Capítulo 19

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Ezra

La risa me gana. Comienzo por reírme sobre sus labios. Mis manos ahora aprietan su cuello con fuerza, pero no con la suficiente para privarla del oxígeno. Niego con la cabeza.

Volteó su cuerpo sin pensarlo, aplasto su mejilla contra la pared, usando mi mano para detenerla.

—¡¿Qué demonios?! —intenta gritar.

—¡Calla, aquí el permiso de hablar te lo daré yo! —obligo a que mis sombras cubran su boca evitando que cualquier tipo de ruido salga de su boca.

Sus ojos se abren con fuerza cuando llevo sus dos manos sujetas por sus muñecas hasta la pared, donde obligo a mis sombras a que las mantengan ahí.

No lo pienso mucho. Solo quiero probar una teoría.

Abro el compás de sus piernas haciendo que una de sus piernas este unos escalones más arriba que la otra. Hago girones la estúpida falda dejándome con la imagen de su perfecto y circular trasero envuelto por una pieza de encaje roja. Me encanta.

—Llevas el rojo tan religiosamente desde que te dije que te iba perfecto —llevo dos de mis manos a sus resbaladizos pliegues.

Ella no puede hablar, pero yo me deleitare con ella. Quiere decirme que no me ama. Bueno que me lo diga después de todo lo que le haré.

—Pero no me quieres, ¿verdad? —hago a un lado el delicado encaje de sus pantis, deslizo uno de mis dedos por su humedad y esos ojos salvajes vibran con intensidad—, deberías avisarle a tu cuerpo que no soy bienvenido —deslizo otro dedo dentro de su humedad.

Ella se aprieta contra mis dedos. Comienza a moverse contra ellos, a frotarse y le ayudo, estirando mi dedo gordo sobre su clítoris, haciendo círculos, ella cierra los ojos, sus manos se vuelven puño y veo que intenta hacerse hacia abajo, intentando que mis dedos vayan más profundos en su interior. Un dedo más se introduce y siento como me moja, la necesidad esta en sus dedos, en sus malditos ojos que brillan como un lucero violeta.

—Pero miro que desastre —rujo sobre su oído, yendo más dentro, pellizcando su clítoris. Se para de puntas ante la intensa presión que ejerzo sobre ella—, bien, Trea, así —gimo sobre su oído.

Meto mi rodilla entre sus piernas y ella no duda en montarme. Tan necesitada... de mí.

—Esta es tu oportunidad, Trea, dime que no me amas, que no me necesitas y me iré definitivamente —prometo algo que por primera vez no voy a cumplir.

Voy más dentro en su interior, obligo a que mis dedos dentro se abran, y rosen sus paredes tan húmedas.

Suelto las sombras que sujetan su boca. Un gemido es lo primero que sale de su boca.

—¿Y bien? —pregunto con miedo de su respuesta, pero ella sigue restregándose contra mi pierna.

—Continúa lo que estás haciendo —gruñe viéndome con esa mirada fulminante.

Levanto un poco su cuerpo para que no tenga acceso a mi pierna y no se pueda mover contra mis dedos.

—Necesito unas palabras mágicas —murmuro sobre su oído. Más necesitado que ella.

Sé que sus pensamientos son asesinos con solo ver su rostro. Pero si la necesito llevar a estos limites para que su terquedad ceda. Bueno. Deberé hacerlo las veces que sea necesaria.

Ella puede venir y soltar su palabrería. Decirme que no me quiere, que me ha usado, aunque si que lo ha hecho, pero ese es un punto para otra ocasión.

Un trato con los ángeles (2da parte)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora