UN PASO HACIA LA LIBERTAD

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Si la bondad o la maldad fueran el resultado de las acciones de una persona, ¿podría haberme convertido en una villana? No estaba orgullosa de mis actos y el remordimiento me carcomía internamente. Decidí hacer una lista mental para comprobarlo: salvé a Astra; herí a Alister (solo porque él intentó abusar de mí); por mi culpa habían destruido una de las esculturas de piedra del jardín (y al espíritu que contenía en su interior); me aproveché de la debilidad de Larisa para que me ayudara a escapar de prisión (aunque al final salvé a su hijo). En ese momento, además, me dirigía a salvar a Astra una vez más. No, no era malvada, solo presa de circunstancias desalentadoras.

Respiré lentamente para calmar los aleteos frenéticos de mi corazón. Tenía en mi poder un juego de llaves que asegurarían la libertad de Astra. Las apreté dentro de mi puño hasta clavarme el metal en la palma de la mano.

Caminaba bajo las sombras. Todavía iba descalza pero, de ese modo, el sonido de mis pisadas se veía amortiguado. Debía darme prisa y ser cautelosa al mismo tiempo, era una difícil combinación. La noche se cernía a mi favor: los criados estaban en sus habitaciones y los señores dormidos. Solo quedaban algunos guardias patrullando las almenas, las entradas y salidas. También había algunos en las galerías del patio interior. Más allá de eso, el pronóstico de salir victoriosos era mayor que durante el día. No tenía mucho tiempo. En unas doce horas coronarían a Alister y sería demasiado tarde.

Astra estaba encerrado en una de las celdas externas del palacio. Se trataba de una especie de jaula estrecha ya que tenía paredes hechas con barrotes de acero. Estaba a la intemperie junto a otras celdas iguales (una junto a la otra), de modo que los prisioneros sufrían las inclemencias del clima.

Cuando llegué vi a dos personas colgadas de los brazos, apenas si tocaban el suelo con las puntas de los pies. Aquellos hombres estaban semidesnudos y completamente inmóviles. El viento los mecía lentamente. Se trataba de Astra y aquel hombre vestido con pieles. Chillé al comprobar de quiénes se trataban. Rogué que estuvieran vivos pero sus respiraciones eran apenas perceptibles.

Las manos me temblaban tanto que tardé más de lo que hubiera querido en insertar las llaves por el ojo de la cerradura. El metal estaba oxidado e hizo un sonido horrible al girar las bisagras. Me paralicé, se me endurecieron los miembros y sentí que la cabeza me explotaría. Miré hacia un lado y luego hacia el otro: ningún guardia a la vista.

El ruido alertó a los prisioneros que despertaron inquietos y asustados. Se retorcían como gusanos colgando de sus crisálidas. Las cadenas que los sujetaban tintineaban por el movimiento y yo temí que se nos acabara la suerte.

─Basta ─dije en susurros─, no hagan tanto ruido. Vine a liberarlos.

Astra y su acompañante me miraron al mismo tiempo y asintieron pesadamente. Liberé primero al hombre de las pieles, era mucho mayor en edad así que supuse que era lo correcto, aunque Astra se veía en peor estado. Cuando aflojé sus cadenas, él cayó de rodillas en el suelo. Contuvo un gemido de dolor.

─Lo lamento ─dije y me acerqué para ayudarlo a levantarse.

─Góngor Dagger ─dijo el hombre con la voz pastosa mientras me extendía la mano.

─Incinea Str... Moonshadow ─contesté y tiré de su brazo hasta que estuvo completamente de pie.

─¿Una ninfa? Estamos de suerte ─agregó Góngor con una media sonrisa.

Luego liberé a Astra. Intenté hacerlo con la mayor suavidad posible y Góngor lo sostuvo para que no se golpeara directo contra el suelo. Lo depositó sobre los adoquines con el cuerpo completamente extendido. No tenía fuerzas. Alister y los guardias se habían ensañado con él y estaba mucho más herido que Góngor. Apenas si podía abrir los ojos.

─Incinea ─logró decir Astra con una mirada suplicante.

Me arrodillé junto a él y le acaricié la cara con la mano ahuecada. Entonces las yemas de mis dedos se tornaron rojizas y un calor agradable me recorrió todo el brazo. Estaba feliz de volver a verlo, más allá de las circunstancias. Las heridas de Astra comenzaron a sanar lentamente: los cortes se cerraron, la piel amoratada volvió a su tonalidad normal y la hinchazón de sus ojos y boca desapareció. En pocos segundos quedó completamente sano, o todo lo sano que se podía estar luego de una semana en prisión.

Entonces él colocó una mano sobre mi mejilla y se sentó para depositarme un dulce beso sobre la frente.

─Te extrañé ─dijo y me estrechó con sus brazos. El roce con su piel me produjo un calor exquisito. Creo que yo también lo había extrañado.

─Debemos irnos de aquí antes de que lleguen los guardias ─Góngor tenía razón. Hablaba por lo bajo pero se notaba su apuro.

─Cierto, vámonos ─Astra se levantó totalmente recuperado y me ayudó a ponerme de pie. Incluso cuando ya estuve completamente erguida no se atrevió a soltarme la mano ─¿Cuál es el plan? ─quiso saber.

─No podemos hablar aquí, alguien podría vernos. Debemos resguardarnos ─dije para ganar algo de tiempo. La verdad no estaba muy segura de qué debíamos hacer después. Todo dependería de si Astra estaría dispuesto a reclamar el trono o a huir hacia el continente. No era una conversación fácil y no quería tenerla allí.

─Estoy de acuerdo ─me secundó Góngor.

─Bien, debemos alejarnos del centro del palacio. Quizá podríamos huir por el ala de la servidumbre ─Astra nos guiaría, conocía mucho mejor los terrenos que yo.

Entonces escuchamos una serie de pasos que se acercaban. Nos quedamos quietos apenas un momento para mirarnos y asentir. Si se trataba de un solo guardia, podíamos reducirlo. Incluso si hubieran sido dos o tres teníamos las posibilidades de vencer. Esperamos unos considerables cinco segundos. No se escuchaba el roce metálico de las armaduras que usaban los soldados. En cambio, los pasos eran lentos, poco certeros, como si cargaran un gran peso encima.

Las pisadas se detuvieron en seco. Luego se escuchó un golpe y un líquido derramándose en el suelo. Todos contuvimos el aliento cuando descubrimos los ojos de una anciana empañados en lágrimas.

─¿Seraphine? ─dijo Astra dando un paso al frente. La mujer extendió ambos brazos y comenzó a llorar.

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