UNA PRÁCTICA DE BAILE I

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──Disculpe, señora Delilah

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──Disculpe, señora Delilah. No volverá a pasar ──dije y agaché la cabeza para que entendiera mis intenciones de sumisión.

──Bien ──la señora Delilah no perecía más feliz, pero al menos estaba satisfecha──, es menester que practiquen juntos.

Alister se incorporó, aún que permaneció sentado en el diván. Tenía las piernas abiertas y los codos apoyados sobre las rodillas. Me miraba fijamente mientras se tocaba las manos, como si estuviera preparándose para disfrutar de aquello que iba a ocurrir. Se me erizó el vello de la nuca.

──¿Qué es lo que debemos practicar juntos? ──pregunté, volví a mirar a la señora Delilah porque no soportaba el modo en que Alister se fijaba en mí. ¿Cómo podía ser posible que alguien que presumía de su relación con Larisa pudiera mirarme de esa manera tan...?

──El baile, niña. ¿El Ama no te lo dijo de camino aquí? Por los dioses, ¿acaso no puede hacer nada bien esa anciana senil? ──Delilah se masajeó las sienes mientras hablaba.

──Tranquila, madre, acabemos con esto de una vez por todas ──Alister se puso de pie y había empezado a caminar hacia mí. Intenté quedarme completamente quieta, como un animal domesticado que recibiría el trato de su amo.

──¿Por qué, Alister? ¿Quieres correr a encontrarte con Larisa, cierto? ──la mujer detestaba a Larisa tanto como yo, probablemente por razones similares, era una pena que eso no nos uniera en absoluto.

──Ella podría estar aquí ahora, no representaría ningún problema ──él habló con suavidad, pero el arco de sus cejas demostraba irritación──. De hecho, ella sería una mejor esposa para mí.

Ese maldito. Habló tan livianamente, como si yo no estuviera allí escuchándolos, como si no fuera más que un mero ornamento y estuvieran discutiendo si quedaba bien con la decoración del palacio o no. Tuve que apretar los puños para calmar el ardor que me consumía las yemas de los dedos.

──Lo prohíbo, Alister, no volveré a repetirlo. Recuerda que no solo soy tu madre, también soy tu reina.

Alister asintió con la cabeza y se colocó justo delante de mí. Me miró con una expresión completamente seria. Yo seguía sin moverme, a penas respiraba. Entonces él levantó la mano. Me estremecí, cerré los ojos y encogí mis hombros en un acto reflejo. Sabía que no iba a golpearme, pero una caricia suya no se sentía diferente. Ahuecó su mano en mi mejilla y to sentí que se me revolví el estómago. Tenía el tacto suave, la piel perfecta, pero estaba tan frío que podría haberlo confundido con un cadáver.

──Cambia esa cara, Incinea, o empezaré a pensar que no te agrado ──dijo Alister mientras bajaba la mano hasta poner sus dedos bajo mi mentón. Antes de quitarla del todo, ejerció una presión muy desagradable bajo mi mandíbula que casi me hace tropezar hacia atrás. Pero no iba a dejar que me desequilibrara.

──Empecemos ──ordenó la señora Delilah, que hizo caso omiso del comportamiento de su hijo.

Alister dibujó una pronunciada reverencia y yo me vi obligada a correspondérsela. Nos erguimos y dimos un paso al frente, nuestros torsos casi llegaron a rosarse. Él agachó la cabeza levemente y escuché el modo en que aspiraba el perfume que emanaba de mi cuello. Cerró los ojos y luego volvió a mirarme. Podría haber jurado que en esa mirada había un dejo de deseo, uno salvaje. Si fuera una niña ingenua, aquella cercanía hubiera hecho que me acalorara, pero, en cambio, todo lo que quería era retroceder. Por fortuna, conocía lo pasos de aquella danza, la había estudiado antes de que Alister llegara al palacio y no permitiría que él se sobrepasase.

Después dimos un paso hacia atrás, uno hacia la derecha y giramos en torno a un eje entre los dos, sin dejar de mirarnos a los ojos. Sentía un cosquilleo dentro de la cabeza, justo detrás de los ojos, como si mi instinto quisiera que le rehuyera. Él sonreía, pero su sonrisa era de interés, como si estuviera evaluándome. Yo le sonreía, pero sería para desafiarlo o para que la señora Delilah no me recriminara más. Ella caminaba alrededor de nosotros con las manos sujetas sobre su abdomen.

──Incinea, pon la espalda más recta y levanta la barbilla. Debes verte orgullosa. No sonrías tanto o se te marcarán las arrugas de la cara ──decía. Intenté seguir cada una de sus indicaciones, pero no voy a negar que era difícil.

Poco a poco, no fuimos alejando de ella, entre giros y caminatas con las manos entrelazadas. El ritmo era más bien lento, pero Alister, que era quien guiaba la danza, parecía tener apuro por terminar.

──¿No le parece que está bailando demasiado rápido? ──le pregunté con ánimos de detenerlo.

Él no respondió y tampoco aminoró el paso. ¿Acaso estaba jugando, intentaba dejarme en ridículo frente a su madre, o estaba furioso? Me tomó de la mano y estiramos el brazo hacia la derecha. Mi espalda quedó pegada a su pecho y caminamos como si me estuviera empujando hacia adelante. Iba muy rápido y mis pies comenzaron a enredárseme con las faldas del vestido. Caería, unos segundos antes de que pasara, sabía que caería de bruces contra el suelo. Casi como si me hubiera empujado adrede, mis rodillas tocaron el frío de la piedra caliza. Apenas llegué a poner las manos por delante para no golpearme la cara. Alister me miraba desde arriba, con una expresión terriblemente altanera.

──¡Incinea! ¿Qué demonios estás haciendo? ──la señora Delilah se acercó a mí y cruzó los brazos sobre el pecho.

──Madre, es evidente que Incinea no desea hacer esto ──Alister esperaba que me rindiera, pero no le daría el gusto.

Intenté recoger mi dignidad de a pedazos, así que me puse de pie y sacudí el polvo de mi vestido como si nada de aquello me molestara.

──Puedo continuar, si Alister lo desea ──dije con la esperanza de que él se negara y su madre lo regañara otra vez. Entonces noté una sombra que se movía tras las columnas del salón y entre los cortinados de los ventanales. En realidad no se desplazaba grandes distancias, pero observaba la situación con mucho interés. ¿Sería el Ama?

──No, Alister. Ya vi suficiente por hoy, es demasiado tarde y deseo irme a mis habitaciones ──la señora Delilah no era una mujer de demasiada paciencia, además tenía razón: afuera se veía el manto oscuro de la noche y apenas un halo de luz lunar ingresaba por la ventana.

──Madre, jamás habíamos estado tan de acuerdo ──Alister se dio media vuelta y se fue caminando.

Su ancha espalda se bamboleaba orgullosamente de un lado a otro y sus hombros de adelante hacia atrás. Lo único que podía apreciar en ese hombre era su físico, su atractivo, y ni siquiera eso era suficiente para que yo pudiera desearlo.

Entonces me di cuenta de que estaba sola. La señora Delilah también se había retirado y el Ama no había vuelto para guiarme a mi habitación. Supuse que ya no lo haría más. 

La Casa del VenadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora