El salón comedor estaba abarrotado de nobles, había sido la cena más concurrida del palacio en semanas. Sin embargo, la mesa principal estaba prácticamente vacía. La señora Delilah se había sentado y, al ver que Alister, Larisa e Incinea no llegaban, hizo llamar a un lacayo para que le proporcionara información. El gesto que hizo a continuación fue una mezcla entre preocupación y enojo. Noté que apenas por un pequeño momento, menor a un segundo, nuestras miradas se cruzaban. Podía sentir, incluso sin verla, que me observaba detenidamente.
Me había sentado en una de las mesas más apartadas, como hacía de costumbre. Estaba intrigado por la ausencia de aquellos tres, pero era fácil deducir que Alister estaría con Larisa en algún rincón oscuro del palacio. Mientras que Incinea estaría rehusándose a asistir al comedor después de lo que le había hecho hoy. Me la imaginaba llorando sobre su cama o arrebujada bajo las mantas. ¿Sería ella tan fácil de afectar?
Entonces, para sorpresa de todos los que nos encontrábamos allí, ingresó al salón un hombre gigantesco. Iba cubierto de pieles amarradas unas con otras, sin costuras. En el pecho, que tenía medio al descubierto, llevaba tatuado su animal insignia: un sapo. Caminaba por el centro del largo pasillo que formaban las mesas comunes como si no debiera explicaciones a nadie, como si su mera presencia se diera por entendida. Algunos hombres se ponían de pie a medida que el extraño avanzaba. La señora Delilah lo miraba con la boca abierta, su mandíbula bajaba y subía sin articular sonido alguno. Tenía en los ojos un atisbo de emoción punzante.
─Su alteza ─dijo él mientras le dedicaba una leve reverencia.
─Góngor Dagger ─Delilah se había puesto de pie, pero no se atrevía a quitar las manos del tablón, como si necesitara algo con lo que sostenerse─, ¿Dónde está Octavius?
Góngor negó lentamente con la cabeza.
Algo se quebró ¿Habrá sido el tiempo?
Los comensales, que habían guardado silencio hasta entonces, comenzaron a murmurar, a aullar, a moverse de sus sitios como un enjambre de ratas huidizas. Volteaban los bancos y pisoteaban a aquellos que caían al suelo. Habían perdido por completo el rumbo. ¿Era posible que solo la ausencia terrenal de un hombre pudiera causar tal desenfreno? Incluso si ese hombre fuese mi padre...
─Váyanse, todos. ¡Les ordeno que salgan ahora mismo! ¡Fuera! ─la señora Delilah gritaba, se retorcía y arrojaba utensilios hacia el frente. Un grupo de guardias avanzó sobre el desorden y escoltó a cada hombre y mujer fuera del salón. Una vez que cerraron las puertas, los gritos y murmullos todavía podían escucharse tras los muros. Incluso se oyó el choque del metal contra el metal.
─Dije "todos" ─la mujer me miraba con ojos de víbora. Dentro de la cueva de su boca podía jurar que tenía una lengua bífida.
Góngor también me miró y fue como si se hubiera encontrado con un espejismo. Parecía escéptico, luego algo confundido y, finalmente, conmovido por mi presencia.
─No, él se queda ─ordenó y Delilah se dejó caer nuevamente sobre su silla, como resignada ─¿Dónde está el otro? ─quiso saber él.
─No está en el palacio. Salió... ─respondió sabiendo a quién se refería. Intuí que ni siquiera ella tenía información sobre el paradero de Alister.
Góngor no estaba contento, más bien parecía furioso y decepcionado. Observaba a Delilah con los ojos entrecerrados y los brazos cruzados sobre el pecho.
─¿Qué pasó con Octavius? Explícame ─preguntó la señora.
─Se ahogó en el Mar Thalariano. Una tormenta... ─Góngor Dagger hablaba ensimismado, con la vista puesta en el suelo. Cada palabra lo hacía revivir lo que parecía haber sido una experiencia espantosa─ tenía prisa por volver. Se enteró del regreso de su hijo mayor y quiso llegar en menos tiempo del posible. Ignoró todo pronóstico y desoyó cada uno de nuestros consejos. Sólo yo logré llegar a la playa.
Delilah escuchaba el relato mordiéndose los dedos de una mano. Temblaba tanto que podía escuchar los roces del satén de su vestido. Así, en ese estado, parecía ser de una fragilidad inquietante. Pero no se mostraba del todo acongojada, más bien ansiosa. Su esposo no regresaría jamás y ella no derramó ni una sola lágrima, apenas si se le humedecieron los ojos.
─Hay más ─Góngor me miró fijamente, aquello que iba a decir estaba dirigido especialmente a mí─: el último deseo de Octavius fue que el siguiente rey de Lyskova sea un auténtico Silvercrest.
─¿Esas fueron sus palabras? ─Delilah ya no temblaba, sino que estaba completamente atónita, incrédula.
─Sus exactas palabras ─Góngor reafirmó el mensaje. Era un hombre frío y duro, no había grieta ni lugar para pensar que podría estar mintiendo.
─Eso no significa nada. Alister es un auténtico Silvercrest. Es hijo legítimo de Octavius y mío.
─Ese chico tiene más de elfo que de venado. En cambio, Astra fue bendecido con los dones de un verdadero Silvercrest.
─Cuidado con lo que dices, Góngor. Estás ante la reina de Lyskova y podría condenarte por traición.
Hablaban como si no estuviera presente, como si la discusión no tuviera nada que ver conmigo. Intenté mostrar desinterés que, de hecho, era lo que realmente sentía respecto al tema. Jamás me había planteado heredar el trono. Ese puesto estaba más que destinado a Alister. Ya lo tenía decidido: al día siguiente volvería al bosque. Nada me ataba a aquel lugar. A menos que...
─No me sentaré de brazos cruzados mientras veo que el descendiente de un elfo vuelve a ocupar el trono. Viktor Stormcrest casi destruye el reino. Aquellos fueron tiempos oscuros, Delilah, y lo sabes ─Góngor hablaba como si estuviera ladrando. Apuntaba con el dedo índice extendido al entrecejo de Delilah. Tenía una mirada acusadora.
─¡Basta! No quiero escuchar ni una sola palabra más al respecto. Mi hijo será el nuevo rey de Lyskova.
─¿Incluso si fuera contrario a los deseos de Octavius, tu esposo, mi amigo, nuestro rey?
─Incluso si tuviera que encargarme de que no se sepa más allá de estas paredes.
─¿Es una amenaza?
─No, Góngor, es un hecho.
Las puertas del salón se abrieron violentamente. El estruendo detuvo todo intento de ataque. Alister ingresó hecho una furia, pero no era posible que estuviera enterado de lo que acontecía entre Delilah y Góngor. Era algo más. Tenía el cuello de la camisa hecho girones y, sobre la piel, una quemadura que le cubría desde la clavícula hasta el mentón. Caminaba como si todo a su alrededor estuviera dando vueltas.
Entonces, el corazón se me detuvo y el aire se negaba a entrar en mis pulmones. Abrí los ojos como si eso me ayudara a comprobar que aquello que veía no era cierto. Detrás de Alister ingresaron tres soldados que sujetaban firmemente las cadenas de una prisionera. Incinea caminaba sujeta del cuello y manos. Cojeaba. Tenía moretones en brazos y piernas. En la sien una mancha de sangre espesa. Levantó la mirada y de su boca emergió un susurro inaudible.
─Astra.
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La Casa del Venado
Fantasía(Romance- Fantasía) Incinea está comprometida con el heredero de un antiguo reino, pero él solo tiene ojos para otra mujer. Astra es el medio hermano del heredero, un cambia formas que regresa al palacio luego de 16 años de exilio. Esta historia se...