𝟏𝟏. 𝐎𝐭𝐫𝐨 𝐡𝐢𝐣𝐨

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El agua caliente comenzaba a enfriarse pero sus cuerpos se mantenían calientes, sobre todo en la posición que estaban y por todas las velas que habían encendidas a su alrededor. Alaenna se movió un poco sobre su regazo, inclinándose para tomar la copa de vino que estaba en el suelo junto a ellos, la mano de su marido apretaron la piel de su cadera y la empujaron más cerca de su cuerpo, permitiéndole sentir lo que causaba con sus movimientos. 

Era un momento para ellos, en mitad de la noche, mientras su hijo dormía en la otra habitación y todo el mundo comenzaba a desmoronarse fuera de la habitación de la princesa, aquel era su único momento de paz, donde no les quedaba de otra que confiar en el otro porque era todo lo que tenían. 

Aemond le apartó el cabello largo, empujándolo hacía atrás, dejando a la vista sus grandes senos que tenía algo cerca de la cara. Alaenna jadeo cuando los dedos agiles de su esposo pellizcaron la piel de sus senos para luego encerrarlos en sus manos grandes y estrujarlos, ella mantenía las manos cerradas en sus muñecas.

— He notado que son más grandes ahora. — soltó de pronto, luego de dejar un pequeño beso entre ambos pechos. Alaenna frunció el ceño. — Al igual que tus caderas, más anchas. — murmuró bajando sus manos a la zona mencionada. 

— He estado comiendo de más, creo que es el estrés. Esta situación me tiene muy nerviosa. — se excusó ella, sintiéndose avergonzada por primera vez en muchas lunas. 

Aemond tarareo una negación, la levantó un poco y se alineo en su entrada, permitiéndole a ella bajar al ritmo que le apeteciera, lento y delicado. La vio abrir la boca, soltar un gemido y tratar de esconder su rostro en su cuello, pero la tomó del mentón y la obligó a mantener la mirada en él antes de besarle los labios como si fuera la primera vez o la ultima que podía hacerlo. 

— No es eso. — murmuró sobre sus labios antes de comenzar a dejar besos por su cuello, aún la tenía sujeta del mentón, pero su mano libre la alentó a comenzar a moverse sobre él. — Es como antes de Hydra.

Alaenna se quedó quieta, alejándose de sus besos y poniendo la mano sobre el abdomen de su marido. Aemond la miró confundido, pero le permitió entrar en la duda. 

— ¿Tú crees que esté embarazada de nuevo? — cuestionó ella mirándolo.  

— No lo sé. Pero te escuché vomitar anoche, y estás comiendo más de lo usual. 

— Es el estrés. — murmuró ella, tratando de convencerlo.

— Sabes que no lo es. — susurró él, acariciando la mejilla fría de su esposa.

Alaenna cerró los ojos, estaba dispuesta a ignorarlo y comenzar a moverse sobre él y su eje, pero los ruidos en el pasillo los sobresaltaron a ambos. Eran gritos, gritos desesperados. Se levantó gimiendo ante la perdida de contacto. Escuchó a su esposo gemir también. Caminó para tomar su camisón y le tiro el suyo a Aemond, la tela se les pegó al cuerpo húmedo, pero no importó en lo absoluto porque ella se puso un vestido que se abrochaba con facilidad en la parte delantera y él se puso su bata. 

Al salir al pasillo, en el corredor de abajo la reina viuda trataba de consolar a su hija que no paraba de gritar y retorcerse en sus brazos. Habían criadas en todas partes, guardias que entraban y salían de la habitación de los gemelos. Alaenna sintió un escalofrío recorrer su espalda, un mal presentimiento.

— Los niños. — murmuró Aemond al ver como una de las criadas sacaba una manta cubierta de sangre.

— Hydra. 

Alaenna jadeo y de inmediato corrió a la habitación de su hijo. La puerta no estaba junto a la suya, tuvo que correr por el pasillo y cruzar en la esquina derecha para poder llegar a ella, estaba abierta de par en par y dentro la luz de la chimenea iluminaba a dos figuras grandes. Alaenna entró a la habitación llamando a atención de ambos hombres que se giraron a verla, uno de ellos tenía una espada ensangrentada.

The girl with the one eyeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora