LA MISTERIOSA CONCUBINA

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Abrí los ojos y el mundo se me hizo inmenso. Las ramas y las hojas de los árboles me cubrían, me sostenían. Miraba al suelo desde las alturas con una claridad que jamás había experimentado. Podía distinguir fácilmente una gota de rocío de una de lluvia, una termita de una hormiga, podía ver el sendero de los escarabajos y el momento exacto en que una mariposa rompía su crisálida. Podía escuchar con total claridad los cascos de los caballos al pisar el suelo. Los jinetes hablaban a viva voz, pero yo no sabía oír lo que decían. Los colores eran más intensos, los sonidos más altos y los movimientos más rápidos, aunque todo a mi alrededor parecía haberse aletargado.

Entonces entendí, aunque sin ser consciente de ello, que yo no era yo. Estaba en un cuerpo que no era el mío, en uno más pequeño y ligero. Me encontraba en el interior del bosque y apenas empezaba a amanecer. Los murmullos de otras aves me llegaban a los oídos. "El venado" repetían, "el venado corre peligro" decían. Volaban todas en la misma dirección. Huían. Yo quise saber a qué le temían. Así que, en contra de la voluntad del cuerpo en el que habitaba, volé entre las ramas hasta ver, en un claro, al venado. No era la primera vez que lo veía, era gris y tenía una cornamenta negra. No tenía cómo compararlo, pero podría haber jurado que era mucho más grande que uno normal.

Vi que el venado tenía el cuello erguido y olisqueaba el aire. Sus orejas se movían en varias direcciones. Un chasquido llegó hasta nuestros oídos. El corazón nos palpitaba desbocadamente. De la oscuridad emergió un monstruoso jabalí salvaje. Tenía un par de colmillos curvos de no menos de veinte centímetros y los ojos se le notaban iracundos. Gruñó y aquel gruñido se hizo palabras que no llegué a comprender, quizá se trataba de alguna lengua antigua. El venado lo miraba impasible. No respondió.

Entonces el jabalí arremetió contra el cuerpo del venado y comenzó lo que seguramente habrá sido una batalla violenta. No pude saberlo porque el cuerpo en el que habitaba huyó, ya no tuve control sobre su voluntad.

Desperté segundos después con el corazón agitado y la frente empapada en sudor. Todavía podía escuchar un aleteo contra mis oídos. De no haber despertado en mi cama sana y salva, podría haber jurado que se trataba de algo real. Me levanté y lavé mi cara con el agua de una jarra para alivianar la tensión. Si cerraba los ojos todavía podía ver dentro del bosque y escuchar las voces de las aves.

Desde la ventana, me llegaban rumores de hombres y caballos que se acercaban desde el bosque. Supuse que se trataba de la caravana que acompañaba al heredero en su viaje al palacio. ¿Dónde habría estado todo este tiempo?

Por primera vez desde que llegué a la Casa del Venado, fui yo quien solicitó la presencia de la servidumbre en mi habitación. Las demás veces llegaron a mi puerta casi como una imposición del Ama de Llaves. Las muchachas acudieron a mi llamado rápidamente. Calentaron el agua para mi baño, trajeron el desayuno y una serie de vestidos para que escogiera. Cuando me metí en la cubeta de madera, el agua caliente me recordó las heridas de mis manos, pero ya se veían mucho mejor. Me pregunté si tendría la capacidad de sanarme a mí misma. Sería algo que podría intentar más tarde.

Las doncellas me ayudaron a ponerme un vestido color champagne muy discreto. Me sujetaron el cabello y me perfumaron. Estaba ansiosa por conocer al heredero de Lyskova. Me moría por saber si él estaría tan ansioso como yo. Cuando mi padre me habló de esta propuesta de matrimonio no quería saber nada al respecto, pero desde que abandoné la mansión de mi familia casi no había podido pensar en otra cosa. El descubrimiento de mis dones fue un alivio ante tanta incertidumbre. Hoy por fin se acabaría la espera.

Salí de la habitación casi en contra de la voluntad de las doncellas. Quería irme antes de que llegara el Ama a molestarme. Caminé pegada a la pared para no llamar mucho la atención y llegué al patio interior del palacio. Me escondí detrás de uno de los pilares de la galería. Algunos caballos con sus jinetes habían comenzado a ingresar. Los hombres entregaban las monturas a la servidumbre y se retiraban entre habladurías y carcajadas ininteligibles. Me pregunté si lograría reconocer al heredero con solo verlo, pero no tenía ni la más leve descripción de su persona. Había hombres de todos los tamaños y contexturas, algunos muy atractivos y otros trabajados por el viento y el sol de la intemperie.

─¿Qué estás haciendo? ─dijo alguien a mis espaldas.

La voz no me resultó familiar así que volteé para comprobar de quién se trataba. Era una muchacha muy atractiva: tenía los ojos de un exquisito color miel, el cabello negro y lacio, una piel tan blanca que hasta la más pálida rosa la envidiaría. Me miraba con desdén y me incitó a responder la pregunta nuevamente.

─Soy Incinea Strong, la prometida del heredero ─dije con la voz orgullosa y le dediqué una muy leve reverencia.

─Oh, ya veo ─había un dejo de ironía en sus expresiones, como si algo de mí la divirtiera─, sabía que no eras de por aquí. Aunque podría jurar haberte visto en alguna profecía.

─Provengo de Thalaria, llegué hace apenas algunos días. ¿Tú quién eres? ¿De qué profecía hablas? ─la miré fijamente, intenté parecer tan irónica como ella, pero solo parecía divertirla más.

─Soy Larisa Emberglow, una concubina. Acabo de llegar con la caravana. Pero no te preocupes, puede que no haya visto nada.

Algo de lo que acababa de decirme no cuadraba. Intenté recordar qué había leído sobre los Emberglow. Se trataba de una de las ocho familias más importantes de Lyskova, su insignia era una liebre blanca sobre fondo anaranjado. Descendían de druidas y se pensaba que tenían habilidades proféticas. Pero, y he aquí el motivo de mi confusión, también había dicho ser una concubina. En Lyskova, los nobles tenían permitido, además de tomar esposa, tomar una concubina como amante. Pero estas mujeres pertenecían, por lo general, a una clase social inferior ya que no podrían acceder al matrimonio de otra forma. Los hijos que engendraran se consideraban hijos naturales y, la mayoría de las veces, no heredaban gran cosa. Pero Larisa era de la más alta estirpe ¿cómo había acabado en el concubinato? Sentí pena por ella.

─¿Pasa algo, Incinea? Te ves muy pensativa. Espero no haber perturbado tu día ─dijo cuando comprobó que yo no tenía nada más para decir─, es importante que te serenes ya que conocerás al heredero. No querrás que te vea con esa cara de pánfila ─luego volteó y se alejó con un andar de dioses.

Toda mi confianza parecía haberse esfumado de pronto. Volví corriendo a mi habitación con la esperanza de encontrar a Tacu, pero mi avecita no estaba por ningún lado. Sentí que la soledad y el silencio de la estancia me caían encima como un manto siniestro. Me arrebujé junto al hogar en llamas, miré cómo crepitaba y cómo se consumían los leños. La falda de mi vestido se había llenado de tierra y hollín. No supe en qué momento se había hecho la hora del almuerzo.

La Casa del VenadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora