𝟑. 𝐔𝐧 𝐥𝐮𝐠𝐚𝐫 𝐞𝐧𝐭𝐫𝐞 𝐭ú 𝐲 𝐲𝐨

35 3 0
                                    

Habían transcurrido seis meses de la boda, la reina Alicent comenzaba a acusar a la princesa Alaenna de ser infértil porque en aquel tiempo ningún maestre había confirmado la espera de un nuevo bebé Targaryen. Lo que la reina desconocía es que aquel matrimonio entre su hijo Aemond y la primogénita de Rhaenyra no se había consumado aún. Los príncipes estabas distraídos en otras cosas que consideraban más importantes, como estudiar el cielo, pasear por los jardines, leer bajo el árbol corazón e incluso, algunas noches, escapaban al pueblo para ir a un burdel a beber vino y bailar. 

Si bien se habían unido en matrimonio, sus cuerpos rara vez se habían tocado, muy poco se les veía tomados de las manos, y sus labios solo experimentaban suaves roces cuando uno de ellos se había quedado dormido mientras leían o mientras miraban las estrellas y el otro se inclinaba solo para luego enderezarse. Una cosa si era cierta, y era que sus almas habían dejado de ser dos almas juntas para comenzar a volverse una sola. 

Una mañana Aemond no la vio en el desayuno, era extraño que no estuviera allí puesto a qué Alaenna siempre era una de las primeras en levantarse, desayunaba con él y volvía a su habitación para leer un poco o simplemente volver a dormir. Pero aquella mañana, cuando Aemond bajo a las fosas de dragón para dar su vuelo matutino con Vhaga, se encontró con Alaenna esperando que alistaran para ella la silla de montar de Malek, su dragón blanco que era tan grande como lo era el dragón de su madre.

Llevaba un abrigo negro, largo, que tenía aberturas en sus piernas que dejaban ver la falda que llevaba, una falda en un rojo oscuro muy llamativo, y el corset que ajustaba su torso también resaltaba otros atributos suyos. El cabello lo llevaba atado en una trenza descuidada y conversaba con uno de los maestres mientras se ponía los guantes de cuero. Aemond no pudo evitar acercarse a ella para saludarla.

— Mi señora. — proclamó llamando la atención de ella, el maestre y las doncellas a su alrededor.

Alaenna lo miró, su ceño se frunció por un segundo y una fugaz sonrisa se formó en sus labios. El príncipe hizo una reverencia hacia ella, inclinando su cabeza unos segundo.

— Mi príncipe. — saludó Alaenna, reverenciando al príncipe de la misma forma que lo había hecho con ella.

— ¿Dará un paseo, su alteza? — le preguntó el maestre, aquel hombre era el mismo que le había enseñado a hablar alto valyrio, un señor muy agradable.

— Ciertamente, señor. Supongo que la princesa también lo hará. — se dirigió a ella esta vez.

— Sí, mi lord. Hace mucho que no monto a Malek ni salgo del castillo, me hace falta un paseo.

— ¿Me permite acompañarla?

Alaenna miró a su doncella favorita, Tara, ella se acercó y le entregó una carta en la mano. La sonrisa de su rostro era algo que Aemond solo había visto en ella dirigida a sus hermanos o cuando el vino comenzaba a hacer efecto en su cuerpo, aquello era un sentimiento nuevo para él.

— Por supuesto, su alteza. Solo no se lo tome personal cuando lo dejé atrás. Mi dragona es mucho más veloz que su vejestorio. — se burló ella.

La vio caminar hacia la plataforma, Malek se acercó de inmediato al encuentro de su jinete. Aemond corrió hacia Vhaga, aunque antes de subir Alaenna lo detuvo, tomando su mano y dejando la carta en su palma. Él frunció levemente el ceño, confundido, ella alzó los hombros con indiferencia y se acercó a la red para subir hasta su silla.

— Informaré al rey que ambos salieron a un vuelo, sus altezas. — indicó el maestre pasando por un lado de los jinetes que ya estaban sobre sus dragones.

— Muchas gracias, señor. — respondió Alaenna inclinando su cabeza en señal de respeto; luego miró a su marido. — ¿Habrá válido la pena? Yo creo que soy mejor que tú.

The girl with the one eyeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora