Alguien tan bueno (cap 18)

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Una semana después...

Liam...

Había pasado una semana desde que Daniel me dejó aquí. No puedo explicar cuánto lo odio en estos momentos.

Las cosas no son fáciles aquí. Nos hacen trabajar desde las cinco de la mañana hasta la una de mañana. Estoy agotado; despertar cada mañana se ha vuelto difícil. Los capataces no tienen piedad. Son muy crueles; si te equivocas en lo más mínimo, te golpean hasta dejarte inconsciente. No quiero pensar en cuántas veces he visto a los capataces golpear a alguien hasta dejarlo medio muerto, sin importar cuánto supliquen y estén llenos de sangre. ¿Y la comida? Nos dan de comer una vez al día, por lo menos nos dan mucha, pero es horrible. Me negué a comerla los primeros días, pero cuando tienes hambre, todo sabe bien y eso lo se muy bien.

En parte, tengo suerte; de todos los trabajos, a mí me tocó uno fácil. Tengo que traer material y limpiar las herramientas y los salones. Es mucho trabajo, pero comparado con los demás, es fácil. Siento que me voy a volver loco.

No sé cuánto tiempo voy a aguantar aquí. Aunque me cueste admitirlo, Daniel tenía razón: "tuve suerte de que él me haya comprado", pero eso no quita el odio que le tengo. ¿Cómo pudo dejarme aquí? Pensé que él me quería. Sé que hice mal, pero un verdadero padre no abandona a su hijo solo porque lo insultó, ¿verdad? No sé qué pensar. Quiero morirme. Esta situación es deprimente.

Espero que Nacho lo esté pasando mejor que yo.

Una semana después...

Mi cuerpo está débil, apenas puedo moverme. No quiero hacer enojar a los capataces. Hasta ahora no me han golpeado; me he equivocado, pero solo me gritaban. No quiero darles una razón para que me golpeen.

"Oye chico, levántate antes de que llegue el capataz", dijo el chico que duerme al lado mío. Se llama Álvaro, tiene 19 años. Es muy agradable y parece que es el único que se preocupa por los demás por aquí.

"No puedo, mi cuerpo no me responde", le dije.

"Es que tu cuerpo no está acostumbrado a trabajar tanto", me dijo, ofreciéndome la mano para levantarme. Acepté su ayuda y me levanté. Me dolía mucho el cuerpo y estar de pie era difícil.

"Gracias, ahh", dije mientras me quejaba del dolor.

"Estírate, te sentirás mejor", sugirió Álvaro.

"Apenas puedo moverme", respondí.

"Vamos, al menos inténtalo", dijo mientras estiraba sus manos hacia adelante y luego hacia atrás. "Haz lo mismo que yo.

Empecé a hacer todos los estiramientos que Álvaro hacía. Al principio dolía, pero luego fue más fácil hasta que recuperé el movimiento de mi cuerpo.

"Aún duele, pero ya puedo moverme", le dije con una sonrisa.

"Vamos a trabajar", me miró con una sonrisa antes de salir de la casucha donde nos hacían dormir.

Una semana después...

Estaba recogiendo todo el material descartado cuando escuché el ruido de vidrio rompiéndose. Me di la vuelta y vi que una chica un poco mayor que yo se había caído, dejando caer un montón de focos. El capataz se dirigía hacia ella. Lo único que hice fue cerrar los ojos; no quería ver cómo la golpeaban.

"¡Alto!", gritó Álvaro. Eso fue lo único que escuché antes de abrir los ojos. No, ¿qué hace? Lo van a golpear a él también. Álvaro se puso frente a la chica. "Por favor, señor, perdónela, solo tiene 16 años", se arodillo frente al capataz y la chica miraba alterada desde atrás.

El capataz lo miraba con una sonrisa maliciosa que daba miedo. "¿Cómo te atreves a interrumpir a tu jefe?", dijo antes de darle un golpe que lo tumbó al piso. El capataz alzó su látigo para golpear a la chica, pero Álvaro se puso en medio, decidido a protegerla.

Aprendiendo a ObedecerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora