Capítulo 8.- Envenenamiento.

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-Admítelo. Tú también lo piensas, Daemon.

El susodicho no se había movido del lado de su esposa, cuya respiración pesada le preocupaba demasiado. No reaccionaba a nada. Ni siquiera a la voz de sus hijas. Estaba esperando al maestre desde la voz de alarma de Eyla Flores, que estaba allí al lado de la chimenea, recriminándose no haber estado con ella en todo momento.

-Callaos, princesa. Ella nunca haría eso.- dijo la bastarda, mirando con cierto rencor a Rhaenyra.

Esta se enfrentó a la mirada de la mujer.- Si ha escuchado nuestra conversación, quizás prefirió beber el líquido, antes de enfrentarse a la realidad.- susurró la peliblanca a su tío, quien no había articulado palabra.

-¿De qué conversación habla?- preguntó la pelirroja, que fue interrumpida por la entrada de la tripulación de Lyssa, encabezada por Blackwood, que se acercaron a Eyla para que los informara. Detrás de ellos, entraban los Velaryon, a excepción de Laenor, que estaba dormido por la infusión del maestre. Corlys y Rhaena acudieron rápido a la orilla de la cama de su hija.

-Lys... No me dejes tú también.- pidió su madre llorando y tocando el rostro de su hija. Corlys se agachó hasta estar a la altura de su mujer. Posó su mano en el brazo de la peliblanca.

-Vamos, mi niña. Despierta.

-No reacciona. Ante nada. Ni siquiera nuestras hijas.- susurró Daemon mientras se pasaba las manos por el pelo, desesperado.

-¿Y el maestre?

-Ya viene. Estaba atendiendo a Laenor.

-¿Laenor? ¿Por qué? ¿Qué le sucede?

-Nada. No consigue dormir.- explicó Rhaenyra que miraba impasible a su prima.

-Pero el maestre hizo una infusión para él...

-Se la dio a Lyssa. Para que se la diera a su hermano.- dijo Eyla, abriendo mucho los ojos y alcanzando la copa que se encontraba al lado de su señora. Olió el interior y se lo dio a Alon, que se sorprendió ante el dulce olor de, supuestamente, una copa de agua.

-La infusión... Se la ha bebido ella.

-¿Qué?- preguntó el maestre mientras entraba y su cara se tornaba de color blanco. Pasó rápidamente la vista a la cama y mandó a todo el mundo fuera de los aposentos, para revisar a Lyssa.

-No pienso marcharme.- sentenció Daemon sin moverse de la silla.

-Mi señor... Tiene que irse. Debo revisar...

-No. Revise delante mía.- el peliblanco vio al hombre tragar saliva y como asentía. Nadie se movió de allí, mientras el médico miraba a Eyla y esta entendió el mensaje. Se acercó y comenzó a colocar las piernas de Lyssa de manera que el maestre pudiera revisar si todo iba bien. Pero, como nadie sabía la buena nueva, todo el mundo intentó a apartar a la bastarda y al médico.

-¿¡Qué se supone que está haciendo!?- gritó el dragón con un gruñido.- ¡No toque así a mi esposa!

-¡Debe hacerlo!- exclamó Eyla, defendiendo a aquel hombre.- Está embarazada. Por eso ella lo buscaba mi señor. Para decirle la buena noticia.

La cara de Daemon pasó a una de sorpresa y se quedó estático en el sitio. No. Otra vez no. Lyssa lo había pasado realmente mal con el parto de sus dos hijas. Pensó que la perdía y que su mundo se venía abajo. Por otro lado, la felicidad lo embargó. Otro niño o niña vendría en camino. Dejó que el maestre hiciera su trabajo.

-Todo está bien. Pero tenemos que hacer que despierte. Yo hice esa medicina para la constitución de Sir Laenor y teniendo en cuenta que su hermana y él no tienen el mismo cuerpo y está en cinta, es urgente que despierte.- explicó el hombre.- Voy a intentar buscar algo en mi alacena. Intentaré traer algo lo antes posible.

Agua y fuego.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora