disidencias convencionales cotidianas

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Recargo mi brazo en la ventana que da hacia al frente y diviso un gorrión sentado en la rama de un árbol, me pierdo unos minutos aprendiendo su rutina; revisar, apilar y brincotear, este tiene en su pico lo que parece ser un poco de pelaje de algún animal y lo está acomodando en un hueco que no alcanzo a ver a lo lejos qué contiene. Volteo a la izquierda y veo mi avena, volver a la realidad es recordar que aún no he desayunado y tampoco sé qué hora es. La rutina parece comerse mi vida en demasía, aún no ocurre esa casualidad que cambie mi estado de ánimo por uno que me haga sentir más positiva; quisiera modificar lo que pienso de mí, pero aún no logro ganar esa carrera, como castigo divino sólo existen dos caminos donde me mareo caminando siempre las mismas tristes calles o me desconecto de la aptitud de experimentar nuevas sensaciones, de encontrar una dirección que oriente mi alma a algo más que el suplicio como consumación. Soy consciente que no todo a mi alrededor me molesta, me he acostumbrado a apresurar mi paso en espacios que no puedo evitar y a sentir mi piel arder al exponerse a ambientes que no son destinados para mí, aunque esto último me atrapa en un pensamiento cuadrado del cual no he logrado salir en meses, sin incógnita y como método de repetición que desencadene el aprendizaje. El ahora es lo único que por el momento me abraza y recuerdo la tetera porque esta hace un ruido chistoso cuando está hirviendo, realiza su trabajo de manera habitual; siempre llena a 3/4 para terminar en una especie de té para controlar la ansiedad. El silencio absurdo me aturde; me ensordece hasta recriminarme el tener que acostumbrarme a vivir de lo poco convencional, siempre queriendo escapar del trauma del pasado como un acuerdo tácito, siendo novedosa con excusas para problemas que no supero, porque sólo soy metafóricamente distinta, pero nunca llego a llevarlo a cabo, me hundo y pierdo en una pista de malas decisiones que disfrazo con falsa motivación. La tarde me encuentra aún sentada mirando hacia el vacío, bajo el engaño de que sólo juego de forma inocente con mi vida, sin saber que esta se me escapa de entre las manos.

La semántica de lo absurdo Donde viven las historias. Descúbrelo ahora