𝐏𝐫𝐨𝐥𝐨𝐠𝐮𝐞

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Las antorchas brillaban sobre la cumbre oscura que se cernía sobre la sala, incluso con el crepitar constante del fuego, se aspiraba una atmosfera fría

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Las antorchas brillaban sobre la cumbre oscura que se cernía sobre la sala, incluso con el crepitar constante del fuego, se aspiraba una atmosfera fría.

—Las Moiras han hablado —anunció, su voz resonando en cada muro.

Se observaron en silencio, por primera vez, ninguno tenía algo que decir, pero en la mente de cada uno, un pensamiento similar había ambulado en el instante en que varios pares de ojos se posicionaron sobre su figura.

El fuego vibró, expulsando una brasa humeante que se elevó lo suficiente para iluminar el rostro frívolo de la mujer.

—No podemos irrumpir las profecias... —añadió en un tono calmado—. Será quien provoque nuestra destrucción...pero no podemos detenerla.

—Lo sabías.... Siempre lo supiste —acotó, observándola con decepción—. ¿No es así?

Aquellas breves palabras bastaron para alertarla, su postura neutral y despreocupada adopto una firme y desafiante, en sus ojos era capaz de reflejarse un nubarrón violento.

—¿Qué querías que hiciera? ¿Qué te la entregara y así matarla? —rechistó con un tono amargo y sombrío—. Constantinova es mi hija. Todo lo que hice fue para protegerla de ti.

La sala se cernió en una oscuridad y silencio sepulcral, la mujer de ojos tormentosos levantó su rostro, cualquier atisbo de control había desaparecido, en su lugar, una expresión desafiante y violenta se reflejaba.

—No finjamos que ahora te interesa lo que ocurra con ella.

Su voz interrumpió la discusión que hasta entonces parecía tratarse únicamente de ambos, sus ojos amarillentos se encontraban vibrando en un matiz rojizo, sus mejillas se encontraban coloreadas de manera que su expresión resultaba salvaje.

Durante un instante, ambas se observaron con resentimiento y nostalgia, de alguna manera, ambas tenían los motivos para aferrarse al recuerdo que ambas compartían, pero que habían enterrado, siendo el declive de su relación.

Atenea mantuvo su mirada en ella, decidiendo ignorar sus palabras al volver su atención al resto de olímpicos que se encontraban reunidos.

—Su divinidad corre por sus venas —recordó mordazmente—. Esta vez será casi imposible detenerla... Su aura es poderosa como para ocultar su rastro una vez más.

La mujer hacia un esfuerzo por mantenerse serena, su mentón se encontraba alzado demostrando la fuerza de su carácter, sin embargo, sus manos tamborileaban inquietamente sobre el reposabrazos de su trono.

—Los monstruos ya lo han notado, los titanes lo hicieron... Ellos no tardaron en hacerlo.

—Estamos sentenciados a caer bajo su yugo. Su existencia pondera sobre nosotros el fin de nuestro poder —objetó su padre—. Significa para nosotros nuestro derrocamiento.

Cada vez que hablaba, parecía haber un espectáculo en el cielo, destellos violetas y plateados surcaban las nubes, iluminando el cielo nocturno.

Algunos se removieron con incomodidad en sus asientos, por años, la misma semidiosa que ahora reflejaba una amenaza para ellos, les había servido lealmente, convirtiéndose así en un arma a su propia merced.

Pero para otros, Constantinova no era solo aquella arma que osaban de manejar a su propio antojo, había acogido sus causas y luchado por ellas con el mismo vigor que, si fueran propias, se había vuelto su representante en contables ocasiones.

Constantinova, para muchos o pocos, había sido incluso aquella hija de la que no lograban prescindir.

La última vez que habían estado reunidos, Artemisa había asumido la responsabilidad por aquella semidiosa. Entre todos habían acordado guiarla a su causa, siendo ella quien obrase contra la misma si la situación se descontrolaba.

Se habían limpiado las manos en el momento en que habían perdido su rastro una vez más, cuando la semidiosa había desaparecido de sus paredes y ellos habían tenido que asumir su rol frente a tifón.

—¿Y propones que la matemos? —terció el mayor con voz sombría—. Creo que ella ya tiene una sospecha. Los almas vagan y su presencia abunda mucho en mi territorio.

—Eso es un problema del cual debiste haberte encargado —sentenció Zeus.

—Las piezas aún están incompletas —confrontó Atenea vagamente.

—Constantinova ha sido su arma todo este tiempo —alzó la voz, observando el rostro de cada uno de los presentes—. Solo es cuestión de tiempo para que sean capaces de mirar las cosas con claridad.

Los rostros se giraron hacia la mujer con escepticismo, hace tan solo unas semanas, había sido ella quien había felicitado formalmente su desempeño, ninguno de sus protectores, siquiera su madre había hablado por ella.

—¿Qué es lo que quieres decir? —preguntó Zeus, observándola con interés.

Hera pocas veces mostraba interés por los héroes, en realidad, su odio hacía ellos era lo que mayormente predominaba en su carácter. Entre la diosa y Constantinova existía apenas una nula interacción.

La mujer observó a Atenea, quien permanecía a solo unos tronos del de ella, una sombra ocultaba la mitad de su rostro, ofreciéndole una apariencia más sombría de la que su sola expresión reflejaba.

Ambas se observaron, por primera vez compartiendo el mismo pensamiento central, comprendiendo lo que representaba y lo que estaba próximo a venir. Una breve mirada de entendimiento.

—"Las Moiras han hablado" —recordó sus palabras adquiriendo un tono neutral—. Ya lo has dicho, padre. 









































 

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𝗚𝗿𝗲𝗲𝗸 𝗧𝗿𝗮𝗴𝗲𝗱𝘆 ² | HoODonde viven las historias. Descúbrelo ahora