VIENTRE VENENOSO

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Incinea estaba especialmente enojada y ya no hacía esfuerzos por ocultarlo. Eso volvía al momento de lo más delicioso. En otras oportunidades tuvo que soportar las humillaciones en silencio para no someterse a un escándalo o a una reprimenda. Pero allí, en prisión, despojada de toda clase y decoro, podía expresar justo aquello que quería ver: rabia, impotencia, miedo. Yo tenía el poder. Podía hacer con ella lo que quisiera. Me pregunté hasta dónde podría llegar su furia, hasta dónde podría llevarla con mis comentarios.

─¿Por qué no te casas tú con él? ─dijo entonces, poniéndose de pie. Era más alta que yo pero no me dejaría amedrentar por eso ─no comprendo por qué una Emberglow no podría casarse con un Silvercrest. ¿Por qué será? ─agregó con un tono irónico e inclinando la cabeza hacia un lado. Me miraba casi sin pestañear.

─El matrimonio no es para mí: soy un alma libre ─contesté, intenté seguir sonriendo.

Incinea no dijo nada más. Se limitó a dar unos pasos hacia un lado y luego hacia el otro, como un animal enjaulado.

─No ─dijo al fin─, hay algo más.

─¿Qué crees saber tú? Solo eres una niña ingenua que se siente especial por haber heredado unos pobres dones mágicos.

─No puedes tener hijos ─me miró como si estuviera desnudando cada uno de mis temores. Ni siquiera parecía estar escuchándome. Sentí cómo todo el poder comenzaba a torcerse a su favor.

─¡Cállate!

─Sí, eso es ─abrió los ojos y sonrió, como cuando se encuentra la respuesta a un problema que parecía imposible resolver─. Ese es el motivo: no puedes darle a Alister herederos legítimos

Las piernas me temblaban bajo las faldas del vestido, aunque Incinea no lo sabría nunca. Entonces sentí que una humedad me corría por la parte interna de los muslos, un líquido caliente. La habitación se impregnó de olor a sangre. Las lágrimas me saltaron de los ojos, no había nada que yo pudiera hacer para evitarlo. Lo perdería otra vez. Ya lo sabía, pero el sentimiento era amargo y doloroso.

─Justo como ahora, has perdido cada uno de tus embarazos ─la voz de Incinea iba subiendo de tono mientras caminaba hacia mí─. Sí ¡Puedo sentir cómo ese pequeño ser intenta aferrarse inútilmente al venenoso vientre de su madre!

Me caí, mis pies se enredaron con unas cadenas y terminé sentada sobre el suelo. Incinea me miraba desde las alturas con una expresión seria. Luego arrugó la nariz y entornó los ojos como si hubiese olfateado algo desagradable.

─Ni siquiera eres capaz de cumplir con el insípido fin de tu existencia. ¿Sigues creyendo que me sentiré menos que tú?

Todo era cierto. ¡Por los dioses! Cuánto dolía escucharlo de su boca.

─¿Cómo s-sabes todo e-eso? ─pregunté con la voz temblorosa.

─Pude sentirlo, como si yo misma lo tuviera en mis entrañas ─Incinea se llevó una mano al vientre. Hablaba con una calma inquietante. Entonces sus ojos brillaron y abrió levemente la boca. Miró a la pared y luego volvió a verme. Tensó ambos brazos junto al cuerpo y apretó los puños con decisión.

Yo no podía detener mi llanto. Se trataba de uno silencioso, uno en el que las lágrimas me quemaban la piel y se me secaba la garganta.

─Si lo deseas, puedo salvarlo ─Incinea se agachó de cuclillas a mi lado─. Podría usar mi magia en tu hijo ─extendió la mano e hizo danzar sus dedos en el aire.

─¿Por qué? ¿Qué obtendrías a cambio?

─Me dirás dónde está Astra y me traerás las llaves de mi celda y las de la suya. No dirás ni una sola palabra a Alister o a Delilah hasta después de la coronación.

─¿Cómo sabes que Astra sigue vivo?

─Me lo contó un pajarito, en mis sueños. Me pregunto por qué.

─Alister quiere matarlo luego de la ceremonia de mañana, para demostrar a todos quién es su verdadero rey.

─¿Su verdadero rey? ¿Te refieres a un asesino, a un derramador de sangre inocente? ¿Alguien que no dudaría en castigar cruelmente a quien lo traicione? ¿Eso quieres tú para el reino? ¿Qué haría Alister si supiera que nos ayudarías para salvar a un niño nonato?

─No importa lo que digas sobre él, Alister será el rey de todos modos y yo podré darle un heredero...

Incinea volvió a ponerse de pie y suspiró.

─Ay, Larisa. Creí que con toda esa soberbia serías algo más inteligente.

─¡Escucha! Si te entrego las llaves, huirán al bosque y jamás regresarán. Puedo prometer que no los perseguirán o, por lo menos, les conseguiré algo de tiempo para llegar a la costa y tomar un barco a Thalaria.

─No será suficiente para mí.

─¿Y para Astra?

Incinea se colocó de lado y cruzó los brazos sobre el pecho. Miraba como si analizara sus propios pensamientos.

─No puedo asegurarte lo que ocurrirá después, pero está en tus manos decidir sobre la vida de tu hijo. ¿Quieres salvarlo o no?

La sangre seguía emergiendo y comenzó a manchar los adoquines del piso. Un dolor punzante me obligó a retorcerme. La respiración se me aceleró y sentí que todo mi cuerpo flaqueaba. No tendría otra oportunidad.

─¡Sálvalo! ─supliqué.

Incinea sonrió, chasqueó la lengua y agregó: ─primero cumple tu parte. Será mejor que te apresures, no le queda mucho tiempo.

¡Esa maldita! ¿Cómo esperaba que hiciera algo en el estado en que me encontraba? Le sostuve la mirada ceñuda unos momentos, pero supe que no desistiría. En ese momento, ella tenía mucha más fuerza que yo. Coloqué una mano sobre el suelo y, lentamente, me fui incorporando. Cuando estuve de pie, seguí usando mi brazo para sostenerme de la pared. Otra contracción me obligó a arquear la espalda. Ya no quedaba tiempo, así que grité con toda la fuerza que me quedaba:

─¡Guardias! ¡Guardias! 

La Casa del VenadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora