EL CANTO DE LA DRUIDA II

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Ese sería el primer día que almorzaría fuera de mi habitación. Apenas desperté, el Ama me anunció la noticia: ya no era necesario que me recluyera en mi habitación todo el día. Ya había sido presentada ante los señores y ante mi prometido, Alister, de modo que podría comenzar a explorar a mi gusto y placer las tierras del palacio.

La noticia me alegró, pero no podía dejar de pensar en aquel hombre herido que había llegado a La Casa del Venado noches antes. Nadie me advirtió de su estado, de si había logrado sobrevivir...

Me dolían las manos a más no poder, la carne estaba casi totalmente expuesta. Me planteé la posibilidad de estar usando mis poderes de manera errónea. ¿Qué sentido tenía poder sanar a los demás si acababa autodestruyéndome? Me mordí el interior de la boca hasta sentir el gusto metálico de la sangre, estaba tan desconforme. El Ama cubrió mis heridas con un ungüento y cambiaba los vendajes por lo menos dos veces al día. No podía sujetar nada con fuerza y, de hecho, prefería que nada me tocara.

─¿Está vivo? ─pregunté sin percatarme de que había interrumpido un discurso del Ama sobre la importancia que tenía la presencia de una futura reina en la corte. Ella guardó silencio unos segundos, sabía a quién me refería.

─Está vivo ─dijo mirándome con unas lagunas turbias por ojos─, pero no deberías acercarte a él otra vez.

─¿Por qué?

─La señora Delilah desaprueba cualquier contacto que pueda tener su hijo, Alister, con Astra. Eso te incluye a ti también.

─¿Puedo saber quién es Astra? Es decir, para la familia real.

El Ama me miraba sopesando la idea de darme información que pudiera molestar a la señora Delilah. No supe si intentaba protegerme o si intentaba protegerlo a él.

─Astra Silvercrest es el hijo mayor del señor Octavius, el rey de Lyskova.

─¿Entonces es el verdadero heredero al trono?

El Ama abrió grande los ojos y torció la línea de su boca en una mueca dolorosa, como si se hubiera golpeado el dedo pequeño del pie con la pata de la mesa.

─Niña tonta, cállate ─dijo acercándose a mí hasta que pude sentir el olor a anís de su boca. Me apuntaba entre ceja y cejas con uno de sus huesudos dedos─. Ni se te ocurra decir algo así frente a nadie fuera de esta puerta ─hablaba carraspeando los dientes y con los ojos entornados. Estaba realmente enojada.

─P-perdón, supuse que...

─Astra no es un hijo legítimo. Por eso la señora Delilah lo desprecia. No te acerques a él y punto ─el Ama dio el asunto por terminado y se marchó estrellando la puerta contra el marco.

Lo complicado de aquella orden sería cumplirla ya que la habitación de Astra quedaba camino al salón principal. Sabía que de un momento a otro lo encontraría en el pasillo. Ese momento llegó más pronto de lo que hubiese deseado. Cuando crucé frente al umbral de su puerta, él salió con una brusquedad tosca tan repentina que casi me vengo abajo. Para la mayor de mis sorpresas, Astra me sujetó y, al contrario de lo que hubiese pensado, su tacto fue firme pero de una dulzura inquietante. Tenía una mano enorme y de piel endurecida. Todo mi cuerpo se estremeció al sentir el calor que me provocaba el roce áspero de su piel.

La Casa del VenadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora