44-Cicatrices

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La tela se esparcía por todo el piso, sus manos sangraban por los diversos cortes proporcionados por su descuido al usar las tijeras y las agujas para coser. Con la espalda rozando el piso y su mirada dispersa en el techo de color blancuzco, dio por terminado el último atuendo. Sus manos estaban adormecidas, la calidez en sus mejillas la hacía sentir viva, pero oculto entre restos de gabardina, no sabía si aún valía la pena estarlo.

Puso en perchas cada uniforme, acariciando la tela con sus dedos, se los mostraría el día siguiente, esperaba que les gustará. Aunque ahora ya no había nada que la distrajera de su reflejo en el espejo, un reflejo que ya no le gustaba. Tocó las quemaduras en su rostro y mordió su labio, no quería demostrarle a los demás su inseguridad. Estaban preparándose para una terrible batalla, suprimió esa profunda tristeza y la enterró hasta lo más hondo, sin embargo, ya no podía soportar, la ansiedad y el miedo se apoderaban de sus sentidos y la hacían enloquecer.

Agnis entro repentinamente encantada con los uniformes, corrió hacia el suyo, pero Leinali la detuvo.

— No Agnis, se los mostraré mañana, debes esperar — carraspeo alejándola —. No veas más.

Agnis emitió una queja.

— Bueno, entonces acompáñame a entrenar. Satoshi y yo hicimos una nueva rutina para potenciar nuestras llamas, si seguimos así podrías crear llamas realmente calientes.

Leinali agachó la cabeza sintiendo repulsión, el fuego, su elemento, era el causante de aquel sentimiento, detestaba profundamente que este fuera en principio su elemento, no había forma de deshacerse de él ni otra manera de luchar.

— Estoy cansada, voy a descansar — farfulló arrastrado sus pies hasta su cama.

Agnis entrecerró los ojos, la había notado inquieta y preocupada los últimos días, se desahoga entrenando, así como ella cose para olvidarse de la realidad.

— Leinali, no está bien— Agnis apretó los dientes, en una expresión que raramente había visto en la peliblanca —. No estás avanzado, te quedas atrás.

Leinali aparto la mirada despeinando su cabello con irritabilidad.

— Lo sé — murmuro —. Te prometo que mañana comenzaré a entrenar el doble, ¿bien? — sonrió ampliamente, provocando que el rostro de Agnis desencajara aún más.

— ¡Deja de hacer eso! Sé que aún te duele lo que te ocurrió, yo lo entiendo, pero no tienes que fingir que estás bien — su corazón se apretujó —. Leinali, acaso crees que no me doy cuenta, ¡podemos superar esto, los tres!

Leinali negó, ocultando su rostro — Pero que dices querida, estoy muy bien, ¿crees que unas simples cicatrices pueden afectarme?, no lo creo — apretó su brazo con fuerza.

Los ojos de Agnis se llenaron de lágrimas — ¿Si es así por qué no has querido ir a visitar a Ana?

Leinali frunció el ceño.

— ¡Déjame en paz! ¡Tú te esfuerzas todo el tiempo para que los demás noten que estás bien, no tienes ningún derecho a juzgarme!

— No estoy juzgándote, estoy tratando de ayudarte, no quiero que sigas guardado todo adentro, eres mi mejor amiga ...

Agnis estaba sollozando con fuerza, pero Leinali no podía mirarla de frente, espero a que esta se marchara para soltar un quejido estruendoso.

— ¡Maldición! — se derrumbó sobre su cama sintiendo como su corazón dolía con intensidad, otra conversación como aquella, podría provocar que sus lágrimas salieran. Sabía que Agnis solo quería ayudarla, pero no podía permitirse ser débil ante ella, porque ella ya estaba soportando mucho peso.

La profecía de los doceDonde viven las historias. Descúbrelo ahora