EL EXAMEN

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Sin si quiera darme cuenta, el Ama entró en la habitación hecha una fiera.

─¡Niña! ¡¿Qué no escuchas la puerta?! ─gritó.

La verdad no escuché nada. Probablemente, el uso de mis dones también inhibía mis sentidos. Entonces, la mujer se me acercó con el ceño fruncido, tuve la sensación de que me regañaría un buen rato. Pero entonces, cuando me vio las manos, se detuvo y el gesto le mutó. No supe muy bien a qué ¿Lástima? ¿Repulsión?

─¿Qué has hecho? ─interrogó mirándome a los ojos.

─Intenté avivar las llamas del hogar y se me cayeron las brasas encima ─mentí.

Ella me sostuvo la mirada como si intentara averiguar la verdad. ¿Realmente pensaría que sería tan torpe como para causarme esas heridas? Finalmente desistió y se alejó para buscar algo entre mis cosas.

─La señora Delilah no puede verte así, pero quiere examinarte ahora. Mañana en la tarde llegará el heredero y debes estar lista ─dijo el Ama mientras hurgaba en los cajones de mi aparador.

Encontró unos guantes de seda que colocó con una torpeza fatal. Me dolió horriblemente, pero no quise quejarme ante ella.

─Vamos ─ordenó y caminó detrás de mí como si me estuviera empujando.

La señora Delilah me esperaba en el salón. Esta vez la encontré de pie junto al trono. El Ama me condujo hasta allí y se quedó a observar mi examen ya que ella me había instrido.

─Bueno, Incinea, veamos qué has aprendido hasta ahora ─dijo la señora Delilah─. Comencemos con algo de historia: ¿Cuáles son las familias más importantes en Lyskova?

Me pregunté si todo aquello realmente serviría de algo. ¿A caso tomaban examen a cada muchacha pronta a contraer matrimonio? Estaba casi segura de que el común de los hombres solo esperaban una esposa que pudiera calentarles la cama, que pariera a sus hijos y los lloraran después de muertos. Sin embargo, lo último que deseaba era que me tomaran por ignorante o perezosa. De modo que puse mi mayor empeño en responder correctamente.

─Una de las familias más importantes se apellida Silvercrest, reyes actuales de Lyskova. Su insignia es un venado blanco con cornamenta de oro sobre fondo verde. Los fundadores durante la Era Antigua fueron los espíritus cambia formas del bosque ─intenté entonar la voz pero, por los nervios, las palabras salieron monótonas y casi quebradizas.

─Esfuérzate más, niña ─interrumpió la señora.

─Otra de las familias se apellida Stormcrest. Su insignia es un cisne blanco sobre fondo azul. Hubo muchos reyes en Lyskova que llevaron este apellido, por ejemplo... em... Viktor Stormcrest. Los fundadores fueron elfos de los bosques ─durante mis estudios, el Ama me comentó que la señora Delilah pertenecía a esta familia, que eran soberbios y terriblemente ambiciosos.

Seguí relatando cada una de las ocho castas más importantes del reino, con su animal insignia y procedencia mágica. Sentí que la garganta se me secaba al hablar. O lo que era peor, sentía cómo se humedecían los guantes, no supe si sería sangre o el suero de las ampollas las romperse. Sentí que la tela se me pegaba a la carne. Intenté mantener las manos ocultas tras la espalda, sin que eso resultara del todo una falta de respeto. Mi examinadora observaba cada detalle de mi postura. Entrecerraba los ojos para aguzar la vista. Mientras, las aletas de la nariz se le abrían y cerraban con cada respiración. Cuando se exasperaba y estaba a punto de perder la compostura lo hacía a gran velocidad. También tensaba la línea de su boca y se le marcaban las arrugas que la rodeaban. Justo como en ese momento.

─Bueno, podría ser mejor, pero al menos serás capaz de reconocer la procedencia de algunos de nuestros invitados ─la señora Delilah caminaba en línea recta de un lado a otro mientras escuchaba. Iba y venía con las manos sujetas delicadamente delante del abdomen. Ni siquiera me miraba a la cara. Supuse que era algo que mi padre y ella compartían─. Recita las normas matrimoniales de la mujer.

─Sí, señora. Las normas que debe respetar la mujer dentro del matrimonio son: la sumisión, la modestia, la discreción y la devoción. Son los cuatro pilares que constituyen el amor de la nobleza ─de solo pensarlo se me retorcía el estómago. Las puntas de los dedos me quemaban.

─¿Crees que podrás llevarlas a cabo? ─dijo la mujer. Esta vez detuvo su andar y me miró fijamente con el mentón elevado.

Un escalofrío me recorrió la espalda y la punta de los dedos pasó de quemarme a dolerme de forma punzante.

─¿Puedo esperar reciprocidad? ─no fue lo que quise decir, o al menos no pensaba decirlo frente a la madre de mi futuro esposo, pero las manos me dolían mucho y eso hacía que actuara sin pensar, igual que con mi padre. Fue la primera vez que la voz me salió orgullosa en todo el día. No iba a mostrar remordimiento aunque sabía que había sido muy imprudente, incluso impertinente.

La señora Delilah abrió los ojos un poco más que de costumbre, casi de forma imperceptible, apenas durante una milésima de segundos. ¿La había sorprendido o decepcionado? No pude saberlo con exactitud.

─Es suficiente por ahora. Se nota que estás cansada y no piensas con claridad. Ama, llévatela de aquí.

El Ama, que estuvo detrás de mí en todo momento, me tomó del brazo para cumplir con la orden de su señora. Me devolvió a mi habitación y no me dirigió la palabra durante el resto de la jornada, pero algo en su semblante parecía haber cambiado. Algo así como un sentimiento de complicidad. Cuando por fin logré quedarme sola en la habitación, registré el lugar con la mirada. Mi Tacuarita ya no estaba, pero había dejado unas plumas sobre el edredón. Esperé junto a la ventana para ver si regresaba hasta que el cielo se tornó de un azul profundamente oscuro. Supe que no regresaría, no por lo menos esa noche.

El Ama volvió a aparecer con la cena, efectivamente tenía mejor humor. Antes de dejarme dormir, me sujetó el cabello en una trenza y me limpió las heridas de las manos. Les colocó un ungüento oloroso y las vendó. Prometió que para el día siguiente estarían mucho mejor. Deseaba que así fuera porque sería el día en que conocería a mi futuro esposo.

La Casa del VenadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora