Capítulo 0

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Erebos camina de un lado a otro, sus alas se arrastran, su furia es notoria en su rostro. Lleva azotando todo lo que encuentro a su paso. Por su parte, Lucifer tiene su espada recargada en uno de los pilares blancos cerca del trono, juega con una daga y un palo de madera que está afilando. No le presta atención a su hermano. Hace mucho que dejó de prestarle atención a los berrinches de su hermano, ha llegado a entender que es lo mejor para su propia vida.

—¡Me rechazo! —gruñe Erebos.

Lucifer suelta un suspiró bajo. Sabe que se refiere a aquella chica, Alexandria, la que se ha convertido en su mejor amiga, su amor secreto. Pero ese es un secreto que planea guardar por el bien de Alexa y de él.

—Es de los dioses —Lucifer suelta con un tono calmado. Ya ha terminado de tallar una flecha, así que toma otro palo de madera circular para continuar tallando.

—¿Estás diciendo que no soy suficiente para esa perra? —gruñe Erebos.

—Estoy diciendo que no eres un Dios —comenta lo obvio.

El verdadero problema con Erebos es que siempre deseó ser lo que no es; un dios. Y él y Lucifer, solo son ángeles, hijos del mismísimo Dios de dioses. Los únicos que ha decidido tener... y también es el Dios que otorgó sus poderes a Alexandria, el mismo que creo a sus propias descendientes.

Una parte de Lucifer pensaba que la necesidad de Erebos de tener a Alexandria era simplemente por tener algo de lo que los dioses gozaban.

Lucifer le advirtió bastantes ocasiones, le habló de lo peligroso que era Erebos. Aun así, Alexandria, embriagada en el placer y sintiéndose protegida y con aires de superioridad. No escuchó a Lucifer, se embargó en una aventura con Erebos.

¿Amor?

Claro que no, esa era una mierda en la que Erebos no creía. Pero por ella... desarrolló algo parecido al amor.

—Quiere un Dios, seré un Dios —Erebos le dijo a Lucifer.

Lucifer no le creyó, simplemente escuchó. Como lo hacía comúnmente, pues Lucifer había aprendido desde temprana edad a ignorarlo y seguirle la corriente, porque las consecuencias siempre eran negativas.

Acababa embarrándolo en asuntos por los cuales hasta el día de hoy la gente le temía.

En una ocasión, cuando ambos tenían apenas cinco años, Erebos se enojó con Lucifer porque le quitó la última dona de manzana dorada, así que ocasionó un incendio, puso todo para culpar a Lucifer y la gente le creyó.

Así, de ese modo, Lucifer se convirtió en el hijo problemático. Y Erebos en el hijo maravilla, estratega increíble.

Lucifer entendió que a veces callar te convierte en el culpable y que hablar te hace libre. ¿Pero qué tan libre era cuando su voz ni siquiera era escuchada?

Lo que Lucifer no sabía es que Erebos era consciente de la amistad que él mantenía con Alexandria, del amor que llegó a sentir. Así que lo planeó todo. Se desharía de dos personas en un mismo momento.

Cuando Erebos cometió parricidio obligó a Lucifer a aparecer, le hizo creer que estaba arrepentido, desesperado, le pidió que le ayudará a ocultarlo, y Lucifer, como el buen hermano que era, lo ayudó, comenzó a mover el cuerpo, Erebos le dio un plan para esconder el cuerpo de su padre y cuando Lucifer lo hacía. Bueno. Erebos llegó con más gente que "buscaban", a su padre.

Incriminó a Lucifer, que no tenía modo de zafarse de la situación. Estaba metido hasta el cuello.

De ese modo, Erebos se deshizo de su padre y de su hermano. Convirtiéndose en algo así como un dios. Pero un ángel siempre será un ángel.

Lucifer fue sometido a juicio y mandado al averno a gobernar. Tendría que ganarse el respeto de los dioses que ahí yacían. Tendría que tomar el control por sus propias manos. No la tendría fácil. Así de ese modo, cuando Lucifer estaba a punto de irse, su hermano solicito darle un fuerte abrazo a su hermano para poder despedirse y continuar con su papel de chico bueno.

—Estoy en todos lados, hermanito, recuérdalo la próxima vez que quieras jugarme en contra —le murmura con una sonrisa.

—¿Y Alexandria? —pregunta Lucifer alterado.

—Al parecer está esperando a tu bastardo —sonríe con todo y dientes—. Cuidaré de ese pequeño, hermano, te lo aseguro, le hablaré bien de ti —continuó con el teatro.

Y de ese modo. Lo exilió de la Ciudad de Plata.

¿Quién es el rebelde, entonces?

Un trato con los ángeles (2da parte)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora