Ready or Not? | Scream 4

Capítulo 40

Estabas asustada.

Pero no solo estabas asustada, estabas empapada.

No podías bajar la guardia ni un solo momento, ni siquiera cuando los dos amables desconocidos te dejaron en el camino de entrada familiar a tu casa. La casa que ahora se sentía vacía. Muerta, fría y amenazante.

Todos los muebles y electrodomésticos parecían fantasmales en la oscuridad, al igual que las paredes modernas y elegantes pintadas en blanco y gris. Hubieras deseado que el pintor hubiera elegido un marrón cálido o un azul claro, porque esa elección de colores no ayudaba a calmar tus nervios.

Te quedaste completamente inmóvil, esperando en la oscuridad, con el corazón latiendo a un ritmo febril. El silencio te dio una breve sensación de serenidad, antes de que recordaras que el silencio no era algo particularmente bueno porque ese silencio ominoso era más fuerte que cualquier grito.

Bajo la tenue luz, apenas se podían distinguir las ventanas cerradas, la mesa y el televisor. Recordaste la acalorada discusión que tuviste aquí con Billy a causa de Jed. Por una vez, resultó que sus preocupaciones y celos no eran más que justificados.

Tu mirada se encontró con los sofás. Los sofás seguían en el mismo sitio, no los habían movido, ni tampoco los cojines. En realidad, en la sala había demasiados sofás. Solo habías usado el que estaba frente al televisor, y no era como si necesitaras los demás, ya que solo podías ocupar un sofá a la vez, a menos que Emma o Jef vinieran de visita. En ese momento, parecía una gran idea tener tres, uno para cada uno de los habitantes...

Después de un par de inhalaciones más, intentaste convencerte a ti misma de que estabas a salvo por el momento. Sin embargo, el hecho de que al llegar descubrieras que una de las macetas junto a los escalones se había caído insinuaba que no era así. La maceta de cerámica estaba rota en el porche, pero eso no fue suficiente para disuadirte de agarrar la llave de debajo de la roca cercana y entrar.

Ni siquiera sabías si estarían aquí. Era el primer lugar que se te venía a la mente para buscarlos, si las palabras de Ghostface sobre su presencia en Roseville tenían algo de cierto. Y si así fuera, esto no era más que una trampa. Pero estabas más que dispuesta a correr ese riesgo por ellos.

Con aprensión en tus pasos, caminaste hacia el lugar de la pared donde sabías que estaba el interruptor de la luz. Con un solo movimiento de la palanca, toda la sala de estar se iluminó, como si nuevos espíritus soplaran en la habitación. Si volvías a accionar el interruptor, todas las luces se apagarían de nuevo y la oscuridad regresaría. Con otro movimiento, la luz conquistaría una vez más. Encendida y apagada, encendida y apagada. Al menos las luces eran algo que podías controlar.

Bajar el brazo te hizo apretar los dientes por el doloroso pinchazo, y rápidamente te metiste otra cápsula en la boca antes de tragártela de un trago, lo que era difícil de hacer cuando te dolía la garganta y la sentías reseca. Tomar la medicación de desconocidos era solo una solución temporal, una solución cuestionable, pero te permitía continuar con tu misión sin necesidad de visitar el hospital y, por lo tanto, perder un tiempo precioso.

Con pasos ligeros y cuidadosos, reanudaste tu viaje hacia el siguiente piso; cada pequeño crujido del piso hacía que tu mente gritara: "¡es él!", solo para darte la vuelta y encontrarte sola, sin ningún peligro. Esto sucedió tres veces, hasta que te cansaste y seguiste adelante sin darte la vuelta para ver qué había detrás de ti.

Te detuviste en seco al ver un dormitorio vacío, sin vida. No había ni Billy ni Stu a la vista. Lo que sí te llamó la atención fue la ventana abierta de par en par, tal como la habías dejado. Cualquier ladrón que se diera una vuelta por la casa gratis estaría de fiesta en ese momento, especialmente teniendo en cuenta que tenías cámaras instaladas por tus ex, pero desinstaladas. Preferirías lidiar con un ladrón común y corriente que con un Ghostface suelto si pudieras elegir, pero no tuviste tanta suerte.