran. Había mucho más en juego, pese a las diferencias que compartía con la diosa, sabía que ambas tenían razón.

El destino del Olimpo y el mundo se encontraba estrechamente vinculado con el de Constantinova.

—Hera tiene una idea absurda sobre unir a los semidioses y le considera un pilar importante —confrontó bruscamente ante la falta de respuesta—. No vas a esperar que crea que es una simple coincidencia, que mi esposa haya desaparecido la misma semana en que ella ha escapado.

𝗚𝗿𝗲𝗲𝗸 𝗧𝗿𝗮𝗴𝗲𝗱𝘆 ² | HoODonde viven las historias. Descúbrelo ahora