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𝗛𝗘𝗥𝗠𝗘𝗦

No podía dormir sin antes pensar en ella, sus ojos marrones se mantenían en sus pensamientos cada noche quitándole el sueño.

La había buscado incontables veces después de la última vez que habían hablado, la manera en que aquella conversación había terminado no le dejaba un buen sabor. Todas esas veces que había decidido ir al templo de Atenea, se había acobardado y había vuelto sus pasos.

Pero no era solo eso lo que le preocupaba tanto, sino que desde que había llegado al Olimpo, se había hecho de una sombra que la acompañaba en todo momento. Le había sido imposible hablar con ella, escapaba de él constantemente, sin embargo, esa mañana en que la había visto volver al templo de su madre, no le había tranquilizado demasiado encontrarla.

Lucía su típico vestido blanco perla, que había vuelto a vestir desde que comenzó a residir en el Olimpo, su cabello se encontraba desprolijo en comparación de como usualmente lo llevaba peinado. Su imagen le hacía retroceder el tiempo, como si los años no hubieran pasado y volvieran a encontrarse en la playa donde se habían conocido.

Disipó sus pensamientos, evitando sobre pensar en ellos y llenarse de erróneos escenarios. Estaba seguro de que debía hablar con ella ese mismo día, no podía aplazarlo más tiempo, pero las últimas palabras de Hera habían resonado en su mente trayendo consecutivamente aquello a flote, había insinuado que debía arreglar pronto su situación y para nada servía para mantenerse tranquilo.

Había ignorado sus deberes, se había despertado con gran ímpetu dispuesto a encontrarla. El problema es que no tenía idea de donde podría encontrarse, sabía que ayudaba a su hermana semidiosa a restaurar el Olimpo, pero... esos últimos días, era imposible que estuviera con ella.

—¡Hermes! —La voz de su hermano resonó sobre los chirriantes sonidos metálicos. Hefesto llevaba su barba chamuscada, pero lucía una expresión tranquila—. ¿Qué haces por acá?

De inmediato se tensó, no esperaba encontrarlo y qué preguntaran por lo que hacía, no había pensado en una coartada lo suficientemente convincente, ¿Qué podría hacer el en la sala de trabajo de Hefesto? Él no tenía interés en nada referente a lo que su hermano podía tener en su taller, al contrario de Nova, que tenía una mente hábil y era capaz de desarmar cualquier artefacto para volverlo un arma.

Tal vez fuera los miles de años en que se conocían, viviendo en el mismo caótico Olimpo desde eones, o Hermes fuera demasiado obvio en cuanto a sus sentimientos se tratará, pero Hefesto suavizó su expresión, cambiándola por una mueca que no supo de qué manera interpretar.

Hefesto tomó un paño bastante sucio, para quitar la grasa de sus manos, pero no para deshacerse por completo de ella y la boto de nuevo sobre la mesa, en medio de un revoltijo de chatarra que solo a él podría interesarle.

Comenzó a preocuparse por lo que pudiera decirle, Hefesto era el dios con menos habilidad social, a diferencia suya o de Apolo que parecían expulsar palabras incluso dormidos, aquello había hecho que ambos congeniaran, volviéndose demasiado unidos, al menos hasta hace que el último problema cobrará intensidad.

—La estás buscando, ¿verdad? —No hubo necesidad de mencionarla, ambos sabían a quien se refería—. Es una buena guerrera. Tiene un buen carácter.

Hermes lo observó, no tenía palabras, pero deseaba saber a qué quería llegar su hermano.

—Entiendo por qué la quieres —continuo, dándole la espalda y observando a través de su ventana, indicó con su cabeza hacia una dirección, incitando a que Hermes observara—. Es como su madre en muchos aspectos. Demasiado hábil e inteligente.

𝗚𝗿𝗲𝗲𝗸 𝗧𝗿𝗮𝗴𝗲𝗱𝘆 ² | HoODonde viven las historias. Descúbrelo ahora