Cap #11

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[...]

La española se dirigía a la oficina de presidencia experimentando una tensión que incluso le entorpecía hasta el caminar. Algo en ella le gritaba que la plática que estaba próxima a afrontar con su jefe no se trataba de un simple asunto laboral sin resolver, sino más bien sobre su ámbito personal. Específicamente de su <<supuesta>> enfermedad.

Después de cruzar el pequeño pasillo que conectaba con la oficina de Esteban, finalmente ingresó.

—Esteban, ¿me necesita? —preguntó respirando con un tris de dificultad mientras se acercaba hacia el escritorio del moreno—.

Él la encaró y asintió con una expresión rigurosa. —Siéntese, usted y yo vamos a aclarar un asunto.

Ella sólo se limitó a remover su cuello con un ademán afirmativo y acató su orden.

Al estar frente a frente, Esteban procedió a cuestionarla sin dejar a un lado su mordacidad. —Quiero que me explique por qué se tomó atribuciones que no le corresponden.

Alba comenzó a hiperventilar y sonrió involuntariamente. —¿Atribuciones como cuáles?

—Usted sabe perfectamente a qué me refiero. Le doy un minuto —levantó su índice— para que haga memoria de lo que hizo y lo admita en voz alta.  

Una mueca de terror apareció en el rostro de la española, y en ese instante la idea de confesar que había sido ella la persona que le había informado a Marcia sobre su estado de salud comenzó a rondarle.

Sin embargo, desenmascarse con algo tan delicado significaba echarse una soga en su propio cuello, entre otras palabras, botarse ella misma de Lom-Ent.

Además, aún cabía una mínima posibilidad de que quizás su jefe no se refería precisamente a aquello. Al fin y al cabo, el moreno no le estaba asegurando que el origen de su desagrado era por tal razón. En el fondo guardaba la remota esperanza de no haber sido expuesta por su amiga. 

—¿Se volvió muda? —la interrogó  irritado—.

—No... —negó bajando su vista—. No sé de qué me habla... —afirmó en un tono apacible—.

—¿No? —rió con ironía—. Bueno, aparte de imprudente, mentirosa.

—Por más que recuerdo... —expresó con nerviosismo— no sé en qué pude haber fallado. Siempre he seguido sus ordenes en cada trabajo que he elaborado.

—No, no se equivoque... —inspiró, en ese instante empezó a sentirse un poco agitado—. ¡No me estoy refiriendo a lo laboral! ¡Esto es un asunto personal que la involucra a usted! ¡Es más, estoy totalmente seguro de que se está haciendo la desentendida! —le refutó con firmeza—. ¡Por favor, no me quiera ver la cara de estúpido! ¡Le quedan siete segundos para hablar y explicar las razones de su imprudencia!

—Vale... —rompió su silencio agachando nuevamente la cabeza—. Sí, fui yo la persona que... —su rostro se sonrojó de la vergüenza y sus ojos se tornaron llorosos— le contó a Marcia de su enfermedad. —confesó con el alma en un hilo y se quebró entre lágrimas—. No fue con mala intención, se lo juro. ¡Lo siento mucho!

La evidente afectación de la española provocó en Esteban una leve sensación de compasión. No obstante, esa misma mujer que ahora le lloraba disculpándose había infringido una regla imperdonable. Se había aprovechado de la confianza que él había depositado en ella para esculcar sus pertenencias y por si fuera poco, ir directo donde su ex-mujer a ventilar nada más y nada menos que su delicada patología. Lo más íntimo que cargaba consigo. 

—Esteban, no se preocupe por mi liquidación, no la voy a exigir. —secó sus mejillas y lo vio a la cara—. Perdóneme, sé que estuvo mal.

—¿Le gustaría que alguien de repente venga, revise sus cosas por atrevimiento y salga a comentárselo a otro? ¡Y peor, a su ex-pareja! ¡Con quien se lleva de la fregada!

Atreverse a atreverseDonde viven las historias. Descúbrelo ahora