Cap #5

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[...]

Marcia y Esteban seguían disfrutando muy a gusto de su picnic. Llevaban un poco más de dos meses que no conversaban de forma amena, sin reproches y lágrimas de por medio.

Durante veinte años el moreno se había mostrado frío, distante, lleno de amargura. Sin embargo, ahora era muy diferente. Ahora sonreía, reía a carcajadas y al parecer el buen humor que siempre lo caracterizaba antes de la condena de la pelirroja había resurgido.

—Esteban, créeme que una de las cosas que más deseo es que los muchachos te puedan perdonar. Incluso, en ocasiones he intentado hablar con ellos pero están muy intransigentes. —lo tomó de su mano—. Lo siento... —expresó con un tono compasivo—.

Él apretó su mano y le dio un beso sobre sus nudillos. —Gracias, Marcia. —le sonrió cabizbajo, el tema de sus hijos era su mayor pesar—. De verdad agradezco muchísimo tu ayuda, aunque, no quiero que les insistas más.

—¿Por qué?

—Porque no quiero que tengas problemas con ellos y menos por mi culpa.

—Eres su padre, deben perdonarte.

—Quizás tengas razón. Pero cuando recuerdo o ellos mismos se encargan de recuérdame todo el daño que les causé durante estos veinte años, dudo si realmente merezco su perdón.

Marcia respiró profundo y guardó silencio, ese asunto aún le resultaba un tema muy sensible.

—¿Tú sabes por qué ando detrás de ti?

Ella lo encaró desanimada. —¿Por qué?

—Porque soy egoísta y te quiero para mi. Sencillamente no me da la gana de soltarte.

El sistema nervioso de la pelirroja se alarmó y le contestó evitando su mirada. —Estás hablando como un hombre posesivo.

Esteban la obligó a verlo a los ojos y le respondió casi pegado a su boca. —Sí, soy un desastre de hombre. Aparte de ser un miserable, soy egoísta y un posesivo de lo peor.

—No digas eso... —dijo ella muy tensionada al percibir su evidente cercanía—.

—Es la verdad, Marcia. —afirmó susurrándole y tomó una boca de aire—. 
No te merezco, no merezco nada.

—¿Entonces para qué me buscas? —lo cuestionó un tanto agitada—.

—Ya te lo dije, caray... —volvió a musitar  y procedió a tocarla por sus caderas. Ella al sentir sus manos sobre su cuerpo se removió un tris inquieta—. Te quiero a ti, te deseo a ti. No te merezco pero, no me importa, te quiero tener.

—Tu sinceridad me genera escalofríos, Esteban. —afirmó entre susurros—.

Él rió despacio y llevó una de sus manos  a su cara. Allí comenzó a tocar suavemente su mentón. —¿Estás segura de que son escalofríos?

—¡Cierra la boca, por favor! —murmuró  la pelirroja impaciente. Y sin poder resistirse un segundo más, se lanzó a sus gruesos labios y comenzó a succionarlos de manera sutil y ansiosa—.

Ambos optaron por ir intensificando cada vez más el ritmo de sus lenguas hasta que repentinamente, una pesada pelota chocó sobre la cabeza de Esteban.

El moreno se sobresaltó y ambos se desprendieron con un tanto de brusquedad y voltearon hacia el extremo derecho del bosque. En ese instante notaron la presencia de una niña que se acercaba a ellos corriendo con gran velocidad.

—¡Ya me imagino de quién es esta pelota! —expresó Esteban tocando su cabeza—.

Marcia rió y asintió.

Atreverse a atreverseDonde viven las historias. Descúbrelo ahora