𝟏𝟐. 𝐋𝐚 𝐫𝐞𝐢𝐧𝐚 𝐪𝐮𝐞 𝐧𝐮𝐧𝐜𝐚 𝐟𝐮𝐞

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Enterarse en una carta de Jacaerys que habían tratado de matar a su madre mientras dormía no puso del mejor humor a Alaenna. Todo lo contrario. Pensó incluso en devolverle el acto a aquel usurpador tan detestable. Pero no podía actuar sin ser acusada, era la única en la Fortaleza Roja que había demostrado abiertamente su disgusto ante el nuevo regente y, si ya había comenzado a preparar su asesinato, con aquel acto solo acortaría su última hora. Debía pensar, planificar. 

Que no obtuviera respuestas de sus cartas hacia Daemon tampoco fue de su gusto.

Alaenna había optado por mantener el ceño fruncido, una mirada molesta, y casi siempre cuando alguien de la corte del usurpador le hablaba ella solo gruñía una respuesta y se marchaba seguida de Sir Darion y Tara, obviamente Hydra siempre iba con ella, a donde sea. Su actitud le recordó a la reina viuda como había actuado antes de escapar a Dragonstone mientras estaba embarazada de Hydra, por lo que se le había prohibido a la princesa salir de la Fortaleza o montar su dragón en sus paseos matutinos. Solo logró hacerla enojar más.

Aemond sabía que solo estaba nerviosa y temía que sufriera un ataque de histeria e hiciera algo con la hermana oscura. Algo de lo que pudiera arrepentirse. Aunque, sabiendo como era su esposa, Alaenna no iba a arrepentirse si en un momento de locura mataba a su suegra con la espada que el príncipe canalla le había obsequiado.

Todo aquel que la viera diría que aquella princesa solo era vanidosa, que no servía ni siquiera para ser la esposa del príncipe tuerto puesto a que este tenía fama hostil. Creían que Alaenna era una santa paloma, que no podría dañar a nadie, porque así se había mostrado en la Fortaleza Roja. Pero la verdad era otra, y su esposo la sabía, la sabía mejor que nadie. 

La encontró en el balcón el último piso, un lugar al que recorría ahora que no podía volar. Su mano derecha estaba escondida en el bolsillo de su falda, Aemond estaba seguro de que se tocaba el vientre, la mano izquiera reposaba sobre el muro de piedra. Por la forma en la que se veían sus nudillos, tan blancos, su esposo supo que estaba haciendo presión como si quisiera tumbar el muro antes de saltar.

— Te he buscado todo el día. — dijo el príncipe, deteniéndose a su lado, sin bajar la mirada hacía ella.

Bueno, hasta que la escuchó jadear por aire. Cuando su ojo bueno se posó sobre el rostro de su esposa, notó las lágrimas bajar por sus mejillas rojas y como sus ojos violetas demostraban nada más que tristeza. No eran muchas las veces que él la había visto de esa manera, pero siempre parecía la primera vez. 

— Estuve en la biblioteca, con mi hijo, pensaba en que quizá sea el único que deba tener. — dijo ella, con la voz entrecortada.

— ¿De qué hablas? — inquirió él, con temor. 

— Hablo de que tú no podrás garantizar por siempre mi seguridad aquí, ni la de Hydra, a quien seguro enviarán a Oldtown en cuando muera. 

— Ya habíamos hablado de esto...

— Lo hicimos. Antes de que mataran sin piedad a Lucerys y trataran de matar a mi madre en sueños. — lo interrumpió Alaenna, girándose a él. — Antes de que tu abuelo comentara que era buena idea envenenar a mi madre embarazada y a mis hermanos en esa última cena. A mí y a Hydra. O me condenaran a muerte.

— Nada de eso ocurrirá. Él está en Oldtown ahora, Cole es la mano del usurpador. — informó Aemond. 

La sorpresa fue evidente en los ojos de Alaenna.

— ¿Qué dices? 

— Aegon lo nombró hace dos días. Me acabó de enterar. Fue él quien organizó el atentado hacía la reina dragón.  

The girl with the one eyeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora