Capítulo 6.- Cartas.

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10 años después...

-¡Baela! ¡Rhaena!

Daemon Targaryen caminaba por los pasillos de su humilde morada en Pentos buscando a sus hijas. Ambas muchachas se habían escondido de él porque sabía que su madre las mandaba a buscar para entrenar junto a su tripulación. Y su padre se estaba encargando de buscarlas porque la mirada de su mujer le había asustado hasta él.

Llevaba diez años casado con la mujer que siempre había amado. Y seguía sin poder creerlo. Habían sido años turbulentos, donde las peleas y las reconciliaciones habían estado a la orden del día. Pero aún miraba a aquella mujer con el mismo amor que le había tenido desde el primer día.

Sin embargo, no se lo había dicho a ella nunca. Cada vez que veía la oportunidad de ello, se detenía. No podía permitir que ella tuviera el control de su corazón. Él era el príncipe canalla, el hombre que se paseaba por las calles de la Seda, dejando detrás de él mujeres satisfechas pero que nunca le alcanzarían.

Pero no había vuelto a pisar aquel lugar desde su boda. Y no se arrepentía. Todas las noches, Lyssa lo recibía en su alcoba. Y aunque no hicieran el amor, él simplemente quería verla dormir y levantarse junto a ella todas las mañanas. Pero eso jamás lo diría. Porque él no era ese tipo de hombre. Jamás se arrodillaría ante nadie, ni siquiera ante ella.

-¡Baela y Rhaena Targaryen Velaryon! Vuestra madre os busca y yo no quiero saber que os hará cuando se enfade.- gritó el peliblanco en medio de la nada, donde no se escuchaba ni un solo murmullo. Suspiró frustrado por la situación y se puso dos dedos en el puente de su nariz, masajeando esa zona.

Aquellas dos niñas, tan parecidas a ambos le hacían perder la cabeza. Eran su debilidad y todo el mundo en los Siete Reinos lo sabía. Sabían que si tocaba uno solo de los cabellos de aquellas dos muchachas, la ira del príncipe caería sobre ellos. La fama que tenía le precedía. Sin embargo, él sabía que el verdadero peligro no era él, sino Lyssa.

Ella podía quemar los Siete Reinos si algo les sucedía a sus hijas. Lystral, su dragón, protegía a las dos muchachas como si fueran su propio jinete o una extensión de sí misma. A veces, Daemon pensaba que Lyssa era un demonio disfrazado de ángel. Pero luego sabía bien que sería capaz de dar su vida misma por la gente que quería, aunque él impidiera que muriera.

Un ruido a su lado derecho le alertó. No eran sus hijas, sino la dama de compañía de su mujer. Esta apareció con una sonrisa tranquila en su rostro e inclinó la cabeza hacia Daemon. Este hizo lo mismo. Se colocó en medio de la sala donde él se encontraba y giró hacia todos los rincones de la habitación.

-Baela y Rhaena Targaryen. ¿Qué os he dicho de esconderos? A estas alturas, ya estaríais muertas en la corte.- dijo tranquilamente la bastarda mientras lanzaba un cuchillo hacia una de las paredes de aquel salón, provocando un pequeño grito procedente justo de al lado.- Si hubiera sido otra persona, ese cuchillo estaría en la cabeza de alguna.- explicó la pelirroja, cruzando las manos delante de su cuerpo.

Ambos vieron como las niñas salían de su escondite con el miedo y a la vez la admiración en su rostro. Baela arrancó el cuchillo decorado de la pared, acercándose ambas a la dama de compañía. Esta le entregó el artefacto y la bastarda lo guardó cerca de su cadera. Rhaena iba justo detrás de su hermana y miró a Eyla con cara de disgusto.- ¿Está muy enfadada nuestra madre?

-No.- respondió esta, negando con la cabeza.- Pero Harlik y Nysah sí que lo están. Y ya sabéis que los dos hermanos no tienen mucha paciencia. Así que corred.

Ambas niñas parecían arrepentirse de haberse escondido en ese momento y desobedecer a sus padres así que ambas abrazaron a Daemon y este besó sus cabezas.- Recordad. Nysah por el lateral izquierdo, Harlik por el suelo.- les dijo en voz baja este mientras las guiñaba en ojo. Las peliblancas le sonrieron y salieron corriendo.

Agua y fuego.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora