EL VENADO HA REGRESADO A CASA

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─Cierren las puertas, no los dejen entrar ─Delilah daba órdenes a los soldados a diestra y siniestra. Los guardias obedecieron de inmediato, atrancaron la puerta con vallas y la empujaban con sus propios cuerpos.

Los nobles, por otro lado, deseaban ver a los recién llegados y se dispusieron a evitar o a entorpecer el trabajo de los soldados. Unos golpes sórdidos invadieron el salón. Las paredes retumbaban a ritmo y los vidrios de las ventanas temblaban.

─¡¿Qué están haciendo, traidores?! ─Alister estaba de pie junto a su madre. Tenía la boca contraída en una mueca espantosa.

─¡Queremos ver a Góngor! ─dijo uno de los nobles más próximo al trono mientras golpeaba el rostro enjuto de un guardia que se tambaleó y cayó al suelo.

Los soldados que intentaban detener el avance, al ver el accionar acérrimo de los cortesanos, se apartaron rendidos. Los nobles, ansiosos, se dedicaron a mover las vallas de madera. Las puertas se abrieron de par en par con una explosión, como si se soltara el botón de una camisa demasiado ajustada. La estancia recién abierta llamó al viento para que la colmara por completo y el fuego de las velas se apagó. Los colores pasaron de ocres cálidos a fríos azules en cuestión de segundos. El silencio se hizo denso y los presentes esperaron expectantes al siguiente movimiento.

Góngor Dagger surgió como un espectro de entre la oscuridad. El cuerpo del hombre brillaba a contraluz, por lo que su rostro estaba teñido de sombras. Los nobles murmuraron incongruencias, parecían cigarras en verano. Góngor dio un paso al frente y los soldados, que sostenían firmemente las armas, dieron uno hacia atrás. Luego ingresaron al salón dos filas de hombres vestidos con pieles, de igual manera que su líder. Iban armados y dibujaban un estrecho pasillo en el centro. La procesión continuó hasta que aparecieron cuatro mujeres con gruesas antorchas y que entonaban un cántico melodioso y sutil. Eran guiadas por el ritmo de tambores que sonaban a un tiempo regular y monótono. La sala nuevamente se iluminó y, esta vez, las sombras se quedaron a presenciar la ceremonia, danzaban y se retorcían en las paredes de piedra como diablillos.

Entonces, apareció el venado, uno gigantesco, casi monstruoso, de pelaje gris y cornamenta negra. Las astas se retorcían hacia arriba como una corona de oro oscuro. Daba pasos al ritmo de los tambores. Algunos de los presentes ahogaron una exclamación aterrada, otros gritaban "El Venado", "El Venado ha llegado", "Alabado sea el Venado que llega", "El Venado ha regresado a casa" como un coro. Las palabras se superponían unas con otras. Los nobles más próximos al centro del pasillo extendían las manos para acariciar el hirsuto pelaje del animal. Junto al venado iba una mujer de larga cabellera rubia, tenía una expresión orgullosa: los ojos entrecerrados, una leve media sonrisa y el mentón elevado.

Después de que ellos ingresaron, los hombres de Góngor seguían llegando, eran tantos que muchos tuvieron que quedarse fuera de las puertas. Alister observaba la procesión como si estuviera teniendo una especie de revelación trascendental. Tenía los ojos y la boca abierta, pero, al mismo tiempo, tenía entre sus manos el tallo de una flor y lo retorcía con nerviosismo. El trono le pertenecía por derecho, pero ¿Cómo negar la belleza de aquella aparición? ¿Cómo oponer resistencia ante aquel mandato de los dioses?

Larisa notó el movimiento de las manos de Alister y extendió la suya para detenerlo. Él pegó un pequeño salto, como si le hubieran quitado un vello de la nariz repentinamente. Miró a su amante y sintió que el peso de la realidad lo aplastaba. Ni siquiera valía la pena luchar. Los nobles habían decidido. Incluso los soldados, fieles a sus órdenes, habían abandonado las armas en el suelo para aclamar al imponente animal. Notó, entonces, que una figura se ponía frente a él y lo cubría con su sombra. La señora Delilah tenía los músculos del cuello tensos y la mandíbula rígida.

─¿Qué significa esto, Góngor? ─dijo entre gritos. Tenía la voz aguda y carrasposa como una bruja de cuentos.

─He traído al auténtico Venado para que ocupe el lugar que le corresponde, lugar que ocupó su padre antes que él, y el padre de su padre. Un verdadero Silvercrest en el trono deseó Octavius antes de caer por la borda y hacerse uno con el siniestro mar. Yo lo presencié y he jurado ante los dioses que se cumpliría su palabra ─el hombre hablaba con voz de piedra.

─Alister es el único hijo legítimo de Octavius, el auténtico Silvercrest ─rebatió Delilah.

─No. He aquí la prueba ─Góngor se colocó de lado y extendió el brazo hacia el animal.

El venado se adelantó hasta colocarse frente a la señora Delilah, en el centro del salón. Estaba rodeado por un perímetro de nobles, soldados y hombres de Góngor que se apartaron como si el animal fuera una roca en medio de la corriente de un río. Entonces se transformó. El cuerpo del venado se retorció y comprimió en una masa amorfa primero, para luego tomar la forma de un hombre alto, fuerte, curtido por la intemperie y lleno de cicatrices monstruosas. Todos suspiraron asombrados.

─Les presento al hijo natural de Octavius, Astra Silvercrest, que fue bendecido con el don cambia formas de sus antepasados ─cuando acabó, Góngor hincó la rodilla en el suelo y, apenas unos segundos después, todos a su alrededor lo imitaron.

─¡No! ¡No! ¡No! ─Delilah se llevó ambas manos a la cabeza y se restregó los dedos en el cuero cabelludo. Tenía los ojos abiertos y las arrugas del rostro increíblemente profundas─ ¡Todo esto es tu culpa! ─se giró y clavó sus enrojecidos ojos en Larisa. Le arrebató la espada a uno de los soldados y corrió hacia ella.

─¡Madre, detente ahora mismo! ─exclamó Alister y se colocó delante de Larisa para protegerla. Sin embargo, el impulso de Delilah era imparable y, de no herir a Larisa, heriría a su propio hijo, incluso si no deseara hacerlo. Estaba enceguecida.

Entonces, una mano gigantesca detuvo el avance de Delilah por el hombro y se escuchó un golpe metálico. El cuerpo de la mujer se arqueó hacia el frente y sus pies se elevaron sutilmente del suelo. En el centro de su pecho floreció la hoja de una espada y una rosa carmesí que tiñó su vestido y dejó rastros de pélalos espesos sobre su falda. Delilah abrió la boca en un grito ahogado y sus ojos se apagaron lentamente. Las extremidades se le contrajeron y se escuchó cómo era extraído el metal de su pecho. Finalmente, cayó al suelo boca abajo y con un golpe húmedo. 

Góngor observó el cadáver desde arriba, todavía sostenía el arma en la mano. Intentó disimular la satisfacción en su media sonrisa. Después miró a Alister y a Larisa. El muchacho estaba deshecho en llantos, de rodillas y con ambos brazos colgados hacia los lados. Larisa lo sostenía del hombro e intentaba hacerlo reaccionar. Temía que el asesino fuera por ellos también. Pero, en cambio, Góngor secó la espada en la piel de sus botas y la ocultó tras la espalda. Después dijo:

─Les sugiero que corran hacia el continente esta misma noche. No se preocupen por nada más, mis hombres se encargarán de escoltarlos a salvo ─diez hombres rodearon a la pareja y los obligaron a salir del salón. A Alister tuvieron que llevárselo casi a rastras, no porque opusiera resistencia, simplemente porque no podía lograr que el cuerpo le respondiera.

Otros nobles se encargaron de sacar el cuerpo de la señora Delilah, aunque las manchas de sangre continuaban decorando el suelo. Se mantuvo el silencio unos minutos más para, finalmente, concluir con la ceremonia.

Desde aquella noche, Astra Silvercrest se sentó en el trono y fue bendecido con la corona de oro blanco. Incinea se sentó a su lado y allí se quedaría para siempre.

La Casa del VenadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora