Capítulo 11.- Matrimonios.

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Unos años más tardes...

Lyssa veía a sus retoños jugar con las espadas en el patio del palacio de Marcaderiva. Aegar y Baeserys habían crecido mucho y ahora estaban aprendiendo el arte de la espada junto a su esposo, Daemon, que les daba indicaciones desde fuera del terreno que habían preparado por los hermanos.

Sus hijas Baela y Rhaena estaban junto a Rhaenys, aprendiendo como ella lo llamaba el arte de la corte. Su tripulación se encontraba allí con ellas. Eyla se había convertido en su sombra mientras que Nysah y Harlik lo eran de sus hijos. Los dos bastardos eran letales si alguien amenazaba a sus hijos. Darron había marchado junto a su padre a una batalla y Alon se había encargado personalmente de abastecer de alimentos a la familia Velaryon, comprobando que no hubiera nada envenenado después de lo que ocurrió con Lyssa.

Ahora, la peliblanca recordaba aquellos momentos. El embarazo de Aegar había transcurrido con normalidad e incluso el parto fue bueno, para sorpresa de todos. Sin embargo, Baeserys había sido un luchador, ya que se había agarrado a la vida tras varios problemas de Lyssa en su embarazo, poco tiempo después de dar a luz a su hermano. Eran unos guerreros desde antes de nacer.

Sus ojos se cruzaron con los de Daemon, que ahora la observaba con expresión divertida y una sonrisa desafiante que a ella la volvía loca. Lyssa le devolvió el gesto, bajando lentamente las escaleras que la llevaba hasta el campo de batalla improvisado de sus hijos. Cuando ambos la vieron, pararon y corrieron a sus brazos. Ella los acogió entre sus brazos.

Lo que había luchado por conseguir, ahora lo tenía. Unos hijos que la amaban y por los que se sentía muy orgullosas. Sus padres, que siempre estaban a su lado. Un marido del que siempre había estado enamorada. Un hermano que se encontraba vivo, viviendo junto a Rhaenyra que era su futura reina. Podía respirar paz.

- Madre, padre dice que seremos unos grandes guerreros Velaryon. – dijo Aegar mientras se apartaba de su falda. Ella sonrió.

- Lo seréis. Pero para ser grandes guerreros, debéis conocer otras artes, como el del engaño. Debéis saber en qué momento debéis atacar y cómo engañar a vuestro oponente. Vuestro padre es experto en eso.

- ¿Queréis decirme algo con eso, esposa? – preguntó Daemon con aquella sonrisa suya, cogiendo una espada que había en aquel lugar. Lyssa colocó a sus hijos a sus espaldas y se acercó lentamente a él, quedando apenas a centímetros de su cuerpo. El peliblanco bajó la cabeza con aquella sonrisa, mientras ella lo observaba y veía sus ojos bailar a lo largo de su rostro.

- Para nada, esposo. Pero jamás debéis subestimar a las mujeres. Y menos a la furia del mar, ¿verdad? – el breve discurso le había permitido sacar una pequeña daga que presionaba sobre el estómago del príncipe canalla. Este simplemente rió y besó a su mujer, mientras esta retiraba la espada.

- Príncipes. – Eyla les hablaba con una sonrisa en su rostro. Ambos se giraron y Lyssa se acercó a su vieja amiga. Esta inclinó la cabeza pero cuando volvió a levantar la cabeza, la sonrisa se marchó de su rostro. – Debéis acompañarme al salón.

- ¿Qué ocurre Eyla? – preguntó Daemon, mientras depositaba una mano en la cintura de su mujer. Lyssa detectó algo sombrío en el tono de su dama de compañía y se le tensaron todos los músculos de su cuerpo.

- Es mejor que Darron es lo cuente.

- ¿Darron? ¿Qué hace aquí? Estaba con mi padre. – preguntó la peliblanca mientras le hacía indicaciones a los hermanos Flores para que se mantuvieran cerca de sus hijos e hijas. Daemon y ella emprendieron el camino hacia el salón.

- Esa fue la última noticia que tuvimos. Vuestra madre ya está allí, pero se ha negado a hablar hasta que estéis vosotros presentes.

Aceleraron el paso y la bastarda abrió las puertas del salón, donde la estampa conmocionó a Lyssa. Su madre estaba de pie al lado de la chimenea, mientras Darron estaba magullado y sangrando por su cabeza, siendo curado por Alon, hasta que Eyla lo sustituyó. Lyssa se acercó a su mentor y giró lentamente su cabeza. El frío le heló la sangre y a la vez la rabia la consumió.

Agua y fuego.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora