Capítulo 4.- Rito Valyrio.

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Lyssa Velaryon se encontraba en el balcón de su habitación, mirando hacia el horizonte del mar que podía vislumbrar desde su posición. Echaba de menos que la brisa marina le rozara la cara y el pelo. Echaba de menos el olor de la sal cada mañana. Los gritos de sus compañeros dando órdenes en un día de tormenta para no acabar bajo las olas que los balanceaban.

Sin embargo, ahora estaba a punto de casarse. De hecho al día siguiente, se convertiría oficialmente en la esposa de Daemon Targaryen. Pensando en sus próximas nupcias, no pudo evitar que la imagen de su tío se formara en su cabeza.

La última imagen que había tenido de él era en aquel sótano de mala muerte donde le había dejado claro cuál sería su papel. El de esposa. No sustituta de nadie. Y visto que su boda aún no se había cancelado, entendía que él mismo había aceptado el compromiso. Ella no iba a dar ningún paso atrás en su decisión.

-Lyssa.- una voz masculina para ella la llamó desde el umbral de la puerta. La peliblanca se giró para ver a Darron mirándola fijamente.- Debes dormir. Tienes la mirada... perdida.- se acercó a ella despacio, estirando su brazo para ofrecerle un vaso con algún tipo de líquido caliente que hizo que ella contrajera la nariz.- Alon la ha hecho. No se fía que los cocineros intenten matar a su señora. Así que se ha colado en la cocina y lo ha hecho para ti.

La joven estiró sus manos, calentando sus manos con aquel objeto. Suspiró, girándose y digiriéndose de nuevo hacia el balcón. Sabía que Darron no la dejaría sola, no cuando parecía estar hueca, vacía. Apoyó sus codos en la barandilla, dejando al vaso bailar en el vacío mientras ella movía el objeto, viendo como el líquido se movía a su compás.

A su lado, sintió como el cuerpo masculino se colocaba en la misma postura que ella, mirando ambos al horizonte donde el cielo y el mar se unían. Ninguno dijo nada. Simplemente, se hacían compañía mutuamente. Como otras noches tranquilas, donde ambos miraban la inmensidad del cielo estrellado que cubría sus cabezas. Darron y ella habían pasado por muchas cosas. Tantas que Lyssa había olvidado incluso algunas.

-¿Lo echas de menos? ¿El mar?

-Ahora mismo, no me importaría que una de sus olas me tragara.

-Cualquiera diría que te casas mañana.- río el pelinegro, dándose la vuelta y apoyándose en la barandilla. Ella se quedó en silencio, bebiendo un sorbo de aquella bebida que no estaba tan mala como pensaba, un hecho que agradeció a los dioses.- No tienes por qué casarte. Podemos huir de aquí con nuestro barco y Lystral.

La peliblanca negó con la cabeza.- A pesar de quién es Daemon Targaryen, lo que sabemos y lo que ha ocurrido, mis sentimientos siguen siendo firmes, Darron. Me quedaré aquí. Me casaré y luego iremos a algún lugar donde haya costa, donde los dragones puedan volar tranquilamente y podamos llamar hogar.

-¿Estás segura de que Daemon querrá eso?

-Si no lo quiere y no cumple con lo que me dijo, yo misma pediré a mi tío Viserys la anulación de este matrimonio.- aquella sentencia sonaba firme en su voz. Llevaba todo el día pensando en la mañana siguiente. Todo había sido preparado en honor a los Targaryen y los Velaryon. Su madre y su hermana se habían encargado de organizarlo todo a la mayor brevedad, incluso su propio vestido de boda. Su padre y su hermano simplemente parecían haberse esfumado de allí, desde lo ocurrido con Joffrey. Rhaenyra no la había visitado. Ni había sabido nada de ella.

-Te seguiremos.

-No os pido eso, Darron. No os puedo amarrar a mí.

-No hace falta, Lyssa. Todos lo hemos hablado.- miró a Darron y, al verlo sonreír, se giró, encontrándose allí a toda su tripulación, esperando a verla. Eyla se acercó a ella y la abrazó, refugiándose la peliblanca en sus brazos.

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