𝟗. 𝐄𝐥 𝐝í𝐚 𝐪𝐮𝐞 𝐜𝐞𝐫𝐫𝐚𝐬𝐭𝐞 𝐥𝐨𝐬 𝐨𝐣𝐨𝐬

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Alaenna fue informada de la coronación tan solo una hora antes, mucho antes de que el sol saliera, cuando estaba aun esperando que Aemond fuera a su habitación para conversar lo mencionado en la cena. Él no apareció esa noche, en cambio lo hizo Sir Cole, quien se proclamó ante ella comandante de la guardia real, le dijo, además, que su asistencia a la coronación al amanecer era obligatoria, pero la princesa lo ignoró por completo, al igual que el llamado del guardia cuando le indicó que era la hora de ir al templo para la coronación.

- Haga acto de presencia por mí, sir Darion. Yo permaneceré en mi alcoba. - informó mirando al guardia.

El hombre hizo una reverencia ante ella y luego salió de la habitación, cerrando la puerta con llave de nuevo. Aquello le permitió ir al pasadizo, Hydra estaba aun dormido entre los cojines y mantas. Sabía que la habitación del niño también estaba cerrada con llave y que la habitación de Aemond era cerrada por él mismo cuando no estaba allí porque no confiaba del todo en su madre. No tenía forma de escapar, solo tenía la ventana de su habitación, pero era una caída de más de cuatro pisos y no había forma en la que Malek pudiera salir del poso y llegar hasta allí.

Se sentó en el suelo, tomó su pequeño en brazos y lo acercó lo más que pudo a su cuerpo. Su pequeño hijo, que no era consiente de todo el desastre que se aproximaba, dormía sin preocupación alguna entre sus brazos. Le tocó la cara con la yema de los dedos, acariciando su suave piel de bebé, había sido buena idea bañarlo con agua de rosas como le había dicho su madre, su piel conservaba esa misma textura de cuando era un recién nacido. Le acomodó el cabello platinado y comenzó a tararear una canción en alto valyrio, esa misma que su madre cantaba para ella y sus hermanos cuando eran pequeños, aquella que trataba sobre dos amantes que se perdían a sí mismos en los deseos del otro.

Cuando volvió a despertar el sol había bajado tanto que entraba por la diminuta ventana que había en el pequeño salón, Hydra estaba dormido aun en sus brazos pero se removía inquieto. Alaenna se puso de pie levantando al niño, caminó de regreso a su habitación y lo dejó sobre su cama. No podía saber que hora era, pero por la posición el sol y la forma en la que entraba por la ventana supuso que aun no era la hora de la comida.

Podía escuchar el alboroto de las calles del otro lado de la muralla que protegía la fortaleza, podía ver desde la altura en la que se encontraba como las masas eran empujadas por las calles, como los capas doradas sobre sus caballos los empujaban. No quiso saber más y cerró la ventana amortiguando el ruido y la radiante luz que la cegaba.

Descubrió sobre su mesa una bandeja de plata con su desayuno, había frutas, pan, queso y también carne. Junto a esta, había una jarra de algo que parecía vino, pero era solo agua. Estuvo algo renuente de probar aquella comida, podría tener veneno, pero sentía un hambre voraz y no pudo evitar comer hasta sentirse llena. Dejó lo suficiente para darle algo de frutas a Hydra cuando despertó algunos minutos después, lo sentó en sus piernas y comieron juntos.

Esperaba que no estuviera envenenado, no pretendía hacer sufrir a su hijo, pero tampoco lo mataría de hambre.

- ¿Papi? - preguntó Hydra mientras comían, Alaenna suspiró.

Aemond solía desayunar con ellos todos las mañanas, sin falta, ni siquiera en esas mañanas en las que había dormido poco por la noche y había dado un vuelo sobre el lomo de Vhaga antes del amanecer faltaba a los desayunos con Alaenna y su hijo. El niño estaba acostumbrado a verlo siempre ahí. Y ya tenía dos mañanas en las que no estaba con ellos.

- Papi está ocupado, mi niño. Pero vendrá después, a jugar contigo. - aseguró ella, aunque no supo si trataba de convencer al niño o a ella misma. - ¿Qué tal si jugas mientras lo esperas?

The girl with the one eyeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora