Capítulo 10.- Juicio y declaraciones.

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Lyssa estaba siendo arrastrada por los oscuros pasillos por su marido. Él, de espaldas a ella, no veía la sonrisa sincera que ella tenía en su rostro. Estaba dejando que su esposo la guiara porque en ese momento se sentía abrumada por los acontecimientos. Nunca imaginó que Daemon se enfrentaría a Rhaenyra por ella. Ni que escucharía todo lo que había escuchado aquella noche de sus labios.

Ante de darse cuenta, el Targaryen estaba entrando en sus aposentos, dejando que ella entrara tras él y cerrara las puertas con llave tras su espalda. Se giró en redondo para encontrarse de golpe con los labios de Daemon sobre los suyos, con sus masculinas manos en su rostro, mientras ella le devolvía el beso y sonreía sobre sus propios labios.

- ¿De qué te ríes, esposa?

- Tenemos visita. – indicó ella, mordiendo su labio, acompañada por un carraspeo masculino a su espalda. Vio la cara de sorpresa y luego de enfado recorrer las facciones del Targaryen y ella depositó sus manos en los brazos masculinos. Le echó una mirada tranquilizadora. – No te vayas. Quédate. – dijo en un susurro la Velaryon. Aquello era su voto de confianza.

La peliblanca se giró, para ver a su hermano, con sus ojos adormilados, sentado en uno de los sillones junto a la chimenea. Blackwood la miraba con semblante serio a las espaldas de Laenor. Ella le asintió con la cabeza y abandonó la estancia, percatándose la mujer de la mirada de suspicacia que le daba a Daemon.

Ella tiró de la mano de su marido hacia el otro sillón, donde se sentó. El dragón se situó a su espalda. Laenor cogió las dos manos de su hermana y empezó a sollozar. Ella lo consoló, viendo como poco a poco su respiración se hacia más pausada y sus hombros dejaban de moverse al ritmo de su llanto.

- Lo siento, Lyssa. – dijo su hermano, mirándola a los ojos.

- No es tu culpa, Laenor. No es de nadie.

- Si hubiera estado aquí...

- Nada hubiera cambiado. Tranquilízate. – explicó Lyssa mientras daba unas palmaditas tranquilizadoras a su hermano. Este apartó sus manos y se las pasó por el pelo. Lyssa seguía sentada, depositando una mano en su vientre levemente abultado. Se echó hacia atrás en el asiento y descansó la espalda. Aunque había dormido a causa de aquella pócima del maestre, sentía que el mundo le pesaba.

- Rhaenyra quería deshacerse de nosotros. – sentenció Laenor. – Pero ha cambiado de opinión.

- Lo sé.

- ¿Lo sabías?

- Así es. Daemon y yo nos enfrentamos a ella.

El silencio se instauró entre los tres. Sabía que Daemon estaba a su espalda contemplando a Laenor. Que este alternaba la mirada entre ella y su cuñado. Y la peliblanca mantenía la vista fija en su hermano. Con un suspiro, se levantó y se acercó a Laenor, poniendo sus manos en los hombros de su hermano.

- Laenor. Rhaenyra necesita apoyo. No viste hoy lo que vimos nosotros en el salón del trono. Llaman a los niños bastardos.

- Yo...

- Lo sé. Todos lo saben.

- Los quiero como si fueran míos.

- Por eso siempre serán Velaryon. No importa que suceda. Padre, madre y yo lo sabemos. Laena lo sabía. – al ver como Laenor bajaba la cabeza, ella le levantó el mentón. – Esos niños no son bastardos. Son tuyos. Son vuestros. Son mar y fuego. Rhaenyra estaba sola hoy. Nosotros le hemos ofrecido nuestro apoyo, a pesar de sus planes para acabar contigo y conmigo.

- ¿La has perdonado?

- Puedo perdonar que me haga algo a mí. Pero a ti no. Y de momento no lo ha hecho. – suspiró, acunando su rostro en una mano. – Laenor. Tienes que ser su marido. Ten amantes. Pero frente a la corte, frente al rey y la reina, sé su esposo. Sé el padre de esos niños. Y si alguien duda de su procedencia, córtales la lengua. Que sea un ejemplo para todos. Sé quien debes ser.

Agua y fuego.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora