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𝗖𝗢𝗡𝗦𝗧𝗔𝗡𝗧𝗜𝗡𝗢𝗩𝗔

Caótica. Así podía describir aquella mañana, en la que el campamento había sido sorprendido con el regreso de su dragón, esta vez con modificaciones y cuyo nombre, Leo había decidido denominar Festo.

Aun así, eso era casi intrascendente en relación de sus demás preocupaciones, un gran número de campistas había salido con sus armas preparadas y con armaduras a medido vestir, revelando sus prendas para dormir por debajo de ellas.

El trío de semidioses había partido a los pocos minutos. Constantinova estaba segura de que intentaban mostrarse confiados, pero era evidente la incertidumbre que les golpeaba.

Necesitaba obtener una explicación al miserable destino al que las Moiras la habían ligado. En sus sueños rondaba constantemente un par de ojos amarillentos y afilados, y un siseo que, pese a escucharse lejano y fuera consiente de tratarse de un sueño, le provocaba una sensación de peligro inminente.

Estaba acostumbrada a la oscuridad y la soledad. Artemisa había sido su mentora, creció bajo el ulular de las aves nocturnas, y las respiraciones de las bestias bajo el suave halo plateado que en las noches despejados la luna alumbraba.

Pensaba en ellas como un escape de su mundo, pero ahora no podía evitar sentirse intranquila estando en ella. Como si reconociera que alguien le asechará, esperando el momento para atacarla.

Tal vez por eso había terminado en el punto más alto del campamento, donde mejor podía apreciarse el alba y el atardecer. El mar se mantenía extrañamente inmóvil, como si reconociera que algo no iba bien. Debía serlo, Percy era hijo del mar y había desaparecido.

Tres semanas habían pasado, no había forma de que advirtiera en ello, pero no podía evitar pensar que haber estado ahí podría haber marcado una diferencia. Una mezcla de odio y angustia crecía en ella, pero la sangre derramada no haría que volviera.

Su mano empezó a juguetear distraídamente con el anillo colgando de su cuello, siempre había pertenecido a ella, era lo único que tenía de su padre. Lo traía consigo en todo momento, oculto bajó sus prendas, pero lo suficientemente cerca para sentir la extraña seguridad que aquella pieza le proporcionaba.

—Deberías hablar con alguien —habló por detrás suyo, alertándola—. No quise molestarte, pero en verdad parece que muchas cosas te están abrumando.

—Rachel —saludó débilmente, guardando el colgante bajo la playera del campamento—. No te escuché llegar.

Su comunicación era casi nula, pocas veces la había visto e interactuado con ella, lo poco que sabía sobre ella era lo que Percy le había dicho, además de haberla visto un par de ocasiones en compañía de Apolo.

La pelirroja se sentó a su lado, permaneciendo en silencio igual que ella. Constantinova podía advertir en las miradas sutiles que Rachel le daba, como si estuviera pensándose en preguntarle algo, pero siempre arrepintiéndose y volviendo a observar en frente.

—Suéltalo Rachel. —Constantinova la observó a los ojos, notando como sus mejillas adquirían un tono rojizo—. Eres el oráculo, seguro debes...

—En realidad, ahora mismo mis poderes no están funcionando —confesó, encogiéndose de hombros.

Acomodó su cabello por detrás de sus orejas, volviendo a quedarse en silencio por varios segundos. Percy le había dicho que Rachel era la persona más extrovertida que conocía, aquel comportamiento no le parecía muy propio de quien había descrito.

—Los dioses se han callado —recordó—, desde entonces, el poder de la profecía de Apolo no puede influir en mi como normalmente hacía, lo único que recibo son simples corazonadas.

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⏰ Última actualización: Oct 27 ⏰

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𝗚𝗿𝗲𝗲𝗸 𝗧𝗿𝗮𝗴𝗲𝗱𝘆 ² | HoODonde viven las historias. Descúbrelo ahora