𝟒. 𝐇𝐲𝐝𝐫𝐚, 𝐥𝐚 𝐬𝐞𝐫𝐩𝐢𝐞𝐧𝐭𝐞 𝐞𝐧 𝐞𝐥 𝐜𝐢𝐞𝐥𝐨

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Se sintió terrible. Se había quedado ahí de pie sin decir más nada que acusaciones cuando Alaenna sólo le había confesado su amor, el recibimiento de su familia y la noticia de la espera de su heredero. En ocasiones, Aemond creía que su madre se había metido en su cabeza y lo obligaba a hacer cosas que no quería, o actuar como ella lo haría, aún cuando ella no estaba cerca. Comenzaba a odiar eso, lo había estado haciendo desde que Alaenna le dio una nueva perspectiva de la vida.

Esa noche, la cena fue muy callada. Se anunció el viaje de la princesa a Dragonstone y que no volvería en varios meses, eso no puso feliz a la reina quien comenzó a hacer acusaciones indirectas hacia la madre de Alaenna y a decir que seguro su hija era igual.

— De hecho, madre, viajaré junto a mi esposa. — la interrumpió de pronto Aemond ganándose el silencio de todos y la mirada de la platinada que no había querido mirarlo. — Estaremos de regreso en algunas lunas. Nuestra ausencia ni siquiera será notada.

— Aemond, pero no puedes irte, tienes deberes que...

— Puedo entrenar donde sea, madre. — volvió a interrumpirla, esta vez molesto.

— Es bueno saber que viajaras con Alaenna, hijo. — comentó Viserys con una sonrisa.

Alaenna también le sonreía, era una sonrisa radiante y vivaz, sus ojos violeta brillaban a la luz del fuego. Aemond hizo un gesto con los labios, una sonrisa pequeña que sólo su esposa notó, pero eso fue suficiente para ella. Esa misma noche, cuando supo que todos en esa ala del pasillo estaban durmiendo, el príncipe se coló a la habitación de la princesa, la encontró haciendo garabatos en un pergamino, escribía un poema en alto valyrio que no permitió que su esposo leyera.

— No, es para el bebé. Podrás verlo cuando nazca. — argumentó escondiendo el pergamino de las ágiles manos de su esposo.

Aemond resopló, dejó que ella lo guiara a la cama y lo empujara sobre la misma para luego acostarse a su lado. Sus ojos lo miraron una ultima vez y luego apoyó su cabeza sobre su pecho, acurrucándose contra él, su mano se poso en su espalda y su mentón se apoyó sobre su cabeza. 

— Lamento lo de ahora. — murmuró Aemond.

— Lo sé. — susurró ella.

— También te amo. — confesó. — Y estoy feliz por esto.

— Yo también...me gustaría que fuera un niño. Nos ahorraríamos los problemas a futuro. — había dicho antes de quedarse dormida. 

Aemond no creyó lo mismo, sería más difícil si tenían un niño, siempre lo harían ver como el príncipe que nunca sería o lo apartarían de su lado de la misma forma en que se habían llevado a su hermano Daeron solo por ser el único que nunca podría oler el metal de la corona de Aegon el conquistador. Esperaba que si era un niño nadie se atreviera a hacerle nada, nunca, y que su familia no fuera separada por las intenciones de su madre de poner a su hermano Aegon en el trono.

Los siguientes meses en Dragonstone fueron extraños para el príncipe. Descubrió que su media hermana no era tan mala como su madre la hacía ver, Rhaenyra era atenta con sus hijos y muy amable con las doncellas y los guardias del castillo, además, acababa de tener un bebé y aún así no descuidó nunca a su hija en su embarazo. Descubrió que Jacaerys y Alaenna eran muy unidos, que tenían un lenguaje secreto con sus manos para comunicarse entre ellos, que Lucerys no era tan odioso como lo recordaba, que Joffrey era un niño que le gustaba jugar a las espadas, que a las gemelas solo les interesaba leer libros. Era una familia normal, no algo horrendo y despreciable como la reina Alicent decía que eran. Y ninguno tenía resentimiento alguno hacía Aemond. Quizá Daemon lo hacía, pero Aemond lo vio como un padre muy sobreprotector tratando de cuidar a su hija.

The girl with the one eyeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora