LA VOZ DE LA RAZÓN

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Cuando salimos del bosque, bajé del lomo de Astra y él volvió a su forma humana

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Cuando salimos del bosque, bajé del lomo de Astra y él volvió a su forma humana. No podía verlo. No solo porque estaba enojada y nerviosa, sino porque sabía que él estaría desnudo. La ropa no tenía propiedades mágicas, así que, una vez que se transformaba, la tela se desvanecía para siempre.

──¿T-te enc-cuentras bien, Incinea? ──dijo él. Las palabras le nacían entrecortadas. Le llevaba tiempo recuperar el habla con normalidad ya que, cuando era un venado, no conocía el lenguaje de los hombres. Parecía realmente acongojado por lo que pasó con los lobos.

──Por poco ──tensé los músculos de la espalda al hablar──, el bosque es demasiado peligroso.

──N-no siempre es así. M-muchas veces puede ser un lugar maravillosamente c-calmo ──Astra dio un par de pasos hacia mí ¿qué tanto estaría dispuesto a acercarse en ese estado? Aunque, para ser sincera, no estaba de humor para esos juegos.

──De acuerdo, en un principio no estuvo tan mal ──sabía que debía alejarme más, pero no me respondían las piernas.

──Tienes una conexión mágica con el bosque, Incinea. Eres una ninfa, tu lugar debería estar allí.

¿Qué acababa de decir? ¿Acaso intentaba convencerme para irme con él al bosque? Sentí un extraño cosquilleo en los dedos. No era doloroso, pero era intenso, como cuando deseaba tomar algo que estaba a mi alcance y aun así decidía no hacerlo porque no sería correcto. Como resultado, sentía una mezcla de orgullo y frustración.

──Tuviste la habilidad suficiente para calmar a los animales y luego para defenderte de los lobos ──dijo él──, serías una excelente reina del bosque ──agregó.

──Te equivocas. Mi lugar está en el palacio y, por cómo van las cosas, no sé si llegaré a ser una verdadera reina ──hubiese preferido verlo a los ojos para decirle aquello, pero no habría tenido el efecto deseado si descubría la desnudez de su cuerpo frente al mío.

Astra no dijo nada y eso me decepcionó por algún motivo. Una puntada aguda me apuñalaba a la altura del estómago. Di la conversación por terminada así que empecé a avanzar hacia la salida del jardín, de regreso al palacio. Sin embargo, él me sujetó la mano con fuerza para detenerme. Sentí la callosidad de su piel, dura y áspera, con aquel particular aroma a césped recién cortado. Su agarre era suave, pero firme. El corazón comenzó a correrme desbocado y sentí cómo se me acaloraba la piel de las mejillas. Después de unos segundos, dejé de tirar de mi brazo. Parecía que había logrado detener el tiempo, no supe cuánto había pasado hasta que comenzó a soltarme. Mis dedos se deslizaron entre los suyos sin esfuerzo. Fue terrible el contraste entre el frío de la lejanía y la calidez de tener su piel contra la mía. No dijimos nada, ninguno sabía qué. Así que me fui, ya no sentía decepción, pero sí una profunda frustración.

Dentro del castillo, la servidumbre iba y venía de un lado a otro con una extraña desesperación. Una muchacha que tenía las manos y la cara llenas de hollín me clavó los ojos. Yo no me veía mucho mejor que ella en realidad, ya que mi vestido estaba lleno de lodo, pelos y plumas, además de un terrible olor a animal mojado. Comenzó a acercarse, parecía que estaba temblando.

──Señorita, disculpe que le hable, pero el Ama de Llaves la está buscando con urgencia ──la muchacha se colocó a mi lado, apenas medio paso por detrás y no me miró, habló en voz muy baja, como si no quisiera que los demás notaran que estaba hablando conmigo. Era probable que una persona de su posición no tuviera realmente permitido hablar con personas como yo. No respondí con la esperanza de que se lo tomara como un gesto de protección y discreción hacia ella.

Caminé lo más rápido que pude hasta mi habitación. Allí estaba el Ama. Tenía una expresión ceñuda y al comprobar mi aspecto abrió grande los ojos y la boca.

──¿Dónde demonios estaba, niña? ──el Ama me analizó de pies a cabeza, incluso noté cómo se le movieron las aletas de la nariz cuando le llegó el olor.

──Salí ──respondí a secas.

──Sí, ya veo. Si no fuera porque ya se lo había prohibido, pensaría que estuvo toda la tarde con Astra ──el Ama puso las manos en sus huesudas caderas como asas de una jarra.

No me gustó el tono sarcástico con en que lo dijo, pero no podía enojarme con ella ya que así había sido. No respondí, el silencio parecía mejor opción que la verdad.

──¡Entonces es cierto, niña tonta! No sabes a qué peligros estás exponiéndote y a mi niñ... ──se detuvo, aunque ya sabía lo que iba a decir── y a Astra ──agregó finalmente en medio de un bufido.

──Nadie va a saberlo ──dije mientras me tomaba el brazo por el codo y me lo restregaba con la mano opuesta.

──No se trata solo de que lo sepan o no. Se trata de que debe ser más juiciosa. Debe tomar decisiones importantes y esa compañía terminará por nublarle la razón.

──¿Se refiere a mí o a Astra? ─la miré con una ceja arqueada.

──No sea impertinente, niña. Ahora cámbiese esos trapos porque la señora Delilah solicitó su presencia inmediatamente en el salón.

Me quité el vestido y lo arrojé al suelo. No había tiempo para darme un baño, así que tomé una toalla húmeda y me limpié las manchas de tierra húmeda. Después me puse otro vestido, uno de color morado con bordados en oro. Una doncella me peinó el cabello y me lo sujetó en un moño alto. Me vi al espejo y, con un dedo, liberé unos mechones para que cayeran alrededor de mi cara. Así le gustaba a Alister, un rostro de contorno fino, como el de Larisa. Por el contrario, el mío era redondo y poco enmarcado. Finalmente, me colocaron gotas de perfume bajo el cuello, tras las orejas y entre los pechos.

Cuando llegué al salón, la señora Delilah estaba de pie junto a una ventana, caminaba de un lado a otro y se quejaba entre dientes. Era evidente que había solicitado mi presencia hacía mucho tiempo. Junto a ella y recostado muy cómodamente en una especie de diván se encontraba Alister. Ambos me miraron al mismo tiempo y sus rostros mutaron a una expresión desagradable. Fruncieron el entrecejo, sus bocas dibujaron una línea recta y se les marcaron las arruguitas que rodeaban los labios. Madre e hijo eran tan parecidos que se me revolvió el estómago.

──Incinea, qué gusto que te hayas dignado a acompañarnos finalmente ──la señora Delilah se acercó, me tomó del brazo, a la altura del bíceps y me apretó con mucha fuerza, aunque su tono de voz era melodioso.

No me quejé, no le daría el gusto.

──Te recuerdo que eres la prometida de mi hijo y futura reina de Lyskova. Debes ser más responsable y comprometerte con el cargo. Espero que esta demora no vuelva a ocurrir ──Delilah apretó un poco más a modo de advertencia y luego me soltó bruscamente. 

La Casa del VenadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora